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Homilìa P.Eduardo

Homilía de P. Eduardo Perez dal Lago

Queridos chicos:
El mandamiento del amor tiene dos formulaciones en el Evangelio. La primera es la del  doctor  de la Ley,  “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo.”
Después, en la Última Cena, Jesús dice a los discípulos: “Les doy un mandamiento nuevo: Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado…En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros.”
Parece que dice lo mismo, que hay que amar y amar mucho, pero en realidad dice dos cosas.
La primera cosa la dice el doctor y es la Ley antigua, expresa  lo máximo que logramos comprender los hombres: y es que el otro es como yo, es igual que yo, tiene los mismos derechos, es tan hombre como yo, tan igual. Amar al otro como a uno mismo sería lo máximo que puede dar la justicia humana. Esto ya es mucho.
Pero cuando Jesús dice un “mandamiento nuevo” está más allá de la justicia humana y de la antigua Ley. No nos ama a nosotros como se ama a Él mismo, sino que nos ama mucho más, porque muere por nosotros. Nos da más: paga nuestras culpas, resuelve lo que tendríamos que haber resuelto nosotros.
Cuando dice “Ámense…como yo los he amado” nos está poniendo un horizonte distinto, que  es amar muriendo, que supera la  estricta  justicia. Amar muriendo es la novedad del Evangelio.
En lo que dice el doctor está contenida la antigua Ley, lo que el hombre puede hacer; en lo que dice Jesús está la nueva Ley y lo dice en el Evangelio de hoy: el prójimo es el samaritano.
La medida de prójimo no es la que esperamos, si hablamos de justicia es un disparate. No es el amor de una madre por su hijo, de un rey por sus súbditos, de un maestro por sus discípulos. No, lo que Jesús dice es una locura: el prójimo es el extranjero, el extraño.  Este hombre carga al herido sobre su burro: él va caminando porque el otro va en el burro. Cuando llega, cura personalmente sus heridas. Él paga  por todo lo que se necesita en el albergue y deja dinero para que lo sigan curando. Se compromete a volver para arreglar las cuentas.
Hace mucho más de lo que se debe hacer en estricta justicia: Muere.  Él iba a un lugar y llega tarde; iba cómodo en su cabalgadura, la pierde; tenía un fin para el dinero que llevaba, pero se lo consume el otro. Muere a su tiempo, muere a su comodidad, muere a su dinero.
Entonces este es un nuevo concepto del amor: amar hasta la propia muerte. El otro no es algo igual a mi propio bien, sino algo superior a mi propio bien.  Es la novedad del Evangelio.
Lo terrible es que “no se pone vino nuevo en odres viejos, ni un remiendo nuevo para arreglar ropa vieja “, es decir que  recibimos un mandamiento nuevo en nuestro  corazón viejo. Escuchamos el mandamiento del amor y giramos un poquito la perilla del amor: vamos a amar un poquito más a nuestros hijos, a nuestros esposos…pero para tratar de seguir en lo mismo. Lo que necesitamos entender es que este mandamiento del amor es novedoso y por lo tanto, necesita un corazón totalmente diferente.
Cómo funciona ese corazón lo vamos a ver plenamente  en el corazón de Jesús:
En la Última Cena, por ejemplo, Jesús sabe que va a morir mañana, sabe que va a pasar por las canalladas más espantosas porque sus amigos  se van a lavar las manos, lo van a dejar solo, lo van a entregar, lo van a flagelar y otras cosas horribles…sin embargo, Él no mira su corazón pensando: “¡Qué horror, lo que me espera! Tengo que comer un pan bien grande para estar e mejores condiciones físicas.” No, Él mira el dolor de los apóstoles que mañana se van a quedar sin  Jesús y les deja un pan grande para que ellos se alimenten, para que mañana cuando Él les falte, tengan ellos ese pan en el corazón para resistir la prueba.
En la Eucaristía no hace un pan para Él: se hace pan para nosotros. Él iba a ser el crucificado y sin embargo, está mirando a los apóstoles y no a sí mismo.
Igualmente cuando es crucificado, no dice: “¡Qué horror, cómo me dejaron solo! Este hombre se está lavando las manos en vez de defender la justicia…Los Sumos sacerdotes me dicen a mí blasfemo,  cuando ellos son los blasfemos… ¡Cómo pesa la Cruz…!”Él constantemente está mirando el dolor de los que lo rodean.
Cuando ve a las mujeres llorando les dice: “…no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos…” En la cruz  no mira su dolor, dice: “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen.” Está más preocupado por el castigo que merecen nuestros pecados que por el efecto que causó en Él nuestro pecado. Pide nuestro perdón.
En la Cruz, María es su único consuelo. Es la que sabe, la que comprende, la que entiende. Ella sabe que Jesús  está triunfando misteriosamente. Es la que está acostumbrada a ver más allá de las apariencias y sabe que Jesús está amando, perdonando, que se está realizando el triunfo del corazón de Jesús en ese momento.
Es un momento de infinito consuelo para Jesús, entonces Él nos la regala: se preocupa más por Juan que por Él mismo y le dice a María que se  ocupe de  él. Y no sólo de  Juan, sino de todas las cruces de todos los hombres. No mira su  cruz sino nuestra cruz.
Es algo nuevo el mandamiento del amor. No es tratemos de ser un poquito más buenos con nuestros hijos, padres o hermanos. Es cambiar nuestro  corazón para empezar a ver las cosas de otra manera: desde entender el bien del otro como mi propio bien  a morir a mi propio bien, a desdibujar mi propio derecho, mi propio yo.
Pero para que esto no sea imposible, Jesús nos da un corazón nuevo.  Mirar al otro como  a nosotros mismos., ya es bien difícil,  más difícil aún es esto sobrenatural y nuevo que nos pide.
Justamente cuando nos da la Eucaristía es cuando nos pide que amemos como Él: nos da su corazón, y si lo recibimos podemos amar como Él ama.
Para eso venimos a Misa, el primer mandamiento. Primero, Dios nos dice su Palabra, nos enseña a ver al hermano como un bien. El hermano nos fastidia  y aprendemos a verlo como un bien sólo cuando vemos a Jesús detrás del hermano. El hermano es Jesús. La Palabra de Dios nos ayuda a recordarlo toda la semana.
Segundo, recibimos el Cuerpo y Sangre de Jesús, que nos hace amar al hermano, porque lo amamos con el corazón de Jesús a través de la Eucaristía.
Nos da las armas para vestir el vestido nuevo o recibir el vino nuevo porque ya no somos más vestidos viejos u odres viejos. Cuando Jesús viene a habitar en nuestro corazón nos renueva, ya no es un parche.
Eso celebramos: para nosotros la vida es vivir en Cristo. Tomemos bien en serio esta palabra sustancial que  nos regala hoy en la Fiesta de la Vida,  esto es lo que  propone la Comunidad, vivir esta vida nueva.

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