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Chiara B.

Me llamo Chiara, soy de Padua y hoy quiero compartir con ustedes mi resurrección. Agradezco a la Comunidad que me recibió hace unos años, ya que el encuentro vivo con Dios cambió mi vida.
Entré perdida, desesperada, muerta por dentro, pero en el fondo deseaba que algo cambiara y así fue. Dios me tomó de la mano y hasta ahora me acompaña en este estupendo camino de la vida. Provengo de una familia católica, unida; mis padres no me hicieron faltar nada y siempre me sentí querida. Cuando yo tenía siete años nos mudamos a Padua, desde Sicilia, y fue difícil para mí: cambiar de escuela, de amigos, dejar a los parientes… sufrí mucho y me empecé a alejar de todos. Tenía mucha rabia y tristeza, ya no quería vivir, todo era un peso para mí. En una peregrinación que hice a Medjugorje con mi familia, algo cambió: el encuentro con María transformó mi corazón, no había más tristeza. Empecé a jugar al fútbol, a tener amigos, estaba sonriente y extravertida, me sentía bien. A los quince años me operaron de la columna y tuve que dejar de jugar fútbol. Allí comenzaron mis problemas. Para pasar el tiempo, empecé a salir de noche con amigos, a ir a la discoteca; me sentía muy sola, con rabia y confusión. Ya no sabía quién era, me conformaba con hacer lo que hacían los otros. Así empecé a drogarme. Al principio pensaba que era divertido, me sentía grande y fuerte, pero poco a poco, con los años, se transformó en un peso. En casa peleaba a menudo con mis padres, decía muchas mentiras y me sentía vacía. Empecé a ir a una psicóloga que me dio antidepresivos ya que no quería vivir. Gracias a que había conocido la Comunidad en Medjugorje comprendí que necesitaba ayuda y que la Comunidad era mi única esperanza. La gracia de Dios me hizo entrar. Vi cómo Dios actuaba en las chicas que me recibieron; la luz y la alegría de sus ojos me empujaron a abrir el corazón. El amor y la atención que muchas chicas demostraban hacia mí me  conmovió… no podía ser indiferente, el milagro estaba justo enfrente de mí. En la oración frente a Jesús Eucaristía comprendí que podía ser libre. Comencé a dar mis primeros pasos haciendo amistad con mi “ángel custodio”, a confiar y a abrirme con ella. Después de un tiempo me sentí mejor, no estaba más deprimida y quería vivir. Aunque me costaba aceptarme a mí misma, mis pobrezas y mi historia, sabiendo que el camino hacia la libertad era largo, sin embargo, quería intentarlo.
Cuando tenía dos años de Comunidad me propusieron ir a abrir la casa de Florida: estaba muy contenta, siempre había soñado con eso. Cuando partí pensaba que ya había hecho un largo camino y que ahora todo sería más fácil. Obviamente, mi orgullo me había cegado una vez más. Mi renacimiento ocurrió allí. Me costó muchísimo, las chicas me decían muchas verdades que debía afrontar y cambiar: mi egoísmo, mi orgullo, la falta de amor hacia los demás… Le pedí ayuda a Dios y, como siempre, vino en mi ayuda. La oración y el Rosario fueron mi  salvación. Comprendí que podía cambiar solo si me encomendaba a Dios. Mis hermanas “americanas” fueron una bendición para mí: me amaron y derritieron el hielo que tenía en  mi corazón, fueron mi escuela de amor. Empecé a confiar en Dios completamente, a no tener miedo de amar aunque tuviera que sufrir, a ser una amiga verdadera, a pedir perdón y recomenzar luego de cada caída. Aprendí a  amarme y aceptarme para poder amar y servir con alegría a mis hermanas. Dios colmó mi corazón con un amor verdadero y limpio hacia mí y hacia los demás. Comprendí que la alegría de la vida es donarla a los demás:¡dar, dar, y seguir dando! A veces, una simple sonrisa puede cambiar la vida de la hermana que tienes al lado. Hoy quiero ser una mujer que ama incondicionalmente, sin límites y es lo que me hace feliz, me da paz. He recibido mucho de la Comunidad, de las hermanas, de Dios, deseo entregar otro tanto.
Agradezco de corazón a Dios por haberme recibido, amado y querido, por haber cambiado mi vida, por haberme devuelto la alegría de vivir gracias a la Comunidad.
Gracias Jesús, por haberme dado la gracia de ser parte de esta obra de Dios.

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