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Vivamos bien la Semana Santa: todos los años la Iglesia nos conduce en este itinerario de muerte y de Resurrección, de encuentro con el fulgor de la Resurrección de Jesús, pasando por Su camino de dolor y muerte por amor. El Crucifijo, la Síndone, es Jesús martirizado, humillado, dejado con el rostro tumefacto por nuestra maldad… y estando allí, delante de Él, nos volvemos más buenos, más misericordiosos, nos hacemos más silenciosos, más receptivos al amor. Intentemos vivir estos días mirando nuestro interior. Los verdaderos problemas de la vida están adentro nuestro, no afuera, y el Crucificado es la verdad, hace verdad. Tomémonos el tiempo, en este tiempo especial de la vida de la fe, para contemplar más intensamente al Crucifijo para comprender en profundidad el inmenso amor de Dios que por nosotros nació, murió y resucitó en Jesús. Especialmente cuando más nos oprime el peso de la vida y estamos tentados al desánimo, a dejar avanzar el mal, permanezcamos frente al Crucifijo: solo allí encontraremos la paz para nuestra mente, y Su paz nos sanará de la maldad que muchas veces provocó heridas en nuestro pasado. Solo allí, en Su silencio, Jesús nos enseña a estar en silencio y comprenderemos el verdadero significado del amor que tiene el poder de transformar nuestras cruces cotidianas en fe y vida nueva. ¡Esforcémonos para escuchar a Jesús! Él habla a nuestro interior: nos toca, nos sana, nos hace crecer y madurar. Solo debemos fijar la mirada en Él, que desde la cruz sigue en silencio amando y perdonando, para darnos la fuerza para cambiar. Que el Señor de la Vida junto a Su y nuestra Madre María nos dé mucha alegría y paz en estos últimos días de Cuaresma, y que la Luz de Su Resurrección guíe y sostenga nuestros pasos hacia el encuentro con Él.
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