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Chiara

“Condúcela Tú, gentil Luz, desde el callejón sin salida, desde el muro de piedra, hasta la puerta del Cenacolo… y pasa, luz gentil, luz resucitada.”
Esta oración la rezó muchas veces por mí una religiosa de clausura al ver la tristeza en que yo vivía: estas palabras me trajeron al Cenacolo, sin que ella supiera que existía nuestra Comunidad. ¡La oración es grande!
Me llamo Chiara y soy de las que golpearon la puerta del Cenacolo con un pasado de alcohol, problemas de alimentación, depresión, trastornos de la personalidad, internaciones psiquiátricas…y… ¡podemos seguir! Pero en la raíz había un pasado de profunda soledad y desesperación. De niña era muy sensible: las peleas familiares para mí eran piedras en el corazón; a menudo veía llorar a mi madre lo que me ponía muy mal por la relación de dependencia que tenía con ella, estaba muy mal. Mi padre estaba poco en la casa por el trabajo, así que estábamos no compartíamos. Empecé a sentirme perdida, sin un punto de referencia, me aferraba a muchas personas y sólo recibía desilusiones sin poder nunca llenar ese vacío que sentía. Buscaba alguien que me amara mucho, pero parecía que no existía. También el mundo me entristecía, la violencia y la negatividad que veía por televisión me daban miedo y dudas. Me preguntaba si Dios verdaderamente existía. Fue el peor momento, al dudar de Dios todo perdió sentido y caí en un abismo sin fondo. Una infinidad de veces traté de quitarme la vida y una infinidad de veces Dios me salvó, trayéndome finalmente aquí, a la Comunidad.
Entre los episodios más bellos recuerdo un encuentro con Madre Elvira antes de entrar. Yo tenía mucha rabia – brazos cruzados, piercing, y una remera que decía: “¡Cero reglas!”- y ella corrió a mi encuentro, me abrazó y me dijo: “¡Alegría, deja todo y ven aquí!” Yo le dije que no, pero Madre Elvira le dijo a mi mamá que entraría y así fue. ¡Después de un año, la Virgen me volvió a encontrar por otro lado, y si Ella lo quiere, así es! En el primer coloquio estuve con una chica que me abrazó y me sonreía y yo pensé: “¡Pero qué quiere! Ni siquiera me conoce…” Siempre buscaba el engaño detrás de los rostros luminosos y del interés que tenían por mí. Después, finalmente, arriesgué la pregunta: “¿Y si fuera todo cierto?” ¡Hoy puedo testimoniar de verdad que si estoy aquí es porque Dios existe! No fue fácil, tuve que aprender a vivir, a dormir, a comer, con equilibrio... tenía que aprender a vivir. Pero todo fue posible porque tenía a Dios como Padre y a María como Madre ¡ellos fueron mi punto de referencia! Hoy vivo en una pequeña fraternidad y tanto yo como la chica que me recibió a mí tenemos la fortuna de recibir y de amar a otras chicas que me ayudan a sentirme más maternal y más buena. Trabajo en la cocina, amasando a mano como las mujeres de antes, después, junto a una hermana, animamos la oración con la guitarra y la flauta para alegría de los vecinos que vienen a la Santa Misa. Vivo cosas simples pero bellas y ahora siento la alegría de esta vida, sin la necesidad de encontrar algo “transgresor” contra el aburrimiento, también por el hecho de que vivir en Comunidad es de por sí lo más transgresor que nunca hice. Agradezco a nuestros sacerdotes y a las chicas que me recibieron y me amaron, que siempre me sostuvieron en el camino, agradezco a mis padres por la fidelidad que tienen hacia el camino comunitario; agradezco sobre todo a la Virgen, que con mucha ternura me tomó de la mano adelantándose con su amor silencioso a todos los doctores que durante años buscaban una solución para mí sin encontrarla: también les agradezco a ellos, porque lo intentaron, sino no estaría aquí.

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