EDUCARSE PARA EDUCAR
“Para renacer, el hijo necesita padres que estén unidos, que estén firmes y unidos, que se sostengan mutuamente, que estén “juntos” para salvar la vida que “generaron” juntos.” Madre Elvira
Recibir la cruz como un don No piensen en el hijo hoy, que tiene dieciocho, veinte, treinta años; piénsenlo cuando tenía un año, un año y medio, dos, tres años. ¡No educamos a nuestros niños! Que nadie se “devane los sesos” para buscar una justificación, motivos que expliquen que “nosotros no fuimos así”, porque ese niño no nació drogado. Tampoco nos preguntemos: “¿Por qué, dónde me equivoqué? ¿Si me equivoqué, cuándo fue?...” No nos preguntemos estas cosas. Hoy debemos aceptar esta realidad en la fe, creyendo que es un regalo, para recibir lo que ese “don” le quiere decir a nuestra vida. Tu hijo o hija “perdido” es un don que debes reconocer, aceptar y recibir; de otra forma seguiremos echándole encima nuestras justificaciones y nuestra condena. ¡Cuántos padres no aceptan el problema del hijo, lo esconden, se avergüenzan, se quedan en la “fachada” para salvar la apariencia, en el miedo al juicio de los demás! Tienen miedo de mirar a la cara su propio “fracaso”, de poner sobre la mesa el problema, de crecer. Cuántos siguen culpándose uno al otro: “Tú no estabas nunca, siempre trabajando!” “Tú le dabas todos los gustos, lo malcriaste!”...y en esta separación y división, el hijo cae cada vez más. Para renacer necesita lo que a menudo les faltó: que los padres encuentren la unidad en su educación, que estén firmes y unidos entre ellos, que estén “juntos” para salvar la vida que “generaron” juntos. Entonces, hoy aceptemos la condición de ser padres de un hijo que se perdió, drogado, como un don, como un faro de luz que entró en la familia: en la vida de la mamá, del papá, de la pareja. Cada uno de ustedes, mamá y papá, se debe dejar iluminar individualmente por la luz de Dios. El sufrimiento del hijo se transforma en un faro de luz para los padres. Tenemos familias que tienen dos, tres hijos en Comunidad y los padres dicen: “Nosotros nos miramos a los ojos con amor por primera vez cuando nuestros hijos entraron en la Comunidad, porque antes era un amor doloroso, sufrido, tenso. Finalmente dejamos de señalarnos uno al otro, comenzamos a rezar.” Cuando el hijo entra en Comunidad, entra una luz, entonces agradecemos que el hijo se haya perdido porque le dio un sentido nuevo a la vida de la pareja y de la familia. La cruz, la desesperación del hijo los sacó de la mentira, de la falsedad, de la hipocresía del mundo, los despertó y tomaron conciencia de la verdad de la vida. La Comunidad propone recibir esa luz, que es la verdad hoy, verdad aceptada en la fe, entonces, mientras ilumina, sana. A menudo, los padres se atormentan con la pregunta: “¿Por qué mi hijo se drogó, en qué me equivoqué?” Algunos me dicen: “¿Hermana, como puede ser que yo tengo cuatro hijos, tres están muy bien y este se drogó?” Este modo de pensar ya habla de una mentalidad errada, falsa, porque nosotros venimos de Dios, no sólo del encuentro “casual” de un espermatozoide y un óvulo, y Dios cuando crea, crea de modo original todas las veces. Ese hijo es único e irrepetible, y se educa según lo que es. ¿Qué quiere decir educar? Es hacer salir la novedad de la vida de ese hijo que Dios puso en sus manos. ¡La novedad! No es igual al otro hijo, no es igual a la hermana, a ustedes. A menudo este hijo es un “original no exitoso”, porque, según ustedes, tendría que haberse copiado de los demás o responder a sus programas. En mis tiempos, en seguida después de la guerra, éramos educados en una sociedad menos egoísta, menos falsa e hipócrita, más solidaria, en la que se compartía en la pobreza. Recuerdo que mi madre, cuando íbamos a buscar el azúcar con los “vales”, le daban más porque tenía muchos hijos; después venía la señora del médico del pueblo a pedirle un poco de azúcar porque ella tenía una sola hija, y mi madre, a cambio le pedía un poco de harina para hacernos los fideos y el pan. Había un intercambio, un mirarse a los ojos, había más amor fraterno. Ciertamente también había más pobreza, más sacrificio, pero la pobreza unía. Cada uno necesitaba del otro. Hoy, a menudo, en nuestro barrio no nos conocemos, quizá ni nos saludamos en el ascensor, porque el vecino te molesta, o a lo mejor te hizo una crítica. ¿Cómo lo vas a saludar? Se quedan en el ascensor, inmóviles, desconocidos, ausentes, mirando para otro lado. ¡Una sociedad así no podía crear más que fugitivos!