A las 5.30 de la mañana el Cenacolo desembarca de nuevo en Roma; en efecto, no ha pasado mucho tiempo desde que saludamos al Papa Benedicto, pero ¿cómo nos íbamos a perder la Santa Misa de la inauguración del Ministerio Petrino del Papa Francesco justo en el día de San José? Así que otra vez a la capital: hermanos y hermanas, conducidos por padre Stefano y acompañados por el amigo padre Beppe de Manta. Viajamos toda la noche, el cielo todavía está oscuro y está fresco, pero el calor de la gente que espera como nosotros que se abra el portón para ingresar a la plaza San Pedro, nos hace olvidar el cansancio. Poco a poco fuimos entrando y éramos recibidos por el “abrazo” de la columnata de San Pedro. Nos ubicamos en la plaza y empezamos a agitar nuestras “manos” de colores, a rezar el Rosario y a cantar canciones con “gestos”; calentamos nuestro corazón a la espera del Papa Francisco, mientras el cielo subía por el cielo azul. Cuando llegó el Papa, lo recibimos con una fiesta de colores, gritos de alegría y banderas al viento. Lo sentimos cercano gracias a su manera serena y tierna de ir al encuentro de las personas, especialmente de los enfermos y de los niños, y también porque eligió un “papamóvil” sin vidrios de protección. Después de la alegría de ese momento toda la plaza entró en un silencio litúrgico y atento. En las pantallas gigantes seguimos al Papa recogido en oración en la tumba de San Pedro, junto a los Patriarcas de las Iglesias Orientales; vimos que se le entregaron dos “símbolos”: el “palio papal” es una estola blanca con cruces hacia la que apuntan tres pinches, símbolo de los clavos de la Pasión de Cristo; y el “Anillo del pescador”, sello de Pedro a quien Jesús le entregó las llaves del Reino de los Cielos. Después comenzó la celebración. Como nosotros, muchos otros jóvenes, consagrados, religiosas, familias y niños, de todos los países y regiones, sintieron la necesidad de participar con seriedad y recogimiento en un evento histórico y colmado de gracia. Luego del Evangelio, todos esperábamos las palabras del Papa. “Custodiar, custodiar, custodiar”: es lo que queda en el corazón al finalizar la homilía. El Papa Francisco, partiendo de la figura de San José, custodio de la Sagrada Familia y de la Iglesia, explicó de manera sencilla y conmovedora la importancia de “cuidarse” a sí mismo, a las personas que nos rodean y a la creación, pero también cuidar a los más pobres, cuidar nuestros dones. Habló de la humildad y del espíritu de servicio de San José y nos dijo que “servir” es lo único que nos hace verdaderamente grandes – traducido a las palabras de Madre Elvira: “¡Servir es reinar!” Además dijo: “No tenemos que tener miedo de la bondad, de la ternura”, al hablar de San José, hombre fuerte pero capaz de gestos de ternura y de bondad, los mismos gestos que hoy pueden hacer que nuestro cielo sea menos gris. Finalizada la Misa, vigorizados por la sonrisa y las palabras del Papa Francisco, cantamos y bailamos por la alegría que teníamos y con muchas personas que estaban cerca y se contagiaron de nuestra libertad. Después entramos en la Basílica de San Pedro donde vivimos unos momentos de intensa oración ante las tumbas de Juan Pablo II y de San Pedro. A las 15 puntualmente rezamos la Coronilla de la Divina Misericordia en la iglesia Espíritu Santo en Sassia, dedicada por Juan Pablo II al culto de la Divina Misericordia. Rezamos luego un Rosario caminado en las columnas de la Plaza San Pedro, mientras el sol desaparece detrás de las nubes y finalizamos con la Misa en la iglesia de la Divina Misericordia, una imagen de San José adornada con flores perfumadas estaba junto al altar. Padre Stefano recuerda en la Misa a todos nuestros padres en su día y nos comparte que el Papa es el “papá” de la Iglesia y que el Papa Francisco nos dio la impresión de un papá afectuoso y atento de sus hijos. Tocamos por última vez la canción de San Francisco y cantamos: “Francisco anda, repara mi casa; Francisco anda, ¿no ves que está en ruinas?...” y luego ya regresamos a las combis. Nos espera un largo viaje para regresar a Saluzzo, pero la alegría del corazón es mucha. ¡Vale la pena!! ¡Gracias San José y gracias Papa Francisco!
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