El 1° Junio de 1991 es una fecha histórica para la Comunidad. Siete muchachos escogidos por Sor Elvira parten con destino a Medjugorie. Es la primera fraternidad que se abre en el exterior, lejos de la Casa Madre...
Sor Elvira nos bendice en la capillita de Saluzzo y después se parte a la aventura. No sabemos qué nos espera, las previsiones prometen cosas buenas: seguramente un terreno con mucha piedra, sin casa, el agua no sabemos... Nos vamos en un Jeep, una combi extremadamente cargada y una casa rodante también muy llena: camas, carpas, espagueti, picos... de todo.
Llegamos a Ancona después de un viaje increíble, cinco minutos antes de que la nave zarpara. Nos despedimos de Italia, quién sabe cuándo la volveríamos a ver. A la mañana siguiente estábamos en Split: tuvimos que empujar el Jeep porque no arrancaba. ¡Comenzamos bien! Parados en la plaza del puerto, “fumigamos” medio Split antes de poder hacerlo arrancar. Estábamos un poco nerviosos cuando llegamos a la frontera, no teníamos ningún documento especial, todavía estaba el régimen comunista que era muy duro con los extranjeros... Nos miramos a los ojos y rezamos una “descarga” de Ave María y Ángel de la Guarda: el oficial de la aduana abre la puerta de la casa rodante y le cae una guitarra casi en la cabeza, un poco asustado vuelve a cerrar la puerta y nos hace una señal de seguir adelante. ¡Lo logramos, el Señor está con nosotros! Llegamos a Medjugorie después de otras cinco horas de viaje, El Jeep cada tanto se apaga y conocemos las calles croatas: subidas y bajadas en curvas.
En la noche llegamos a Medjugorie: con un poco de emoción vemos la Iglesia, sí, finalmente llegamos. Un grupito se dirige a donde estaba nuestro terreno mientras otros son huéspedes de Krisgan, un amigo del lugar. En la mañana, ¡que sorpresa! Alrededor de la casa rodante, que vaciamos la noche anterior para dormir, estaba lleno de piedras y basura, nuestro terreno se había convertido en un basural, no nos queda más que arremangarnos para trabajar. Ni siquiera teníamos tiempo de pensar “¿A dónde vinimos a parar? Y Elvira anuncia ¡A la carga! ¡Se comienza!
Acomodamos la casa rodante con cobertizo que se convierte en nuestra casa: por la noche los colchones en el piso y todos bajo... las estupendas estrellas del cielo de Medjugorie. Llevamos carretillas llenas de piedra y la Providencia responde: desde el primer día una vecina nos ofrece poder tomar agua en su casa; ¡bien, donde hay agua, hay vida! Comienza a llegar un camión de arena, cemento, una mezcladora de cemento y adelante, por lo menos diez días no se para. Trabajamos, trabajamos... y trabajamos aún más para preparar los “mezclas” de cemento de lo que Sor Elvira bautiza como el “Campo de la Vida”.
Después armamos las carpas que serás nuestras casas. Ese día llovía sin parar, agua por todos lados, pero logramos terminar: tres lindas tiendas de campaña verdes se convierten en el dormitorio, la capilla y la cocina con comedor. Arreglamos un caño de agua por lo menos para lavarnos, equipamos un baño a cielo abierto y sobre todo continuamos sacando piedras. Piedras y basura: nuestro corazón era también así, duro, y sucio, pero para el Señor nada es imposible, y por eso no nos detuvimos. Cada día lográbamos un pedazo de terreno limpio y ordenado, además pudimos hacer un pequeño huerto y el “Campo” comienza a tomar forma. Sobre un montón de rocas pusimos a María para darle nuestras gracias y para pedir Su protección.
Después de un mes Elvira regresa a Italia y nosotros nos quedamos ahí caminando sobre nuestras propias piernas. El trabajo duro y fatigoso, bajo un sol ardiente, el sudor, los callos en las manos y en las rodillas fueron la argamasa para una amistad que no se “oxida” entre nosotros. Sí, en la fatiga y en la pobreza se es más sincero, más amigo, más esencial. El 25 de junio de 1991, décimo aniversario de las apariciones en Medjugorie, estalla la guerra en Croacia y se respiraba un aire tenso. Todos los peregrinos desaparecen en un momento, nosotros decidimos quedarnos. Los caminos hacia Italia están cerrados, no logramos ya comunicarnos, comienza la escasez de comida y de gas. Nuestro horno es un bidón de lata y lo prendemos con la leña que recogemos aquí y allá; el plato típico, papas y cebolla.