¡Se escapa de una vida así, no se puede vivir así! Y la fuga de tu hijo fue la droga. Como sea, nosotros fuimos educados por la vida, por la historia, por el tiempo, lo esencial, por la pobreza, por el hermano que tenía en frente y necesitaba de mí. Pero me parece que de pronto, en un momento histórico exigente que nos obligaba a “arremangarnos” y a dar lo mejor de nosotros, los padres no captamos los valores educativos más profundos y pensamos: “Que mi hijo no viva esto, que no haga tantos sacrificios”… y entonces lo sustituimos en todo, programando nosotros su vida e impidiendo que las dificultades lo eduquen: ¡son mucho más ricos de cosas, pero los dejamos mucho más pobres de vida verdadera! Familias, hoy ustedes renacieron de ese dolor y tuvieron el coraje de mirar con verdad su pasado, en la certeza de que aún en la desgracia más dramática hay una luz que Dios nos quiere dar. Aceptaron la cruz que vivieron, hizo la verdad en ustedes, ahora pueden y deben ser testimonio para otros padres, para que no repitan los errores cometidos, para que redescubran la belleza y la alegría de educar a sus hijos. Hay mil cosas para estar esperanzados, confiados, para estar bien: con Dios siempre se puede recomenzar, con Dios siempre se aprende, sólo Él puede transformar las tinieblas en Luz. La Comunidad les hizo encontrar la esperanza, los hizo arrodillarse porque tenemos un Dios que nos amó hasta morir por nosotros. Padres, ustedes han cargado una cruz pesada y ese sufrimiento el Señor lo quiere transformar en alegría, en bendición, en paz para sus familias y en testimonio para todos. ¡Dejemos que el Señor haga este milagro! (De una catequesis de Madre Elvira)
Conocimos la Comunidad Cenacolo por las dificultades de nuestro tercer hijo, comenzamos a conocer y a hacer nuestro el espíritu de la Comunidad. Recibimos el Espíritu de Verdad que hizo luz en nuestra familia, en nuestra relación de esposos. Luego de tres años, nuestra hija Magdalena también entró en la Comunidad ; allí descubrió en su interior heridas profundas que necesitaban un “médico” especial: Jesús. Su entrada en la Comunidad fue una verdadera Providencia, una Gracia para ella y para todos nosotros. El momento en que la familia se dio vuelta, en especial como pareja, fue hace dos años cuando hicimos una experiencia. Nos dimos cuenta que nuestros problemas familiares dependían de lo que faltaba en la relación de pareja: se restableció un diálogo profundo entre nosotros que hoy nos hace enfrentar juntos los problemas de la vida... en especial, colocamos la fe en el centro, buscando unidos la voluntad de Dios en las diversas situaciones. Finalmente, todo el dolor vivido hasta la desesperación y la de nuestros hijos, fue un “rayo de luz”. ¡Como nos dice Madre Elvira, nuestros hijos desesperados fueron un don para nosotros! Experimentamos que la dificultad abrió nuestro corazón a Jesús, a la fe en Él, al amor y al perdón entre nosotros. ¡Un verdadero milagro! Papá Lorenz y mamá Theresia
Cuando era niña mi familia estaba dividida, había muchas peleas en casa: mi padre tenía problemas con el alcohol y mi madre a menudo estaba enojada. Fuera de casa me decían: “¡Qué familia que tienes!” Todos estos juicios crearon en mí mucha timidez y miedo. Después la situación en familia empeoró: mis tres hermanos mayores se perdieron en el alcohol y la droga. Empecé a ponerme muchas máscaras: con mis padres era una chica buena, sobre todo con mi madre porque no la quería ver sufrir, pero en cuanto salía de casa era otra. La relación con mi padre era difícil, tenía mucho odio y lo borré de mi vida. Cuando él se convirtió en Medjugorje y dejó de beber, yo no le creía, no creía que fuera posible que él cambiara de vida. Lo único que deseaba era morir. Mi padre recordó que cuando era más joven, en una peregrinación a Medjugorje había visto nuestra Comunidad y la había juzgado: “¡Yo no voy a tener hijos drogadictos”! Luego de mucho tiempo, al ver el problema de mis hermanos, finalmente aceptó esta verdad y ahora me doy cuenta qué difícil es para los padres. Así fue como ellos pidieron ayuda a la Comunidad y entró mi tercer hermano. Mi vida iba adelante cada vez más triste, hasta que mis padres se dieron cuenta que yo también necesitaba ayuda antes de que fuera tarde. Un día cayó todo y salió a flote toda la verdad de las máscaras y otras cosas que hacía sin que ellos supieran. Finalmente entré en la Comunidad. Después de cinco meses, en la Fiesta de la Vida, le dije a mi madre que me quería ir. Ella tiene carácter fuerte y me dijo: “¡No, tú te quedas en la Comunidad!” Entonces le fui a decir lo mismo a mi padre y él contestó: “No, tú te quedas, en casa las puertas están cerradas.” Por primera vez los vi unidos y decididos en lo que me decían. Ese encuentro me hizo regresar más convencida de que tenía que luchar y continué con mi camino. Ahora me estoy preparando para ir a las misiones y estoy feliz. La Comunidad me devolvió la libertad de elegir el bien para mi vida. Magdalena
