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Había una vez ...

Personalmente, con gusto les digo a todos los que leerán estas páginas, que de la droga se puede salir, pero solo con la fuerza de un cambio radical de los valores existenciales: es necesario desenterrar de nuestro pasado los valores de la vida sepultados, de la fidelidad, del sacrificio, de la honestidad, de la verdad, de la oración… para poder  “vivir” en plenitud el presente y reconstruir la dignidad del hombre.
Por eso, las necesidades, que cada día aumentan en nuestra sociedad de consumo -  hecha para “sepultar” al hombre, que en realidad nació libre – aquí en nuestra Comunidad, cada vez se reducen más: este “prescindir de muchas cosas”, en efecto, hace surgir al hombre como persona, con todos sus valores, físicos, psíquicos y espirituales, que a la larga lo identifican con “lo que es”
y ya no más “con lo que produce” (el hombre vale en la medida de su eficiencia).
Entonces, para nosotros, es natural sentir a la naturaleza “hermana”, y ponernos en sintonía con sus precisas y armónicas leyes de vida, de acuerdo al impulso que le dio el Creador, que la quiso un lugar sereno y acogedor para que habiten sus hijos.
Frente a las voces falsas de las necesidades gritadas por la sociedad, nuestra Comunidad impone este gran silencio, para entrar en una escucha profunda de la verdad de la vida, que en nuestra Comunidad se vive en un contexto de fraternidad, trabajo y oración: son estas las propuestas que ofrecemos a los jóvenes que deciden volver a vivir.
Y poco a poco, con el diálogo, la ayuda recíproca, los hermanos que no juzgan, el joven demolido por la droga se descubre miembro de una Comunidad-familia; mientras construye una pared, o se esfuerza en cualquier trabajo, se reconstruye a sí mismo y se siente ciudadano honesto y útil a la sociedad; a través de la oración comunitaria y personal, vuelve a florecer a la vida, porque es allí donde se encuentra con El que es la fuente de la vida, El que murió y resucitó para comunicarle su propia vida y así restituirlo a su dignidad de “hijo de Dios”.
En verdad buscamos unificar estas tres propuestas, haciendo, sí,  que la oración se transforme en vida vivida , que  la vida personal y comunitaria se haga oración, porque creemos que la personalidad del hombre tiene su máxima expresión alcanzando la unidad entre físico, psiquis  y espíritu.
Es el esfuerzo cotidiano e incansable que caracteriza esta nuestra Comunidad de fe, nacida del corazón herido de Cristo, presente en la Eucaristía. Madre Elvira 

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