Pasan los meses, la familia aumenta, las personas del pueblo primero atemorizadas comienzan a sentir curiosidad por nuestro modo de vivir simple y fatigoso, por habernos quedado en ese tiempo de guerra. La providencia cada día nos confirma su bondad: nos regalan dos cabras y tenemos la leche segura. Las primeras mañanas es una batalla, como masticar las barbas del cabrito, pero después el hambre nos vence. El primer invierno está a las puertas, comenzamos a sentir la “aurora boreal” y el frío en las tiendas. Cuando salimos de la montaña de cobijas que tenemos encima, parece que estamos en un congelador... pero la alegría es mucha. Nadie regresaría: las situaciones extremas te exprimen y logran sacar los dones más hermosos que tienes dentro, luchando, llorando, rezando, sufriendo. La fuerza de la vida que Dios ha puesto en nosotros es algo extraordinario. Más preocupados por el invierno de las cabras que por el nuestro, decidimos construir un pequeño establo de piedra.
Luego de varias tentativas frustradas por la guerra, finalmente, sor Elvira logra llegar a nosotros. Su presencia trae el sol y el entusiasmo, y el establo se vuelve nuestra casa: “desmontamos” el cuarto y de dormitorio pasa a ser capilla, después comedor, y de nuevo dormitorio. Aquellos veinte metros cuadrados son nuestra salvación. La estufa que encendemos en las noches deja sobre nuestras cabezas un halo de humo que impregna toda la ropa, pero ya nada nos puede detener. Elvira nos anima y promete refuerzos que llegan puntualmente.
Durante una tregua del conflicto bélico llegan otros diez muchachos y comenzamos a construir las primeras casitas en la zona baja del terreno. Trabajamos muchísimo, día y noche, las horas no se cuentan. Todavía no teníamos luz, había un pequeño generador que hacía milagros con un ruido ensordecedor.
Por las noches iluminamos la zona de trabajo con los focos de nuestro “viejo” pero indestructible Ford. Cada día la pequeña villa de casitas bajas de piedra crece. En el ambiente se respira un entusiasmo y una alegría que contagia a todos.
¡De verdad es el Campo de la Vida!
La guerra continúa y llega muy cerca de Medjugorie. Días tristes, en los cuales tuvimos grandes pruebas, pero la protección de María se siente. A pesar de las dificultades la vida en el “Campo” sigue renaciendo, creciendo, multiplicándose. . . Las sorpresas que la guerra en Croacia nos tenía reservadas aún no terminaban, aunque había entusiasmo por la construcción de las casas, la materia prima comenzaba a escasear. Un día llegó Vicka y después de un breve e intenso encuentro con sor Elvira, nos comunicó que era peligroso quedarse porque la guerra estaba a las puertas de Medjugorie. Los serbios habían invadido Bosnia-Herzegovina.
Con mucho sufrimiento se decide partir. Apurados y con pena se subieron en los vehículos para tomar el barco esa misma noche. Decidimos quedarnos siete. Miramos alrededor... parecía mentira ¡ el “Campo” estaba desierto! Desde ese momento sólo se veían militares alrededor y se sentía un ambiente feo.
Justamente a la mañana siguiente dos grandes cazas “MIG” serbios, cargados de bombas, volaron bajo por el pueblo; la artillería antiaérea abrió fuego inmediatamente. ¡Estamos en guerra! La primera impresión es la de encontrarse en una película, la segunda es un gran miedo. Asustados escapamos por los bosques hacia un refugio que nos habían indicado en caso de peligro, mientras la alarma aérea continuaba sonando en el pueblo. El refugio era el sótano de una casa. Estábamos asustados: comenzamos inmediatamente a rezar el rosario no sé por cuánto tiempo. Nos quedamos en el refugio algunos días, sobreviviendo como podíamos. Por la noche, a oscuras, íbamos al “Campo” a traer agua y algo de comer.
