ItalianoHrvatskiEnglishFrançaisDeutchEspañolPortuguesePo PolskuSlovakia     

 

Peregrinación a Cezstochowa

Pagno, 30 de agosto 2013

“Ustedes son la sal de la tierra” Mt 5, 13-16

¡Era el lema de nuestra peregrinación!!
Recién llegamos de Polonia, llevamos a todos ustedes a la Virgen negra, nuestra Madre de Cezstochowa, una Madre de rostro sufriente, una Madre que abraza nuestras cruces, nuestro pecado, nuestro cansancio, nuestro llanto, nuestras heridas ¡y nos abraza tiernamente!
Partimos cargados con P. Andrea, algunos hermanos consagrados, las novicias, algunas hermanas, dos parejas de novios y otros chicos y chicas. La primera parada fue en Austria, donde Fr. Georg nos esperaba con alegría. Luego de la bella Santa Misa celebrada por P. Andera, partimos a Polonia. Cuando llegamos fuimos muy bien recibidos por nuestros jóvenes y por el Hermano Slaven. Luego de las indicaciones sobre el camino que  haríamos, ofreceríamos, rezaríamos cantaríamos, disfrutaríamos y compartiríamos, se celebró la Santa Misa en la Plaza de Tarnow con el Obispo y todos los peregrinos, cerca de 10.000 personas. Estábamos cargadísimos: mochila, botella de agua, colchoneta… gracias a los chicos de Polonia, que nos seguían fielmente con la camioneta, no nos faltó nada y cuando llegábamos a cada etapa ya estaban instalados con agua, té, café,  golosinas y pasta. El almuerzo y la cena eran al estilo campamento, con horno a gas; ¡verlo llegar era una alegría, especialmente en las etapas más largas! ¡El primer día  fueron 25 km. (en total el peregrinaje era de 250 km) todo bien los músculos duros pero todos en pie! A la noche llegamos al Santuario de Beata Carolina, la patrona de nuestro grupo, una joven mártir de 16 años, asesinada hace 100 años al huir de la violencia de un soldado ruso. A la tarde nos habían contado su historia que es parecida a la de Santa María Goretti, una chica que quería permanecer pura para el Señor. Nuestro grupo era de ceca de 200 personas, nosotros del Cenacolo y muchos jóvenes, ancianos, adolescentes, niños, sacerdotes, diáconos polacos, que ya nos conocían ya que este año es la novena peregrinación que hacemos con ellos: ya sabían nuestras canciones, los gestos y tenían la traducción en polaco; un bello intercambio de música y oración. Rezábamos primero en polaco, después  en italiano, español, inglés. Es segundo día quedará en la memoria y en los “estigmas” de muchos pies: 42 km a pie, pocas paradas, mucha agua y golosinas. A la noche hicimos un “film” de cómo caminábamos, alguno encorvado, doblado al medio, otros atrás. Cuando llegamos a la última parada en una cancha de fútbol, las hermanas y las chicas estábamos en el suelo, casi sin palabras; el Padre y los chicos todavía les quedaba algo de fuerza y buen corazón y nos sirvieron la cena, también ellos rengueando y con alguna lastimadura en los pies. Las hermanas y las chicas fuimos hospedadas en la casas, muchas familias abrían sus puertas ofreciendo buenas “picantes” sopas polacas, pan, dulces… ¡era un don poder hacerlo! En cambio, los chicos dormían en carpas, con escarcha por la mañana ¡la noche polaca, aún en agosto es fría!
Cada día se volvía a arrancar con mucha alegría y entusiasmo: nos despertábamos a las 5 o a las 4.30 y a andar, el camino seguía. En las paradas de los primeros días la gente nos ofrecía de beber y de comer junto al camino y mucha gente nos saludaba desde el borde de la calle: niños, ancianos, familias, esta peregrinación es un momento de fe fuerte para los polacos, es ir todos juntos a la Madre para rezar y agradecer. Había bebes y niños chicos.
El 25 de agosto, vigilia de la Solemnidad de la Virgen Negra, Reina de Polonia, llegamos al Santuario todos, mucho más unidos en el corazón gracias al camino hecho con alegría, dificultades, siempre acompañados por la oración que nos dio esta posibilidad!
Llegamos muy emocionados frente al cuadro de la Virgen, la miramos intensamente a los ojos y le ofrecimos nuestras oraciones por Madre Elvira, nuestros sacerdotes, la Comunidad y todas las personas encomendadas a nuestras oraciones.

