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Bajo la mirada materna de María partimos desde muchas de las casas europeas de la Comunidad hasta llegar a Polonia y participar de la peregrinación a Czestochowa. Caminar nueve días hacia la Virgen Negra, Patrona de Polonia, llenos de expectativas, de entusiasmo, de intenciones para la oración y con un poco de miedo de no lograrlo. Compartimos días intensos de oración, de amistad, de alegría, de muchas sorpresas, pero también de sacrificio, de dificultad, de cansancio, dolor, desencuentros y reconciliaciones entre nosotros; en pocas palabras, una riqueza de vida que nos unió mucho más. La peregrinación comenzó con la celebración de la Santa Misa en la plaza de Tarnow, celebrada por el Obispo Auxiliar Mons. Wieslaw Lachowicz. En la homilia nos hizo comprender sobre la importancia de la peregrinación, tomando como ejemplo a Abraham, que partió por la llamada de Dios y con la promesa de llevar la bendición a todos los pueblos de la tierra. Nos ayudó a partir con un sentido más profundo. Estamos aquí porque la Madre nos llamó, a cada uno por su nombre, personalmente, para caminar no sólo por nosotros mismos, sino llevando en la oración, en el corazón, en nuestros pies a toda la Comunidad, a nuestras familias, a los enfermos, a los niños, a las misiones, a los amigos, a las personas que se acercan, a los que tienen más necesidad de que los alcance el amor de Dios, la esperanza, el consuelo. ¡Qué alegría descubrir que cada paso que dábamos hacia el santuario podía ser un paso de crecimiento en la fe, en el amor, en la esperanza para cualquier “pequeño” que Dios ama! Toda la peregrinación nos acompañó nuestra patrona, la Beata Karolina Kuzkówna, Mártir de la pureza; cada día fuimos descubriendo detalles de la vida de esta jovencita de dieciséis años, que nos mostró la belleza de una vida limpia y entregada a Dios hasta la sangre. Las calles estaban llenas de gente que se acercaba a saludarnos, a confiarnos sus intenciones, a tomarnos un minuto las manos, a mirarnos a la cara y viendo tantos ojos con lágrimas sentimos que no era sólo el espectáculo de mirarnos sino el querer ser parte de la peregrinación: se pusieron en camino en medio nuestro para encomendarle a la Madre de Polonia las cargas y la esperanza que tenían en el corazón y para recibir Su bendición. La confianza y la fe que nos tenían conmovieron nuestros corazones. En la peregrinación pasamos por muchos pueblitos, por pequeñas ciudades, encontramos muchas personas que nos esperaban en las calles, que abrían su corazón con generosidad, nos regalaban lo que tenían: una sonrisa, una flor, una fruta, algo para beber… Nos preguntábamos cómo nos querían así. Qué podríamos darles a cambio. ¿Por qué los ancianos se conmovían cuando nos veían pasar? ¿Por qué se ilumina el rostro de mucha gente cuando la saludamos? ¿Por qué los niños se alegran de “chocar esos cinco” con nosotros? ¡Porque esperan todavía el anuncio alegre, el anuncio de que la fe de sus padres está viva, que hay esperanza, que la Virgen Negra sigue bendiciéndolos, sigue protegiendo a Polonia y al mundo! Cada día fue pleno, no sólo por los kilómetros recorridos, sino por el alimento espiritual que nos fue preparando para el encuentro con la Virgen Negra; no había un momento vacío, todo fue bien organizado, lleno, sustancioso. La Santa Misa, celebrada cotidianamente, en una cancha de fútbol o en medio del bosque, las paradas para descansar, con una tisana lista preparada por nuestros chicos, que con la combi nos seguían fielmente preparando las comidas, armando y desarmando las carpas en cada etapa, tendiendo la ropa lavada, con la esperanza de que se seque rápido. Durante los descansos era muy frecuente visitar a la “sanitarka”, una ambulancia que buscaban todos los peregrinos “heridos”. Nos cuidaban de un modo muy gentil. Nos tocó mucho la acogida de la gente, humilde, hasta pobres, sencillos, que nos abrieron sus casas y sus corazones, haciéndonos un lugar, ofreciéndonos generosamente la cena y el desayuno, una torta hecha en casa, la leche fresca de las vacas….Hasta que finalmente, el idioma ya no era un obstáculo, porque el lenguaje del amor es universal. Cuánta alegría recibimos y dimos con gestos simples, teniendo la mano de una abuela, sonriendo, jugando un poco con los niños, tratando de balbucear las palabras en polaco, asegurándoles , con el gesto de las manos juntas, que los “llevábamos” con nosotros a la Virgen… Así llegó el día noveno, el momento de alcanzar la meta tan deseada, el Santuario de Jasna Gora. Por las calles de Czestochowa y la larga avenida que lleva al Santuario, un grupo y otro nos fuimos juntando todos: ¡¡un río de millares de peregrinos, con una alegría que golpeaba en el pecho y que se expresaba en los cantos, en los gestos, en los rostros luminosos!! ¡María, estamos llegando! El momento fuerte fue cuando todos juntos nos postramos, tendiéndonos sobre la tierra del Santuario para saludar a la Virgen, encomendándonos a Ella, nosotros y todas las intenciones con las que habíamos caminado. Luego nuestros pasos se dirigieron al cuadro de la Virgen Negra: ¡Verdaderamente es una Virgen que nos “pertenece” profundamente! Observando su rostro estropeado se percibe cuánto sufrió por sus hijos, pero sin embargo sus ojos llenos de ternura hablan de su corazón materno. Haciéndose ver con esos signos de violencia en la mejilla nos da coraje para no tener miedo, para no avergonzarnos de nuestras heridas, de las señales que el mal dejó en nosotros, porque su hijo Jesús venció también por nosotros! Porque, como cantan los jóvenes polacos “el amor es más fuerte que la muerte”.
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