MENSAJE DE CUARESMA
Probemos en esta Cuaresma no vivir sólo para el placer porque el placer dura sólo un instante y nosotros tenemos derecho a vivir la verdadera alegría. Seguro que si alguno hizo la experiencia de renunciar al placer de ese “chocolate” que tanto quería comerse, de aquel “consuelo” que tanto deseaba… encontró una alegría que no es pasajera, ¡dura toda la vida! Tenemos que ser generadores de alegría y lo podemos hacer porque somos capaces de decirnos “no”; quizá caemos diez veces pero luego, el momento en que logramos decir el “no”… ¡es una extraordinaria victoria! Ahí se genera la alegría y no solo para nosotros. ¡Usemos bien nuestra libertad en estos cuarenta días! ¡La Cuaresma es un camino para llegar a festejar nuestra fe en la Pascua, un camino de muerte y de Resurrección! Podemos decir que ya lo hemos recorrido antes, que ya hicimos este éxodo hacia la libertad: Antes de la Comunidad estábamos en la muerte, ahora ya no, porque el “Alba de la Resurrección” está resplandeciendo sobre esas tinieblas y las está venciendo! El camino cuaresmal que recorreremos juntos será -si lo queremos, si lo creemos- el experimentar una verdadera y profunda sanación de todo malestar interior. En esta “travesía del desierto” dejemos espacio al silencio, de la cabeza, de los sentimientos y del corazón. Limpiémonos de la banalidad, de los intereses, de las ambiciones, de las motivaciones “enfermas” para nuestras acciones. ¡Demos voz, espacio y vigor a la Caridad! Para muchos la palabra Caridad significa dar una limosna, dar algo, pero no es así. La Caridad es una persona con un rostro, una voz, corazón: es Dios Padre que se dio a conocer en Su Hijo Jesús; se dejo ver, escuchar, tocar, se hizo hombre como cualquiera de nosotros. Alguno dice que es un misterio, pero Jesús es la única verdad, luminosa, real, que actúa hoy en los que lo acogen levantando la mirada y doblando las rodillas, en un abandono confiado y sereno al que nos salva. Entonces, recorriendo este “desierto” es importante tener el corazón atento para sentir, escuchar, recibir, con sorpresa a veces, los alegres repiques de las campanas que ya nos anuncian que Jesús, el joven Crucificado, el Hijo de María de Nazaret ¡resucitará!! Que nos acompañe el Señor de la Vida, doloroso y luminoso, sufriente y misericordioso, fuerte y bueno, hacia la luz resplandeciente de su Victoria. |