(Fragmentos de testimonios y entrevistas A Madre Elvira)
Historia familiar – Los orígenes de Madre Elvira
Repasando mi historia a la luz del encuentro con Dios, hoy bendigo el haber nacido en una familia pobre y numerosa, inmigrada del sur en la época de la guerra 1940-45, desde Sora hasta Alessandría. Agradezco haber vivido con mis padres y hermanos una vida de sacrificio. Luego viví la “pobreza” de la dependencia al alcohol de mi padre, y lo que le costó a mi madre trabajar muchas horas fuera de casa para mantenernos: ella trabajaba de enfermera y todo el “peso” de la familia caía sobre ella; siempre lo llevó con fuerza y dignidad.
A menudo la escuchábamos cantar con serenidad y confianza: ¡la vida siempre vale más que cualquier problema!
Desde pequeña, la vida me enseñó a pensar primero en los demás, y hoy reconozco que esta fue mi mayor riqueza y mi primera formación humana y cristiana. Recuerdo otro estribillo que mi madre siempre me repetía cuando estaba con mis amigas, que tenían más comodidades y bienestar que nosotros. Cuando en casa teníamos un pedazo de pan – y en ese tiempo de la guerra no era fácil para nosotros tenerlo - o cuando había cerezas, “mama” me decía: “Rita, recuerda: ¡las bocas son todas hermanas! Y no te puedes llevar algo a la boca sin darle a los otros.” Así, en la incomodidad de la pobreza, igual nos educaba con gestos de solidaridad, que ya hablaban de familia, de comunidad, de comunión: cuando se da a los demás es cuando nos transformamos en esa familia universal que pueden rezar juntos el “Padre Nuestro”.
Luego de la guerra hubo mucha pobreza: yo hasta los quince años andaba descalza. Mi padre cada tanto se embriagaba, causaba juicios y vergüenza; muchas humillaciones, muchas dificultades que parecían un sufrimiento inútil. Ahora comprendo que Dios guiaba mi vida también a través de la fragilidad de mi padre, que a pesar de todo fue mi maestro de vida, porque me enseñó lo que es el sacrificio, qué es la humillación…y hoy me siento una mujer libre, consciente que en nosotros está siempre el recurso del Amor de Dios que nos permite resurgir de cada situación. Experimenté que al encontrar a Dios el pasado se ilumina y se hace riqueza de vida y experiencia. No me da vergüenza decir que la fragilidad de mi padre fue mi universidad, mi escuela de vida, para poder después tender una mano a personas a veces más frágiles que él.
Cómo nació el deseo de dar vida a la Comunidad
Me daba cuenta que los jóvenes estaban abandonados y marginados en esta sociedad de consumo. Veía que en las familias no había más diálogo ni comunicación entre los esposos, ni entre los padres y los hijos: los jóvenes eran dejados solos, y yo los veía tristes por las calles. En la oración me parecía que escuchaba su grito de dolor. Los jóvenes iban por un camino y nosotros por otro, y sufría.
Sentía un empuje dentro de mí, que no era mío y que no podía reprimir, cada vez crecía más. No era una idea, ni siquiera yo sabía lo que me estaba sucediendo, pero sentía el deber de dar a los jóvenes algo que Dios había puesto en mí para ellos. Así vino el llamado de abrir las puertas a los extraviados, a los drogados, a los desesperados que se encuentran tirados en las estaciones, por las calles.
Seguramente que no fue una idea mía, y esto lo quiero decir mil veces: lo que está sucediendo, la historia que estamos viviendo, no puede nacer de la idea o intuición de una pobre mujer como yo. Soy la primera en sorprenderme en todo momento por lo que está sucediendo: ¿cómo podría yo haber inventado una historia así?
La espera del tiempo de Dios
La llamada que viene de Dios te hace capaz de creer y de cumplir cosas que tú misma nunca hubieras imaginado. No fue fácil explicar a mis superioras lo que sentía, y tampoco era fácil para ellas, me doy cuenta muy bien, creer que lo que yo pedía venía verdaderamente de Dios.
Lo pedí muchas veces, por bastantes años, poder abrir una casa donde recibir a estos jóvenes, y en respuesta se ponían en evidencia, con toda razón, mis límites y mi pobreza: no había estudiado, no estaña preparada…todo era verdad, pero dentro de mí había explotado un volcán que no se apagaba y sentía que tenía que dar una respuesta a ese Dios que me estaba enriqueciendo con un don, que no era mío, sino para restituir a los jóvenes. Fue una espera dolorosa, pero la tenacidad y la paciencia que Dios me dio fueron el signo de Su paternidad sobre lo que estaba naciendo.
No fue difícil esperar, fue más que nada sufrido porque me parecía que perdía el tiempo, pero esperé con esperanza y confianza.
Algunos me decían: “¡Elvira, porque no sales de tu congregación, así puedes hacer lo que quieres!” Pero yo no entendía el “hacer lo que quiera”, era muy distinto lo que estaba sucediendo en mí.