“Queremos prestarles una atención especial a los jóvenes. Muchos manifiestan un gran disgusto frente a una vida sin valores ni ideales. Todo se vuelve provisorio, siempre revocable. Esto causa sufrimiento interior, soledad, encierro narcisista o mimetizarse con el grupo, miedo al futuro que puede llevar a una libertad desenfrenada. Frente a estas situaciones, los jóvenes tienen una gran sed de significado, de verdad y de amor. De esta pregunta, que a veces permanece sin expresar, puede partir el proceso educativo. En el modo y en el tiempo oportunos, distintos y misteriosos para cada uno, ellos podrán descubrir que sólo Dios aplaca totalmente esa sed”. Conferencia Episcopal Italiana – Educar a la vida buena del Evangelio
Siempre buscaba algo más en la vida, nunca estaba contento y el estilo de vida elegido me llevo a ser drogadicto. Mis padres al final ya no sabían qué hacer, como último intento, me echaron de casa para que me arregle solo. Me volví un desesperado, lleno de rabia hacia todos y ya no creía que mi vida pudiera tener salida. Un día en la desesperación, les pedí ayuda a mis padres y ellos me indicaron la Comunidad: realmente lo creían. Yo no quería entrar, no creía en la posibilidad de otra vida pero verlos tan unidos y convencidos de la decisión me asombró y me empujó. Hoy reconozco que la unidad en la decisión y su confianza en este camino fueron la fuerza para mí. Hoy, después de varios años de camino puedo decir que soy feliz. Mis padres también cambiaron mucho luego que yo entré en la Comunidad, los veo más sonrientes, contentos, rezan juntos: los veo serenos. Mi madre está muy orgullosa porque desde hace unos años estoy haciendo de voluntario en México, estoy contento que hoy puedo mostrar algo bueno de mí. Agradezco mucho a Dios y a la Comunidad que me devolvieron la vida e hicieron nacer en mi corazón el deseo de entregarla. Agradezco a mis padres, que creyeron primero en Dios y en la Comunidad y porque lucharon juntos para salvarme. Dariusz
Nosotros también, como muchos padres, conocimos el dolor y la rabia por la droga del hijo. Me costó mucho aceptar que mi hijo se drogaba y hoy me arrepiento de no haber podido enfrentar la situación en seguida: estaba convencida que mi hijo saldría solo. Le dije muchas mentiras a mi marido, siempre trataba de justificar a mi hijo. Cuando nos dimos cuenta de la gravedad de la situación conocimos la Comunidad Cenacolo. Se produjo el milagro y mi hijo entró. Poco a poco comenzó a cambiar nuestra vida, comprendimos nuestras heridas, nuestros errores. A nosotros, los padres, nos cuesta permanecer serenos, porque siempre tenemos miedo que nuestros hijos se equivoquen, recaigan; pero gracias a la oración aprendí a poner todo en manos de Dios y de la Virgen, entonces aparece la luz y el día cambia. Ahora siempre digo que mi hijo ya no es mi hijo, es hijo de la Comunidad, de María, porque Ella es madre de todos los hijos, especialmente de los que hicieron muchos errores: los toma de la mano, los guía y los bendice. Mamá Romea
Mi comportamiento en familia siempre era tenso: habías peleas, discusiones y mucha diferencia de opiniones con mi mujer. Por eso nuestro hijo se aprovechaba. Nuestra vida cambió luego que ingresó en la Comunidad, porque entendimos lo que significa sufrir por amor. Gracias a la Comunidad pudimos ver y analizar nuestros errores, aceptamos a nuestro hijo como es. Redescubrimos la unión entre nosotros como una fuerza que nos lleva adelante y hoy podemos ser un ejemplo para las otras familias y para nuestros hijos. Creo que nuestro testimonio puede dar luz a alguna familia. Comprendí que es inútil pelearse por esto o lo otro: hay que estar serenos y confiados. Si tienes la paz en el corazón, con Dios todo se puede enfrentar. Papá Luigi
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