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«Nunca imaginé
que los jóvenes que antes
huyevan de sí mismos,
podría llegar a ser libre!
Libre al punto de dejar
sus propios deseos
y sus pertenencias para ir
para ayudar a los niños pobres,
compartiendo con ellos
la vida en el servicio»
Nuestras misiones nacieron del corazón de Nicola, un joven que llegó a la Comunidad muy herido por el mundo de los adultos. Después de haber encontrado la Misericordia de Dios, sintió el deseo cada vez más fuerte de que la Comunidad extendiera su corazón hasta muchos niños que sufren a causa del egoísmo de los grandes. A menudo me decía que si se curara del SIDA, donaría su vida a los “meniños de rua” de Brasil: ¡era su sueño! Ofreció su sufrimiento por esta intención hasta la muerte, que vivida “santamente” generó nuestras misiones para los niños de la calle. ¡Piensen qué milagro! La vida recuperada de un “tóxico” se hace fuente de misiones. Nunca hubiera pensado ni imaginado que luego de un camino de liberación, de oración, de sacrificio, de luchas cotidianas, visibles e interiores, esos jóvenes que primero escapaban de sí mismos, que eran egoístas, mentirosos, holgazanes y falsos ¡se transformarían en hombres libres! Libres al punto de dejar de lado sus propios deseos y proyectos, sus cosas materiales, para ir a ayudar a los niños pobres, compartiendo gratuitamente la vida con ellos en el servicio. Esto es tan bello que sólo puede venir de la fantasía del Espíritu Santo, que escribió esta nueva página en la historia de la Comunidad. Y el lápiz somos nosotros, que nos dejamos usar por Él y permitimos que Dios escriba páginas de bondad, de verdad, de belleza. Él es quien lo inventó y puso en el corazón de estos jóvenes el coraje de donar parte de sus vidas a los niños, a personas que sufrieron tanto o más que ellos. Él es quien les hizo percibir que lo que habían recibido gratuitamente, ahora lo podían donar. Van a la misión felices de entregar y transmitir lo que descubrieron: la bondad, la humildad, la paciencia, no pretender del otro. Pero especialmente van para ser una presencia pacífica de bondad, de bien que se pone a servir y educar la vida. Hoy, el Espíritu Santo realiza estas cosas a través de jóvenes que en vez de andar dando vueltas y hacerse los tontos, parten para amar y servir vidas que no conocen, niños que no son sus hijos. Dejan sus países para ir donde hay hijos de Dios que no son amados, pero son hijos de Dios. También nosotros somos hijos de Dios y también nosotros experimentamos la falta de amor, sabemos lo que quiere decir. No es la voz de la sangre o de la carne la que los llama a dar este paso; no es la voz de un interés humano: es otra voz. ¿Quién tiene el poder para dar a los jóvenes esta fuerza, este coraje y riesgo? ¡Es la voz de Dios dentro de nosotros, la voz del amor! Estos jóvenes pensaban que esa voz no habitaba en ellos, en cambio descubrieron que la voz del amor estaba viva en su consciencia, presente, voz de Dios que se convirtió en determinación, decisión, coraje, entusiasmo, espera, alegría. El Señor puso en ellos el deseo de entrar en la verdad de la vida y, como lo hizo Jesús, de entregarla. A menudo le digo a los jóvenes: “No tengan miedo de entregar la vida, porque das una y te encuentras cientos, miles de vidas….¡dentro de ti!” Lo dijo Jesús: Quien pierde su vida la encontrará centuplicada. Ser misionero es primerio que nada, perder tu vida, donarte hasta el punto de olvidarte hasta de cómo te llamas por amor, en el amor. En la misión, el misionero es el que, después que Dios ha transformado su corazón, transforma el lugar donde vive, los rostros tristes con los que vive en alegres, de oscuros en luminosos. Antes de partir les recordamos a nuestros misioneros que sólo podrán estar de pie si aprenden a estar de rodillas. Porque el sufrimiento de los niños de aquellas tierras y el de las personas pobres, a veces se hace cansancio físico y moral. Pero si rezan, la vida renacerá todos los días dentro de ellos, con nueva fuerza, la fuerza de Dios. Por eso deben elegir una calidad de oración que sea propia del misionero. Les digo a los jóvenes que deben partir con un único proyecto: ¡dar la vida, y basta! La vida son los ojos, la palabra, las manos, los pies, todo. No van a ayudar, van a aprender a ser hombres y mujeres fieles en el servicio, maduros en la fe, para vivir un amor desinteresado, libre, fuerte, paciente, un amor que nunca se ofende. ¡Van a la escuela del amor y sus maestros serán los niños! Deben callar, saber observar, escuchar, sonreír, servir y después, si verdaderamente es necesario, hablar. (De una catequesis de Madre Elvira) |
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