“Gracias, permiso, disculpa”
Roma, 12 - 13 de octubre 2013 El sábado a la mañana temprano salimos para Roma, un grupito de hermanas con Don Andrea y dos hermanos, en representación de toda la Comunidad, éramos una pequeña presencia, junto a los muchos peregrinos llegados de todas partes del mundo para recibir, en el corazón de la Iglesia, a la Virgen de Fátima. Luego de ser generosamente recibidos por nuestros amigos de “Turris Eburnea”, temprano a la tarde fuimos a la Plaza San Pedro, rezando contentos el Rosario por las calles de Roma, bajo un bello sol que nos regaló el Señor los dos días. Con sorpresa nos encontramos con mucha gente, amigos, padres de la Comunidad y compartimos nuestra alegría con ellos. La Virgen de Fátima comenzó su procesión por toda la plaza, transportada por diversos grupos de personas, consagrados y novicias. A su paso explotaba la alegría de todos los presentes con cantos, himnos y gritos, agitando –como en Fátima- los pañuelos blancos para saludar a la Virgen. Estábamos bastante cerca de la valla y a su paso le encomendamos a Madre Elvira ya la Comunidad toda. Más tarde también llegó el Papa Francisco y la Virgen era llevada hacia él desde el obelisco hasta el altar en el centro de la plaza. Se entendía el gesto de la Madre que va al encuentro del hijo, era un momento fuerte. Cuando llegó, el Papa besó la estatua de la Virgen y se quedó frente a Ella un momento en silencio. Luego dijo: María siempre nos lleva a Jesús, es una mujer de fe, una verdadera creyente, y el primer elemento de su fe es que desata el nudo del pecado. El Papa habló de los nudos que cada uno lleva adentro, de los nudos que nos sacan la paz y la serenidad, los nudos del corazón, de la desobediencia a su voluntad, nudos que su Madre puede desatar y sanar si escuchamos y nos dejamos guiar con humildad, misericordia, cercanía. A la noche regresamos a nuestro alojamiento, caminando, rezando, encontrando muchos pobres que viven en los alrededores de la plaza, compartiendo con ellos alguna manzana, pan, o una mirada y una sonrisa, como nos enseña M. Elvira; estábamos felices de poder estar allí por ella y por todos ustedes. A la noche participamos de algunos momentos de la Vigilia de oración en el Santuario del Divino Amor, donde fue llevada la Virgen, entre testimonios y grupos que cantaban. El domingo a la mañana tuvimos la alegría de encontrarnos con Clara Peyron, una gran amiga de la Comunidad, que estaba en Roma invitada para participar en representación de la Comunidad Cenacolo, en un Encuentro sobre la Mujer y en la Audiencia del Papa, llevando “el abrazo” de Madre Elvira. Nos contó entusiasmada su encuentro con el Papa y su asombro cuando al darle saludos de Madre Elvira, el Papa, maravillado, respondió: “¡Ah, Madre Elvira, por favor mándele muchos saludos, muchos!” Qué alegría saber que el Papa nos conoce y nos sostiene con su oración. Seguimos caminando y rezando hacia la Plaza San Pedro para la Misa, ya estaba lleno de gente, peregrinos, familias, jóvenes, ancianos, niños, estábamos todos juntos en este día importante en que el Papa consagraba el mundo al Corazón Inmaculado de María, el 13 de octubre, día de la última aparición de la Virgen a los Pastorcitos de Fátima y les había revelado su nombre: Soy la Virgen del Rosario. Antes de la S. Misa se rezó el Rosario delante de la Virgen. El Papa Francisco durante la homilía, simple, breve y esencial, nos recordó que agradeciéramos, decir GRACIAS, cómo algunas pequeñas palabras son muy eficaces y hacen bien al corazón. Decía, bastaría que sólo aprendiéramos a decir: “gracias, permiso, disculpa” a todos, especialmente a los que viven con nosotros, trabajan con nosotros, a nuestra mujer, a nuestro marido, a los hijos. Qué bello, a nosotros nos parecía escuchar a M. Elvira, es lo que ella nos enseña desde hace años. Terminada la Santa Misa, el Papa Francisco pasó con el papa-móvil entre los muchísimos peregrinos en la plaza y en la Avenida de la Conciliación, todos, como nosotros, esperaban un encuentro más cercano con el sucesor de Pedro. Era muy emocionante ver al Papa, incansable, que saludaba y bendecía a los peregrinos y besaba y abrazaba a los niños. Cuando el auto se nos acercó pudimos constatar cómo es una persona llena de alegría que ama estar en medio de la gente, de sus “ovejas”. Y las ovejas sienten el olor de su pastor. Al finalizar la S. Misa, con el corazón lleno de la alegría del Señor, rezamos el Credo frente a la Basílica