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Cada vez más me doy cuenta que los jóvenes de hoy quieren encontrar la verdad, quieren conocer la vida verdadera, sin miedo; son personas valientes que arriesgan, justamente porque quieren ver con sus propios ojos, con todo su ser, que el Evangelio no es un engaño, no es una fantasía, no es una doctrina, sino que es la vida… ¡y vida plena!
Sostengo que nos están dando una fuerte lección de coraje, de determinación para querer el bien y dejarse arrollar y conquistar por quien cree en ellos, para creer y llevar a cabo sus propuestas serias y exigentes.
¡Qué alegría fue ver en estos días ese río de jóvenes que con entusiasmo siguieron al Papa  en la JMJ, en Brasil! Nos demostraron que aman la Iglesia, que creen en la Iglesia, que la siguen, porque se dieron cuenta que la Iglesia es la única realidad que garantiza la esperanza, el amor, los verdaderos valores que les dan la felicidad. Por este motivo los jóvenes confían en quien cree, en quien vive la fe, en quien elige vivir radicalmente y sin falsedad como Jesús nos lo mostró.
Los jóvenes son más auténticos que nosotros, más libres, van más allá de las críticas, de la negatividad que a menudo los adultos les transmitimos porque tenemos amargura en el corazón y no tenemos confianza, ¡ya no tenemos esperanza!
Ellos, en cambio, tienen los ojos más transparentes y se dan cuenta que la familia de la Iglesia es una seguridad, es un valor que nada ni nadie puede igualar porque nunca dejó de enseñarnos la verdad de la vida, aunque la vida misma nos pide sacrificios. Porque la vida vale más, vale más que el dolor, y si hay que sufrir un poco para vivir la verdadera libertad… ¡vale la pena! Porque la fe nos enseña que la muerte, el mal, el pecado, no tienen la última palabra. Entonces es una gran alegría poder ayudar a los jóvenes a ver la transformación que sucede en ellos con una vida de sacrificio, de renuncia, de lucha, de combate entre el bien y el mal. Nosotros los cristianos, sabemos que el mal fue vencido por el amor de Jesús y aquí, en la Comunidad, vemos que eso sigue sucediendo, porque continuamente contemplamos los milagros cotidianos del corazón, de la esperanza, de la confianza, a través de la oración, la Palabra de Dios, y más que nada, de la Eucaristía. Y sabemos muy bien que Dios interviene, que está la mano de Jesús y de la Virgen.

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