EL CAMINO COMUNITARIO: CREER EN LA PATERNIDAD DE DIOS
“Creo en Dios Padre”
En el año de la fe deseamos redescubrir este don que es el tesoro más precioso del camino comunitario. La fe de los demás nos recibe, nos abraza, nos educa, cree en nosotros, es luz que envuelve nuestro camino todavía en la oscuridad. Luego, poco a poco, esa Luz entra en nosotros… y finalmente se abren los ojos: ¡comienza una vida nueva!
Hubo un año comunitario de la “Providencia”, recién terminamos el año de la “Amistad Verdadera” y ahora entramos en ese río de gracia que es el “Año de la Fe”. Este lema no lo elegimos nosotros, lo eligió el Papa para todos y es muy lindo poder “casarse” con esta elección nacida del corazón de Pedro, no sólo para nosotros de la Comunidad, sino para toda la Iglesia y la humanidad. Necesitamos reencontrar el tesoro de la fe: si el hombre no cree en Dios no cree más en sí mismo. Si el hombre no cree en Dios se extravía, pierde el norte de su vida, pierde su origen, el sentido de su camino, el final de su existencia, pierde la dirección. ¡Qué necesidad que hay que toda la humanidad, la Iglesia, nosotros, pequeña familia dentro de la gran familia de la Iglesia, podamos reencontrar, redescubrir, darle consistencia, vigor, alegría, entusiasmo a lo que es el don más precioso que nos da la Comunidad: la fe! La fe debe hacerse vida. A veces pensamos que la fe es algo extraño, una idea de alguien, una manía de las hermanas y los sacerdotes, algo antiguo, del “más allá”, en las nubes. No, la fe es algo bien de aquí abajo, es algo concreto, vivo, real, que cambia la manera en que abrimos los ojos a la mañana, en que vivimos la vida; cambia la manera en que trabajamos, en que hablamos y escuchamos y el modo en que vivimos las alegrías y las cruces. La fe es la verdad de la vida, de la vida concreta, real. Este año podemos y debemos esforzarnos más para vivir concretamente la fe, la fe que no se queda en una idea sino que se pone “los pantalones de trabajo”, las manos para servir, los zapatos para caminar. Esa fe que se hace vida verdadera, que se hace el gusto, el sabor y la belleza de la vida. Somos hijos de una mujer de fe: ¡Madre Elvira, cuando comenzó no tenía nada ni nadie, sin ninguna seguridad material, sin amigos poderosos, sin dinero! Pero tenía entre sus manos y en el corazón el don preciosísimo de la fe. Y por su fe Dios nos devolvió la vida. San Pablo dijo un día: “Sé en quién he puesto mi confianza.” También nosotros sabemos, en estos treinta años, a quién Madre Elvira dio su confianza: a Dios. Ella le dio toda su confianza, sin cálculos, sin programar. “¡Dios provee. Dios existe! Yo doy mi vida por estos hijos tuyos” - le dijo Madre Elvira a Dios - “¡Y Tú muéstrales que eres Padre!” Acerquémonos también nosotros con plena confianza al Señor, profesemos nuestra fe en Él, creamos también nosotros en Dios, y un día el Señor nos dirá: “¡Feliz de ti por haber creído: tu fe me permite hacer maravillas!” (de una homilía de P. Stefano)
Sólo el que es verdaderamente poderoso puede soportar el mal y mostrarse compasivo; solo el que es verdaderamente fuerte puede ejercitar plenamente la fuerza del amor. Y Dios, a quien le pertenece todo porque todo fue creado por Él, revela su fuerza amando a todos y a todo, en una espera paciente de nuestra conversión, de los hombres, a quienes quiere tener como hijos. Dios espera nuestra conversión. El amor omnipotente de Dios no conoce límites, tanto que “no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”. (Rom 8,32) La omnipotencia del amor no es la de los poderes del mundo, sino la de la entrega total y Jesús, el Hijo de Dios revela al mundo la verdadera omnipotencia del Padre dando la vida por nosotros los pecadores. Ese es el verdadero, auténtico y perfecto poder divino: responder al mal, no con otro mal, sino con el bien, a los insultos con el perdón, al odio homicida con el amor que hace vivir. […] Cuando decimos “Creo en Dios Padre omnipotente” expresamos nuestra fe en el poder del amor de Dios, que en Su Hijo muerto y resucitado derrota el odio, el mal, el pecado y nos abre a la vida eterna, la de los hijos que desean estar siempre en la “Casa del Padre”. Decir “Creo en Dios Padre omnipotente”, en su poder, en su modo de ser Padre, es siempre un acto de fe, de conversión, de transformación de nuestro pensamiento, de todo nuestro afecto, de todo nuestro modo de vivir”. (Audiencia General – 30 de enero 2013)