SÓLO UN AVEMARIA
Soy el papá de un ex de la Comunidad. Mientras hacía una experiencia en Saluzzo luego de la ‘Fiesta de la Vida’, tuve el gran don de unirme a la peregrinación a Cezstochowa. Sabía muy poco al respecto pero cuando le dije a un joven dónde iría me pidió que rece por él cuando llegara a la Virgen Negra de Cezstochowa: “Es todo lo que te pido papá, sólo reza un Avemaría por mí por favor.” Es lo que aprendí y es mi testimonio.
Luego de una bellísima Misa de Padre Stefano y de recibir la bendición de Madre Elvira junto a la casa de Pagno, partimos los peregrinos. Padre Andrea, ocho hermanas, algunos consagrados y numerosos chicos y chicas de la Comunidad. Acomodados en tres combis partimos con muchas oraciones e intenciones.
Todavía no sabía qué pasaría; estaba nervioso en las primeras 24 horas de viaje, al salir de Italia y  llegar a Austria, luego República Checa, Eslovaquia y finalmente Polonia. Una de las hermanas me dijo al empezar el viaje: “Papá, cuando empezamos un viaje rezamos las 1000 Avemarías”. Y bueno, una a una, las terminamos sin darnos cuenta. Luego de viajar una segunda noche hacia la fraternidad de Polonia, tuvimos una espléndida Misa en Tarnow. La plaza de la ciudad estaba llena de  ancianos y jóvenes que cantaban y rezaban. Había un número incalculable de personas que gritaban desde  las veredas, de los balcones, de  los portales de las casas  mientras atravesábamos la ciudad y salíamos. Era un espectáculo, yo nunca había estado en un lugar de tanta alegría y oración. Era como una caminata en plena ‘ Fiesta de la Vida’. Nuestro grupo, de más de 200 personas, fue encomendado a la Beata Carolina, así fuimos cantando y rezando a ella  durante el largo camino entre las pequeñas ciudades, los bosques y los campos de Polonia.
Los días pasaron así. Acampábamos en  los campos,  en galpones de heno, en las propiedades de las pequeñas Iglesias. Cada día celebrando la Misa al aire libre, en el campo abierto o entre árboles del bosque. Cada parada era en lugares amables y de oración venida de las iglesias y  personas del lugar. Los peregrinos llevaban  sobre la espalda  la carga del otro, se ayudaban a levantarse luego de  sentarse o arrodillarse, traduciendo al que no entendía, compartiendo el agua, el pan, los caramelos. Yo fui ayudado de muchas maneras e incontables veces por las hermanas, por los jóvenes de la Comunidad. Cada uno de estos actos de gentileza eran un Ave María más, una pequeña oración o un signo de la cruz.
La expansión de amor y oración iba creciendo. Niños pequeños,  campesinos, ancianos, comerciantes, adolescentes y familias a lo largo del camino, con sol o con lluvia, nos saludaban y nos ofrecían oraciones, agua, jugo, fruta, verduras. Un Ave María cada vez…así como nosotros cantábamos y rezábamos por ellos, ellos cantaban y rezaban a María  por nosotros. Los cielos de nuestro largo camino  de oración y sufrimiento se llenaron de miles de Ave Marías de gente que rezaba unos por otros – los que caminaban y los que estaban al lado del camino saludando….ríos de gracia y alegría hacían  desparecer la tristeza y el mal, un Ave María por vez. El dolor y la incomodidad eran insignificantes. Sólo podía sonreír. Hay muchos recuerdos que  ahora están madurando. Sigo aprendiendo de este don recibido. Estoy agradecido a Dios que me permitió vivir esto.
Gracias a Madre Elvira, a Padre Stefano, a Padre Andrea, a las hermanas, a mis traductores, a todos los que me ayudaron de tantas formas. Ahora tengo nuevos amigos para toda la vida.
Me conmovió el respeto que se tienen entre sí los jóvenes de la Comunidad. Me conmovió la alegría más que  el lamento, la aceptación de la dificultad, la paz aún en el  sufrimiento por los pies  doloridos e hinchados, las subidas  eternas, el sol caluroso, la lluvia y las carpas  mojadas. Esto se podría definir con una frase de Madre Elvira: La libertad que te da el sufrimiento. Aprendí que la Comunidad no es sólo un lugar  que te “limpia”  de la droga. Es el lugar para aprender a aceptar la dificultad, a respetarte, a respetar y amar a los demás, a rezar para ser un buen padre, una buena madre, un buen marido.
El camino fue muy difícil, pero como padre no  comprenderé nunca los sufrimientos  que mi hijo  vivió en los años antes de la Comunidad. Nunca. No importa cuántas experiencias viva, lo que aprenda. Nunca entenderé  el sufrimiento de tantos jóvenes antes de la Comunidad, y durante su camino. Pero después de cada experiencia, entiendo que ellos sufren de muchos modos –grandes y pequeños- más de lo que yo puedo imaginar. Yo pido que los chicos y chicas de la Comunidad no  prueben nunca el dolor de ver a sus hijos perder  lentamente su vida en la tristeza y la indiferencia de la droga. Nunca. Ya sufrieron bastante. Yo rezo para que sus niños crezcan en la paz y alegría que vienen de la oración y el sufrimiento.
Aquí aprendí lo que es la oración, lo que es la Comunidad y cómo rezar. Un kilometro por vez. Un saludo a un niño, una sonrisa a un hombre o a una mujer, la señal de la cruz, una botella de agua y un pedazo de pan compartido.
Y después, “sólo un Ave María” por vez. Esto es lo que yo aprendí, este es mi testimonio. El milagro de Cezstochowa.
Papa Dan

Album photo...

Imprimir esta páginaImprimir esta página