de San Pedro, profesando nuestra fe y uniéndola a la de Pedro, piedra viva de la Iglesia, a la de los apóstoles y a la de todos los que nos precedieron en la fe. Fuimos a saludar a Gabriela, de Turris Eburnea, que nos hospedó esos dos días en Roma, y partimos de regreso para el Piamonte, haciendo una parada en la Casa de Nazaret para saludar al Obispo Diego Bona y a su hermano. Nos recibió con mucha alegría y amistad. Monseñor Bona estaba muy interesado en todo lo referente a la Comunidad, a Madre Elvira, a Padre Stefano. Nos abrazó a cada uno con afecto. En la capilla del instituto, su oración nos tocó el corazón, en especial cuando pidió a Jesús la bendición para toda la Comunidad y que ilumine a quien la conduce. ¡Qué bello, un sacerdote, un Obispo, siempre es un pastor! ¡Siempre acompaña, aunque sea de lejos, a su grey! Saludos y abrazos, también a las hermanas que con amor nos sirvieron el almuerzo. Felices de haber vivido el encuentro con María, Nuestra Señora de Fátima, de haberle consagrado nuestro corazón, nuestro camino, el de Madre Elvira, el de toda la Comunidad y el de todas las personas que llevamos en el corazón. ¡Ella nos pensará y proveerá! Sor Marica
TESTIMONIOS ROMA 12-13 OCTUBRE
Sábado, 12 de octubre, a las 15, éramos muchos en la Plaza San Pedro esperando el arribo de la Virgen. La pequeña estatua, Nuestra Señora de Fátima, llevada a pulso por cuatro personas, consagrados y consagradas que se alternaban, dio varias vueltas a la plaza pasando cerca de todos los peregrinos. Era como si dijera: “Estoy aquí, soy tu Madre, puedes confiar en mí, abrirme tu corazón…” “Ella se hizo peregrina entre los peregrinos”, diría el Papa Francisco, “el año de la fe está dedicado a María, mujer de fe, María, verdadera creyente. La estatua nos ayuda a sentir su presencia.” En efecto, era una presencia fortísima, Ella, pequeña estatua, en medio de muchísimos peregrinos en una plaza grande, Ella pequeña, humilde, dócil ¡allí estaba! A su paso, cada uno le entregaba lo que tenía de más querido en el corazón, el nudo para desatar, las personas queridas, la gracia de pedir…Ella recibía, Ella pasaba, Ella estaba. Cuando estaba por subir los escalones que la llevaban al altar frente a la puerta de la Basílica, el Papa descendió para recibirla. Este gesto de acogida frente a frente con la Virgen me conmovió: la profundidad de la mirada del Papa, que quedó grabada en todos, su postura, su recogimiento, su permanecer en silencio delante de la imagen, su saludo con una caricia, tocándola. ¡Le salió al encuentro y la invitó a entrar! Después de toda la liturgia, la “Via Matris”, la Virgen fue transportada dentro de la Basílica para ser llevada a la Iglesia del Divino Amor, donde sería la vigilia hasta las 4.30 de la mañana. El papa la siguió, entró también en la iglesia. La profundidad de estos pequeños gestos del Papa, recibirla, acompañarla, revelaban, transparentaban su profundo amor de hijo, la profundidad de esta relación. ¡El apóstol Pedro que recibe a la Madre de Jesús! Todo esto le ha dado más sabor a mi fe. ¡La fe se transmite! No sólo con las palabras, también con los pequeños gestos, simples pero llenos de grandeza….gestos hechos con amor. Allí sí se revelaron Jesús y María. Gracias, Sor María Pía
¡Viva María, Viva el Papa! Agradezco mucho el regalo de haber ido a Romas, junto con otras hermanas, hermanos consagrados y Don Andrea. El primer día el Papa recibió la estatua de la Virgen de Fátima en la Plaza de San Pedro en medio de una multitud, llegados de todo el mundo, entre los que estábamos nosotros en representación de la Comunidad Cenacolo. La Virgen pasó varias veces en medio de nosotros. Un gran movimiento de pañuelos blancos saludaba su paso, junto a cantos y sonrisas. Me tocó su silencio, su humildad. Era una estatua, pero en mi corazón comprendí la grandeza de la Virgen, pequeña, pero con un corazón grande y atento a cada uno de sus hijos. El Papa la recibió como un hijo recibe a su madre, bajando la escalera para después subir juntos. Me conmovió su respeto y amor en el encuentro, en los gestos que tenía hacia Ella. El Papa mientras rezaba estaba orientado hacia Ella y le consagró el mundo entero. El domingo también fuimos a la Plaza San Pedro y estuvimos en la Santa Misa presidida por el Papa. ¡Qué regalo! Éramos una gran familia cerca de “Pedro”, se sentía la oración. ¡Gracias a Dios por el Papa Francisco! ¡Viva el Papa, Viva la Iglesia! Gracias, Sor Susan
