Hacerse Corazón de Dios Mirando a Jesús, a Su libertad, a la belleza de Su humanidad llena de luz y coraje, nos cuestionamos: “¿Mi modo de hablar, mi manera de actuar, son auténticos?” Ser auténticos no sale siempre naturalmente; tenemos que quererlo, porque a veces también nosotros somos fariseos y vivimos en falsedad. Entonces debemos encontrar la fuente de la autenticidad, de la verdad, de la transparencia, que se encuentra “en el corazón”. Dios es el Corazón. Su corazón está en nosotros y nosotros vivimos en Él. Entonces, también nosotros debemos transformarnos en “corazón”: cuando hablas, debe hablar el corazón, que dice la verdad. El corazón no se ve pero nos hace vivir: cuando deje de latir, estarás muerto. El corazón es lo que te hace vivir… y no sólo la vida exterior, sino mucho más la verdad, la libertad, la belleza, la humildad… Todo parte de allí, si se enferma el corazón se enferma todo. ¡Por eso Jesús, que ve los corazones, nos capacita para un estilo de vida auténtico, limpio, luminoso! Él puede hacerlo porque dio la vida por nosotros; está en nosotros confiar, dejarse guiar, no sofocar las llamadas de Su Corazón a nuestra conciencia. ¡Él nos dio su vida y no nos engañará nunca! Cuando decimos: “No sé qué hacer… quién sabe qué quiere el Señor de mí”, en ese momento ya estamos pensando en qué hacer, en cómo actuar; primero tendríamos que preguntarnos y preguntarle: “¿Qué quieres que yo viva?” ¡Primero está el interior! ¡Él quiere que yo viva en libertad, con alegría, protegido, con total confianza en Él, y en esa confianza podré hacer todo! A propósito les cuento una historia. Conozco una señora que su marido se embriaga siempre; hace un tiempo vino y le pregunté: “¿Cómo va tu marido?” me respondió: “Mira, Elvira, él sigue embriagándose, sigue perdiendo el trabajo, pero yo tengo confianza, sigo teniendo confianza.” Piensen, ¡luego de veinticinco años de matrimonio todavía habla así! No me dijo que en el fondo, sigue amándolo, pero lo agrego yo, porque el amor se ve, y yo vi que en ese continuar teniendo confianza estaba el amor fiel y auténtico de esa esposa por su esposo. Esa mujer tiene una fe robusta, ¡tiene confianza y la confianza es fe! También nosotros hagamos el esfuerzo para que la fe, el “Corazón de Dios”, viva en nuestro corazón y así obtendremos la fuente de Su Misericordia que continúa amándonos, queriéndonos, continúa renovando y vivificando todos los dones que nos dio, aunque a veces los hayamos usado mal. Jesús está en una continua entrega, porque Él confía mucho en nosotros, más de lo que nosotros confiamos en Él. Es como si Jesús dijese: “Y bueno… siempre juzga allí, pero confío; le dejo la memoria, la inteligencia… Esa persona siempre mira a los demás con rabia, quisiera mandar a todos, podría mirar de otro modo… pero le dejo la vista porque confío, confío: ¡antes o después cambiará!” Él nos deja Sus dones, y entre ellos, el Don de los dones: Él mismo, Su Corazón en la Eucaristía. Por eso nunca nos cansaremos de agradecerle, todo el día, todos los días.
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