La omnipotencia de Dios es nuestra fuerza «¿Qué decimos en el Credo? “Creo en Dios Padre omnipotente”. Sí, Padre omnipotente ¿pero creemos que Él puede hacer lo que nosotros no sabemos hacer? No podemos “devolvernos” la paz luego del pecado por ejemplo. Te escapas, tienes que ir a emborracharte, a drogarte. Pero en cambio, Él sí puede: nos devuelve la paz con su perdón. Si logramos rezar el Credo creyendo, nuestra vida sería diferente, pero nos acostumbramos. ¡Piensa que este cielo y esta tierra que nos hospeda, los ha creado Dios para que estemos bien, para que estemos contentos! Pensemos en la frase: “Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.” Los haría estar una hora con los ojos cerrados repitiendo: “ Yo Creo”. Así se hace sangre de nuestra sangre, y entonces la cabeza lo dice sola: “Yo, Elvira, creo en Dios Padre omnipotente.” La oración son tus manos que trabajan, porque ya está dentro de ti; son tus pies que caminan rápido; son tus ojos que ven y comprenden; es tu rostro que sonríe, que agradece, que bendice a Dios. ¡Tú te haces oración! “Yo creo en Dios Padre todopoderoso”: todopoderoso quiere decir que lo que yo no puedo hacer Él seguramente lo hace. Piensen: si yo no tuviera esta seguridad ¡qué desesperación que tendrían todos! La omnipotencia de Dios es nuestra fuerza. Si estamos débiles, si estamos enfermos, tristes, pecadores, Su omnipotencia resuelve el problema. Cuando no tienes la fuerza para devolver esa herramienta que le robaste a tu patrón, llega un momento en que interviene Dios: “¡No es tuya!”, y tienes la fuerza para devolverla. Cuando has hecho todo lo posible, Dios pone en tus manos su omnipotencia y entonces vemos cosas extraordinarias. Les digo estas cosas porque yo también he temblado mucho: hubo situaciones oscuras, pero Dios intervino aunque yo no le haya gritado. Dentro mío, yo repito mientras hago las cosas: “¡Creo en Dios, Padre Omnipotente”! No existe ni un átomo en el que Dios no actúe: ¡nuestro Dios es un Dios maravilloso, es el Dios de la fiesta, el Dios de la alegría, el Dios que nos quiere contentos! Él no nos creó para nuestra desesperación, Él está a nuestra disposición siempre! Hay situaciones en las que nosotros ya no podemos hacer nada, entonces debemos dejar que Él intervenga ¡y Él lo hace! No podemos jactarnos de nada, más que de ser amados, de tener un Dios amante de la vida, de mi vida, que me ama con locura,¡ que fue crucificado por mí, para salvarme a mí! ¿De qué puedo tener miedo?» (Catequesis de Madre Elvira)
Un Padre que me sanó Puedo decir que fui adoptado 4 veces: la primera vez por mi madre y por la vida porque vine al mundo; la segunda por una familia que me dio la posibilidad de una vida nueva; la tercera por la Comunidad cuando estaba perdido en las tinieblas y me dio la posibilidad de recomenzar; la cuarta vez por Dios, con su abrazo de Padre Misericordiosos y bueno. Es un Padre que me ha sanado muchas heridas, que me permitió volver a abrazar a mi madre y a muchas personas que me habían hecho mal, a mi pasado, y que me enseña a aceptar que todos pueden equivocarse: lo importante es saber perdonar, abrazarse y seguir. Miguel
Tú eres hija de Dios “¡Valeria, tú eres hija de Dios y Él te ama con un amor infinito!” Madre Elvira me dijo estas palabras hace unos años, mientras me abrazaba fuertemente y me sonreía. Era el día de la Divina Misericordia y le había “confesado” mi historia. Me sentí comprendida por ella, sentí en mi corazón el perdón de Dios Padre y finalmente me sentí “hija”. Valeria
Padre Nuestro Hoy la palabra “Padre” es una de las más bellas para mí. En los años vividos en las tinieblas y en la dificultad, cuando mi soledad era grande, no me acordaba que tenía un Padre en el cielo. Cuando murió mi papá me sentí más olvidada de Dios. Un día, en la Confesión, recibí la penitencia de rezar cinco veces el Padre nuestro y pensé: “¿Sólo esto?” Pero el sacerdote en seguida agregó: “Pero reza como a tu Padre verdadero, bueno, tierno, que te ama.” Quedé asombrada. Desde ese momento cambió todo en mi vida. Poco a poco el vacío de mi corazón se llenó con la gracia de Dios. Por esta gracia hoy ya no estoy sola. Małgorzata
La gracia del Perdón Qué bello poder afirmar hoy, luego de tantos años vividos buscando una felicidad nunca encontrada, que conocí el amor de Dios y que creo en el amor de un “Padre” misericordioso. El primer mensaje de este amor me lo dio mi hija, que hoy tiene 24 años, y que vivió el drama de la separación cuando tenía sólo trece. Herida en sus sentimientos, desilusionada en sus expectativas, traicionada en la confianza, encontró un amor más grande que yo no logré transmitirle; ella me hizo experimentar la gracia del perdón y de la misericordia, dándome fuerza para seguir en este camino. Claudio
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