El corazón de la Iglesia nos llama a rezar todos juntos en Roma en conmemoración de la última aparición de la Virgen en Fátima, el 13 de octubre. En el viaje nació en mi corazón el deseo de rezar por mi vocación y por la de todos os consagrados de la Comunidad, para que podamos vivir con coherencia nuestra consagración en cualquier situación de la vida. El momento del encuentro con la Virgen de Fátima fue un momento muy fuerte de oración y de entusiasmo sin fin. Sentí muy fuerte nuestra presencia dentro de la Iglesia (hermanas y hermanos consagrados) cuando el Papa recibió a la Virgen y la saludó. Sus palabras tocaron los corazones sedientos de verdad profunda y de verdadera alegría. En estos años de Comunidad me doy cuenta que la Virgen siempre me acompañó en el camino y ahora me pide algo más. Para ser una consagrada libre y alegre debo tener el corazón íntegro, no dividido. Un corazón capaz de velar sus propios sentimientos y deseos, purificándolo continuamente de las tentaciones del mal y del mundo. Un corazón sin pensamientos superficiales y falsos que dividen por dentro y te impiden ver la verdad de ti misma y de los demás. Hoy el Santo Padre encomienda la Iglesia y todo el mundo a la Virgen de Fátima ¡y toda la Iglesia está en oración! Hoy pido la gracia de tener un corazón unido en el bien en cada situación de la vida. El momento más fuerte fue cuando el Papa Francisco pasaba saludando a la gente y llegaba a la “periferia” de la plaza de San Pedro. Su alegría tocaba el corazón, era una alegría sin fin, que brota de un corazón unido a Jesús y a María…un corazón que late por cada uno de nosotros en plenitud. Gracias, Señor Jesús, por este regalo, te encomiendo a todos los jóvenes del mundo para que te encuentren a través de tu Madre, que hoy es el corazón de la Iglesia y está viva en nuestras vidas. Gracias, Sor Anett
En nuestra misión de Bahía, hoy 12 de octubre es la fiesta de Nuestra Señora Aparecida, y todos los niños están en una gran fiesta por los 10 años de la misión. En el pulman a Roma recordamos esto y rezamos juntos por los niños que están allá y por los que ya salieron. Muchos recuerdos felices inundan mi mente y mi corazón….Y hoy, justo hoy, la Virgen de Fátima (justo la original de Fátima) viene a encontrarnos a la Plaza de San Pedro. La Virgen pasa lentamente en medio de mucha gente que quiere verla, su paso me deja alegría y paz. No dejo de agitar el pañuelo blanco y de cantar a los gritos una canción a la Virgen de un Movimiento amigo que están animando la celebración. Hacía años que no escuchaba estos cantos. Hasta que un hombre de seguridad me dice que pare y que me gire para adelante! Efectivamente, por mirar a la Virgen que ya llegaba a la fuente, me había girado hacia atrás. Estaba tan feliz y alegre que solo quería alabar a María y cantarle. Una estela ininterrumpida de personas pasa delante de la Virgen para decirle una oración. ¡Qué bello, cada uno le ofrece a la Virgen lo que es y lo que tiene! Gracias María porque recibes a todos tus hijos con confianza y amor, gracias. Gracias, Sor Cristina
En Roma fueron dos días de alegría y de oración junto a muchos peregrinos, para recibir a la Virgen de Fátima. Personalmente tenía mucha gratitud en el corazón. Nunca estuve en Fátima, pero sentía que la Virgen venía a mi encuentro como siempre. Cuando comenzaron a llevarla en procesión por la plaza, lo que más me tocó fue ver al Papa, quieto en el atrio y la Virgen que iba hacia él. La Madre que iba al encuentro de su hijo. Luego el Papa le dijo: “¡Una Mujer de Fe, una Verdadera Creyente!” Estas palabras me llegaron directo al corazón, ¿soy yo una verdadera creyente? Es cierto que quiero serlo, pero me siento siempre en camino: ¿si no pongo la Fe en las cosas pequeñas cómo voy a ponerla cuando se me pide más? Volví a casa más rica, la amistad compartida, la oración, la vida de los otros, el encuentro con tanta gente, las palabras del Papa Francisco en la simple homilía del domingo. El Papa siempre tiene tres palabras. Esta vez eran: “Disculpa, permiso, gracias.” Me parecían palabras de M. Elvira y me sentí muy afortunada, en medio de tantos jóvenes que buscan la vida verdadera, la esperanza, la alegría, yo encontré una Hermana, una Mujer, una Verdadera Creyente, que me hizo ver concretamente con mis ojos, que esto existe y que hoy puedo vivirlo junto a los hermanos, a las hermanas, a los niños, a todos. Gracias, Sor Marica
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