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Pensemos en la Virgen como una mujer genuina, luminosa, que no tiene nada que esconder. En la Comunidad  propusimos la Verdad: decirnos y decir la Verdad. Me parece que la Virgen  nos da justamente este ejemplo: es una mujer genuina, libre, transparente, luminosa, puede hablar y habla con todos.
Es  joven, era  una joven como nosotros: Ella no sabía que había sido elegida por Dios nuestro Padre, y quién sabe cómo lo vivió; a la Virgen siempre la vemos con las manos juntas, pero también es bello verla  a veces haciendo la comida para José, dándole de comer al Niño Jesús o teniéndolo en brazos. 
Ella fue la primera  mujer grande, la primera Reina ¿por qué? Porque siempre supo servir, servir a todos los que la necesitaban. Es una Mamá y una mujer de una gran intuición, que tiene ojos “hasta en la espalda” para ayudar. Si nos esforzáramos para liberarnos de todas las cosas inútiles, de nuestros miedos, de nuestra ambición, de nuestro deseo de aparentar, si  abandonamos todo este “lastre”, también nosotros seremos capaces de vivir una vida limpia y generosa, ¡con muchas  oportunidades de ayudar, de ver, de intuir y de servir a todos! A menudo sólo miramos lo que hacemos y si los otros lo notan… nadie piensa que lo que cuenta está adentro: es mi ser el que  ama, llora, sonríe, se alegra y para verlo se necesita la oración. 
La oración es la que te da fuerza, alegría, te da la libertad y la verdad.
La Virgen sabe cómo ayudarnos a vivir lo que deseamos,  si son cosas buenas, limpias, bellas  Ella se encarga de interceder junto al Corazón de Su Hijo.
Pidámosle a María el don de no desperdiciar ni un suspiro de nuestra vida para que  quede engarzada en la Suya, y a través de Ella en  la de Jesús Resucitado.


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