JOVANA
Soy Jovana, de Serbia, estoy muy feliz de poder testimoniar mi resurrección gracias a la Comunidad. Hace algunos años que vivo en esta gran familia y cada vez más me doy cuenta que cada cambio es obra de Dios. Cuando era chica era rebelde, quería mostrarme distinta a los demás para llamar la atención. El divorcio de mis padres marcó profundamente mi vida; me causó mucho sufrimiento y dolor, pero más que nada creó un vacío interior por tener que crecer sin la presencia del padre. Crecí pensando que ser libre era hacer lo que quería, llamando la atención de los demás y a la vez, escondiendo lo que verdaderamente sentía. Me mostraba diferente a lo que era, siempre en rebeldía con la vida, me cerraba cada vez más. Por primera vez encontré el camino de la droga a los trece años, comencé pensando que había encontrado el remedio para mis sufrimientos: creía que había encontrado la fuerza que me faltaba. Me hice un mundo personal, lleno de ilusiones, durante 10 años. Solo pensaba en divertirme pero me encontré sola y triste, sin forma de salir de la oscuridad de la dependencia. Necesitaba ayuda y me la ofrecieron muchas veces pero la rechacé, pensando que saldría sola o que ése era mi destino para siempre. Mi madre encontró la Comunidad Cenacolo y en seguida se dio cuenta que era lo que yo necesitaba, un cambio de vida radical. Gracias a su perseverancia entré en la Comunidad. Al principio me costó mucho, especialmente la relación con mi “ángel custodio”, la chica que estaba conmigo. Para mí era muy difícil aceptar cualquier ayuda y creer que se podía vivir de un modo simple. No creía que las personas pudieran quererse sin interés. Me quedé en la Comunidad porque me sentí recibida y amada tal como era, sentía en el fondo, que era el lugar justo para mí. Al ver a las chicas que me recibieron, su verdad, su amistad y oración, comprendí que la verdadera libertad se encuentra aquí. Me llevó mucho tiempo reconstruir la confianza en mí misma y en las personas que me rodean. Cada día luché para quedarme y elegir el bien. En los momentos en que no tenía más ganas ni fe, las hermanas la ponían por mí, lo que me llevó a no rendirme. Cuando llegué a la fraternidad en la que vivo ahora, en Varazdin, Croacia, donde hay niños, familias, hermanos y hermanas, me fui abriendo más a la fe y al servicio. Los niños despertaron algo bello que estaba en mí, me arrancan la sonrisa aun en la dificultad, hacen salir lo mejor de mí. Me alegra la novedad de cada día. Hoy sé que tengo un Padre que está cercano siempre, que me perdona, que llena cada vacío que todavía tengo y en mi corazón nació el deseo de ser una persona cada vez más buena. Con Dios en el corazón me siento resucitada junto a Jesús: quiero vivir mi vida nueva con una esperanza viva. ¡Gracias!
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