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Historia en México

«Cenáculo de Guadalupe»

 

Los primeros pasos

El inicio de la historia de la Comunidad Cenacolo en México es el fruto de un encuentro entre Sor Elvira y algunas familias mexicanas que, después de haber visitado y conocido una de nuestras comunidades, quedaron fascinados de nuestro estilo de vida cristiano. En seguida nació en ellos el deseo de dar vida a una Comunidad Cenacolo también en su tierra.

Poco tiempo después, la familia Burillo Azcarraga, el Sr. Emilio y su mujer Mónica, pusieron a disposición de nuestra Comunidad una casa con algunas hectáreas de terreno para poder comenzar el «Cenáculo de Guadalupe», llamado así en honor a la Virgen patrona de México: lugar ideal, formado por bosques de pinos y por praderas, para hacer experimentar a los niños crecidos en el gris de las grandes periferias urbanas, la belleza de la naturaleza y la posibilidad de poder correr y saltar en medio de tanto verde.

 

Cuando nació la casa

(Del testimonio de Darío, uno de los misioneros que abrió la casa)

«Recuerdo perfectamente cuando por primera vez, después de años de Comunidad, expresé en un diálogo con Sor Elvira un pedido personal.  Hacía tres años que vivía   en Brasil, donde me sentía plenamente realizado en lo que hacía, pero comenzaba a sentir el peso del cansancio físico y las ganas de tomarme un respiro, por eso le dije: “Sor Elvira, querría descansar un poco, no tengo ninguna intención de salir de la Comunidad, sólo querría tomar un poco de aire y volver aquí”. La respuesta fue: “Seguro, no hay ningún problema, pero primero necesitaría yo un favor, estamos abriendo la casa en México, ¿por qué no vas con Antonio? Hay un grupo de chicos que viene de Italia, pero no tienen experiencia con los niños, quédense dos o tres meses con ellos y después se van a descansar”.

Luego de seis años todavía  me encuentro aquí, escribiendo los sucesos y los recuerdos de lo que fue el inicio de esta misión «Cenáculo de Guadalupe».

Llegamos a Valle de Bravo en noche cerrada, no se veía prácticamente nada; a la entrada de la casa, esperándonos, estaba la estatua iluminada de la Virgen de Guadalupe, y el día siguiente la sorpresa fue grande: la hermosa casa que nos hospedaba “San José” estaba inmersa en la naturaleza, rodeada de bosques de pinos, un lugar ideal para rescatar a los niños que desde la infancia vivieron en un cruce de avenidas  o en un semáforo de alguna  ciudad pidiendo limosna, en modo particular los que vienen de Ciudad de México, forzados a  esconderse y a menudo a vivir en los desagües de la ciudad.

 En los meses sucesivos  ocurrieron  verdaderos milagros para aumentar nuestra fe y nuestro poco coraje: junto a los primeros niños que nos confiaron las estructuras que custodian la infancia, algunas personas se mostraron disponibles para ayudarnos con alimentos, otras para la adquisición de los primeros materiales de construcción; una comunidad de padres carmelitas se puso en seguida a nuestra disposición para acompañarnos espiritualmente… en suma, en todo aquello de lo que verdaderamente teníamos necesidad, la Providencia pensó.»

 

La llegada de los niños

El primer niño que acogimos fue José, que tenía serios problemas de epilepsia,  la frente llena de cicatrices por las caídas repentinas  al perder  la conciencia, acompañado de la madre desesperada porque no podía  controlarlo más. Un chico de verdad difícil de ayudar, pero es como si Jesús hubiese querido avisarnos sobre el tipo de niños que nos esperaban.

De allí en adelante la casa comenzó a tomar vida, porque los niños entraron uno atrás del otro,  todos más o menos problemáticos,  todos capaces de revolucionar y alegrar la vida de la misión.

Hoy  están con nosotros  cerca de cuarenta niños, de edades que varían entre 1 y 17 años. Algunos de ellos tienen graves problemas de salud (autismo, sordera, retraso mental), pero gracias a la vida serena que llevan y el amor que reciben en Comunidad, hicieron “pasos de gigante”.

 

De un testimonio del padre Stefano al regreso de México

«… lo que más me impresionó es el milagro de Manuelito: entró hace dos años en Comunidad, durante 11 años había vivido encerrado en la barraca de la mamá. Él, discapacitado auditivo, sordo, que a veces grita haciendo sonidos y gestos extraños, no tenía nadie que lo cuide. La mamá cuando iba a trabajar lo encerraba en la barraca, le dejaba en un plato algo para comer, volvía a la noche… Manuelito vivió así durante 11 años.

Recuerdo que estaba en nuestra casa de México cuando él llego. No sabía estar sentado, ni ir al baño, comía sumergiendo la cara en el plato, sin usar las manos… lo he visto ahora como un chico nuevo: se sienta, come nada menos que spaghetti con cubiertos, antes del almuerzo los niños le dieron el encargo de poner las jarras de agua en la mesa, y hasta que no las ha puesto todas, con un esfuerzo enorme de su parte, todos lo esperan para la oración de bendición del alimento. En la Capilla logra estar sentado, aprendió a ir al baño… en suma, ¡un verdadero milagro! Y así para Rodrigo, recogido en el metro de Ciudad de México, también él discapacitado auditivo, siempre sentado que se balanceaba, ahora camina bien, escucha lo que se le dice, obedece, ayuda en los servicios… le falta sólo hablar, pero en el resto es un chico estupendo. Viendo todo esto una vez más me convenzo de que la fuerza del Amor donado en la gratuidad con constancia, hace verdaderamente milagros…»

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