Teníamos una radio con la que tratábamos de entender algo de lo que estaba sucediendo. Los “golpes” se hacían cada vez más fuertes y cercanos. Después de doce difíciles días, aconsejados de algunos amigos del lugar, decidimos regresar a Italia, esperando que la situación mejorara. Al partir pusimos todas nuestras herramientas más apreciadas en la capilla y con lágrimas en los ojos, tapiamos puertas y ventanas. Queríamos regresar lo más pronto posible y esos eran nuestros únicos “tesoros”.
Así fue porque sólo después de un mes, apenas la guerra se había desplazado pocas decenas de kilómetros, regresamos con más entusiasmo y ganas que antes. Regresados el “Campo”, la vida se retomó con gran vigor: el viejo proyecto de la construcción de las casas fue “desempolvado” y... ¡adelante, a trabajar! La guerra no había terminado: en Mostar, a solo treinta kilómetros, el ruido sordo de las bombas nos hacía compañía todo el día, también los aviones y helicópteros que sobrevolaban encima de nuestras cabezas. Una vez un grupo de soldados croatas vinieron a requisar nuestra única mezcladora de cemento a gasoil, porque tenían que construir un bunker en la montaña donde no había electricidad. Nosotros estábamos construyendo casas para salvar otras vidas, pero nuestras explicaciones no sirvieron para nada: nos quitaron la mezcladora de cemento. ¡Es la guerra! Estábamos convencidos de haberla perdido, cuando quince días después, la trajeron de vuelta limpia y funcionando perfectamente, con mucho agradecimiento porque les había sido muy útil. Fue un gran paso de amistad con ellos. En medio de toda esta dificultad nuestra tenacidad no disminuyó y nuestros trabajos continuaban.
El gran esfuerzo de la construcción fue razón de unión entre nosotros que tuvimos el don de trabajar no por dinero, ni por la gloria, ni por nuestro egoísmo, sino por los demás, convencidos de que tras aquellos muros muchos jóvenes como nosotros encontrarían la salvación. Es completamente diferente trabajar con este espíritu: seguramente no es como en el mundo y en la sociedad, donde se trabaja sólo por dinero. Aquí se trabaja por la vida, por eso justamente fue construido el “Campo” ; no por casualidad se llama “Campo de la Vida”. La ubicación de las dos construcciones es fascinante: frente está el Podbordo, la colina donde la Reina de la Paz se apareció por primera vez en junio de 1981 a seis niños, y al lado surge la montaña de la Cruz, el Krizevac. Estos lugares a menudo son la meta para nosotros, los chicos de la Fraternidad: ¿qué mejor lugar para rezar y compartir nuestro vivir? Las casas fueron revestidas por completo de piedras que recogimos, buscamos y limpiamos.
¡Cuanta dificultad para enderezarlas, encuadrarlas, encontrarles una cara lisa que quedara bien! Horas y horas martillando sobre una piedra, pero sobretodo martillando nuestro orgullo. Para levantarla - y pesaban quintales- se montaban absurdos andamios , alzándolas de treinta a cuarenta centímetros por vez, hasta llegar a la cima del muro que se revestía. Fueron momentos que ninguno de nosotros puede olvidar, trabajos que costaron fatigas físicas increíbles, dolores y dificultades que parecían imposibles de superar. Recuerdos inolvidables, de gran sacrificio pero coronados después de tal alegría que supera todo. La construcción de la capilla, que debía surgir entre las dos casas, fue la más “sufrida”.
