Me llamo Matteo y estoy en la Comunidad hace unos años. Vengo de una familia numerosa pero dividida: mis padres se divorciaron cuando yo sólo tenía dos meses de vida. Junto a mi hermano mayor nos cuidó mi madre, que se casó con otro hombre al que yo tomaba como mi padre. Luego de algunos años, mi padre verdadero comenzó a hacerse más presente: pasaba las vacaciones con él, me venía a buscar para ir a su casa por unos días, en fin, me dejaba vivir mi infancia sin problemas. Al poco tiempo mis padres comenzaron a pelear y rompieron el equilibrio que se había creado. Aunque los recuerdos son borrosos, tengo en mente el sufrimiento de mi madre y como consecuencia, de nosotros, sus hijos. Un día el “compañero” de mi madre se fue de casa, dejándonos solos con mi hermanita recién nacida. Se derrumbó el mundo: mi madre comenzó a beber y me alejaron de ella por un tiempo. Aparentemente, yo estaba tranquilo, me iba bien en la escuela, jugaba a la pelota, pero por adentro tenía una guerra de dudas y mucha rabia por haber sido alejado de mi madre. Con el tiempo las cosas mejoraron un poco: mi madre estaba mejor y finalmente volvimos a ser una familia unida, pero la rabia y la rebelión ya se habían instalado en mí. Me empezó a ir mal en la escuela, desobedecía, decía muchas mentiras para enmascarar el sentimiento de abandono que vivía. Y allí comenzó todo: los primeros cigarrillos, los primeros porros y a continuación todas las otras drogas. Pensaba que había solucionado todos mis problemas porque desaparecía el sentimiento de inferioridad, mis miedos y mi timidez no existían más. Poco a poco el mal tomó mi vida entre sus manos. Durante años fui esclavo de la droga, del sexo, de la música… a los 18 años ya estaba marcado mi destino, morir en cualquier fiesta “rave”, quién sabe dónde ni cuándo. No me importaba nada ni nadie, hasta que decidí irme de casa para tratar de construir mi vida. Cuando rompí con mi novia y perdí mi mejor amigo en un accidente caí a los pies del mal. Tuve una fuerte depresión y después de una internación en el hospital, nació en mi corazón la necesidad de pedir ayuda. Recuerdo que la primera persona a la que me acerqué fue mi hermano y a través de un amigo suyo, que era “ex” de la Comunidad, pude conocer esta realidad. No sabía qué era ni cómo funcionaba la cosa, pero dentro de mí sentía una voz que me decía que era el camino justo. Empecé los coloquios y me sentí bien en seguida porque encontré personas que entendían mis sentimientos. Luego de varios coloquios y jornadas en la Comunidad, llegó la hora de entrar. Pero el miedo de cambiar de vida y perder todos los placeres del mundo fueron más fuertes que mi voluntad y a los pocos días me fui. Las consecuencias fueron obvias: más tiempo en la calle, haciendo mucho daño, y la gota que rebalsó el vaso, fue que mi novia, que estaba embarazada, perdió el hijo. Sufrí mucho y cada tanto pensaba en esos ojos limpios, esas sonrisas, en el bien que había recibido en esos pocos días en la Comunidad, en el sacrificio de mi familia… y, con un coraje que no era mío y con esperanza en el corazón, volví a golpear a las puertas del Cenacolo. Tenía mucho miedo y rabia pero estaba convencido que tenía que hacerlo. Ahora sé que Dios me tomó de la mano y me guió aquí. El primer impacto fue duro, muchas reglas que para mí no tenían sentido, todos estos chicos felices, su manera de hacer amistad sin intereses… eran todas cosas que jamás había probado y que no sabía que existieran. A menudo pienso en la paciencia que tuvieron los “viejos” conmigo al inicio, cuántas veces se incomodaron por mí, su lucha para hacerme entender que mi vida es valiosa, los momentos que pasaron conmigo de rodillas en la capilla. Todas cosas que me hicieron encontrar el Dios vivo que en mi inconsciencia siempre había buscado. Luego de unos meses sentí que la vida bullía dentro de mí y a descubrirme bueno, capaz de sonreír y altruista. Recuerdo la primera vez que hice de “ángel custodio”. Tenía bastantes meses de Comunidad pero todavía mucha inseguridad, encontrarme frente a un joven con los mismos problemas que yo me hacía revivir muchas cosas, pero en ese momento comencé a comprender la fortuna de haber encontrado a la Comunidad. A pesar de mis pobrezas y debilidades, que cada tanto se esfuerzan todavía para hacerme entender la necesidad que tengo de seguir caminando en el bien y en la amistad verdadera, me siento feliz y realizado. Agradezco de corazón a Madre Elvira porque con su vida y con su amor a los jóvenes pedidos en las tinieblas, nos testimonia que Dios es Luz. Gracias
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