Los proyectos diseñados, por la estructura particular de las casas, no nos convencían. Sor Elvira un día nos reunió y nos dijo estas palabras: “La capilla por fuera no importa como sea, la haremos sencilla, haremos una casa entre las casas, así como Jesús se hizo hombre entre los hombres”. Nos explicó que Jesús no vino entre los hombres con más inteligencia o con las manos más grandes, o con un cuerpo más grande porque era el hijo de Dios, sino que se hizo hombre entre los hombres, así que la casa del Señor, nuestra capilla, externamente debía ser una casa entre las casas, pero por dentro tenía que brillar. Es así como hicimos con un “quitar, poner, esto no, sacalo, está bien”, fruto a veces de discusiones, pero que desembocaban en una renovada amistad cada vez más sincera. Piedra tras piedra, la casa del Señor fue terminada. Estamos aquí para luchar por la paz, para descubrir cada día que la paz es un fruto que se conquista. LA construcción de la capilla y de las casas fue un medio para construir la paz dentro de nosotros que es lo más extraordinario. La capilla quedó resplandeciente, estupenda. Atrás del altar hay un ÍCONO de Jesús resucitando de los infiernos y que toma de la mano a Adán y Eva arrancándolos de la muerte: La “Hanastasis”, La Resurrección.
Lo realizaron tres muchachos que no sabían qué quería decir pintar un ícono, pero después de esto descubrieron que tenían este don. Es una obra grande tanto por las dimensiones como por la belleza, y cubre toda la parte en semicírculo detrás del altar. En cierto modo es un símbolo para nosotros los del “Campo” y a lo mejor para la Comunidad entera. Es Jesús que resucita de los muertos, que nos toma de la mano, nos salva liberándonos de la tumba de la muerte, del barro del pecado en que hemos vivido y nos devuelve a la vida: ¡Es nuestra historia! Con la paz definitiva en la ex Yugoslavia regresaron los grupos de peregrinos de todas las partes del mundo a esta tierra santa.
Poco a poco el “Campo” se convierte en meta de muchos de estos grupos de peregrinos y también nosotros adoptamos un rostro más internacional. Nace entonces una nueva necesidad, la de testimoniar a los grupos que vienen a ver nuestro modo de vida. Los testimonios se volvieron un parte importante de nuestra actividad cotidiana y es siempre un momento de profunda sanación. El tener que contar la verdad delante de tanta gente que uno ni siquiera conoce es un momento difícil de superar, pero que hace crecer, derribando el muro de timidez y alejamiento que muchas veces tenemos. Los peregrinos, también fueron el gran instrumento de la providencia de Dios.
Con ellos llegaron muchos jóvenes necesitados de ayuda que fueron acogidos: de otras naciones, de idiomas y mentalidad diferente.
Es extraordinario: vamos siendo cada vez menos italianos y croatas y cada vez más extranjeros, con toda la dificultad propia de esta transformación, aún más, con toda la belleza de poder dar una mano y decir “Sí” a la vida y de poder ser luz para quien todavía está en las tinieblas. El “Campo” presenta este aspecto mundial en el rostro de cada muchacho nuevo. Somos de muchas nacionalidades, también de diferentes religiones, sin embargo vivimos todos en la misma Comunidad, bajo el mismo techo, todos mirando en la misma dirección, gracias a la propuesta firme de la Comunidad que es la de hacernos encontrar el rostro de Cristo, única salvación del hombre. Seguimos creciendo, aumentando el número de jóvenes. Nos parecía que habíamos terminado de construir, en cambio necesitamos más lugares donde dormir, comer, vivir. La Providencia siempre nos guió, desde el principio, cada necesidad de agrandar o construir fue guiada por la mano de Dios.
Imaginen: Una noche se desata un furioso incendio en la carpintería. Las llamas estaban devorando todo, pero justamente mientras lo presenciábamos impotentes ya proyectábamos la reconstrucción, de dos plantas para tener más espacio. Sobre esa carpintería ahora hay cuartos con baños, y otros chicos hallaron hospitalidad, gracias a aquel... “providencial” incendio.
A todo esto, hoy somos más de noventa chicos de dieciocho nacionalidades diferentes. Los últimos jóvenes vinieron de Rusia, hay chicos coreanos, brasileños, mexicanos, españoles, franceses, alemanes, austriacos, italianos croatas y somos de verdad muchísimos.
Los domingos almorzamos todos juntos en el comedor, estamos muy apretados como al comienzo, parece que nada ha cambiado. En todos los sacrificios de aquellos años, lo que explotaba más que las bombas era nuestra alegría: hoy, más que el sacrificio de vivir apretados, de ser tantos con mentalidad e idiomas diversos, la explosión más grade que se oye es la vida que renace.
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