Por eso esperé, recé, sufrí, amé, y las superioras tenían razón cuando me decían que no estaba preparada para ir entre los jóvenes. No faltaron los momentos de tentación en los que me venía el pensamiento: “¿Pero, por qué no tienen confianza?” Pero después me dije: “En el fondo, por qué tendrían que confiar en mí, que soy una pobre criatura…” Ahora razono un poco más y comprendo que toda esa espera fue una bendición, fueron los dolores de parto. Hoy estoy especialmente feliz porque el vínculo con las Hermanas de la Caridad de Santa Juana Antida Thouret, sigue vivo: somos amigas y muchas hermanas se asombran justamente porque me conocen, y entonces comprenden claramente que todo esto viene de Dios y no de mí. Además, en la Casa Provincial de Borgaro, funciona hasta el día de hoy una fraternidad del Cenacolo, en el convento donde yo fui recibida para el noviciado, y les agradezco con el corazón por la amistad, el amor y la generosidad que nos demuestran.
16 de julio de 1983: nace la Comunidad Cenacolo
Recuerdo bien ese día: era el 16 de julio de 1983, fiesta de la Virgen del Carmen, y había recibido las llaves para entrar en la casa y comenzar. ¡Cuando vi ese portón, lancé un gran suspiro de alegría, recuerdo que las vísceras bailaron! Una plenitud de vida explotó imprevistamente dentro de mí: era la alegría conquistada luego de la larga espera y el momento en que se realizaba el deseo. Al ver en qué estado estaba la casa, los que me acompañaban se llevaban las manos a la cabeza: estaba destruida, sin puertas, sin ventanas, el techo todo roto, no había camas, mesas, sillas, cacerolas, no había una moneda…nada! Yo miraba sus rostros desconcertados pero ya “veía” todo lo que sucedería, “veía” la casa ya como es hoy:¡reconstruida, bella, llena de jóvenes! ¡Es sorprendente cómo el Señor me ha sostenido, consolado y reconfortado! Yo pensaba en una casa grande para que estén al menos cincuenta “desesperados”; pero luego de un tiempo los cuartos estaban llenos, yo sentía estupor y una lucha interior para decidir qué hacer. La vida empujaba, los jóvenes seguían golpeando a la puerta y entonces abrimos otra casa, después otra más, primero en Italia y luego en otros países, por todos lados…ahora ya no las cuento.
La confianza en la “Providencia”
Al principio vivimos muchísima pobreza porque no teníamos nada, solo la certeza de la confianza en Dios. Ese Dios que es Padre lo había descubierto de niña y desde entonces aprendí a confiar en Él; cuando la pobreza era más cruda, en el sentido de que no había nada, yo escuchaba a mi madre repetir a menudo, como una letanía: “¡Santa Cruz de Dios, no nos abandones!” Nadie quisiera sufrir, pero fue entonces cuando comprendí qué importante es en la vida aprender a vivir la cruz, porque ella es nuestra madre y nosotros debemos recibirla y amarla para vivir bien todo los demás. Quise que los jóvenes que acogía no solo escucharan hablar de Dios sino que vieran su paternidad concreta. Le dije: “¡Yo los recibo, Tú demuéstrales que eres el Padre!”
¡Y en todos estos años, se los puedo testimoniar con alegría, nunca nos ha desilusionado!
Por qué el nombre Comunidad Cenacolo
Quería un nombre que incluyera a la Virgen. Entonces nos preguntamos: ¿dónde aparece María en la Biblia? Uno de los lugares era el Cenacolo: María está allí con los apóstoles que están encerrados y llenos de miedo después de la muerte de Jesús, como los jóvenes de hoy, tímidos, miedosos, mudos. Pero después, con Su presencia llega el Espíritu Santo, la fuerza de Dios, y se transforman en testigos valientes. Por eso la llamamos Comunidad Cenacolo.
Nos gusta definirnos como una Comunidad de pecadores públicos, pecadores salvados, que hoy quieren revelar al mundo la infinita y grandiosa misericordia de Dios. Este es nuestro mensaje, queremos ser la esperanza viva de una misericordia siempre presente, siempre activa, siempre nueva, sobre mí y sobre ellos, sobre todos.
Nacen los hermanos y las hermanas consagrados
En cierto momento pensaba que ya había surgido todo lo que podía nacer de la Comunidad: chicos, chicas, las parejas, las familias, los niños… faltaban los ancianos. Cuando se presentaron las chicas y los jóvenes que querían consagrarse a Dios en nuestra Comunidad, estuve en duda y pensaba:” ¿Cómo se hará?” Hoy agradezco porque los hermanos y las hermanas son los pilares que sostienen toda la Comunidad, son el corazón del Cenacolo. Si en ese momento no exulté de alegría, lo hago ahora: primero me “arrojé” en la vida tan variada y apasionante que el Señor me donaba y ellos me vinieron a pedir un paso más.
Hoy estoy feliz de ver esos jóvenes capaces de sufrir, de entregar su vida sin lamentarse, de dar alegría, amor y sacrificio ¡son una gran riqueza!
Las misiones
Sé muy bien que solo puedo asombrarme porque todo esto no nació de mí, y mi único deseo es dejar que Dios siga suscitando en el corazón de muchos jóvenes intuiciones bellas y limpias. Las Misiones para los niños abandonados, por ejemplo, nacieron en el corazón de un joven que había llegado a la Comunidad herido y desilusionado del mundo de los adultos, y luego de encontrar la Misericordia de Dios y de perdonar a su padre, sintió muy fuerte la necesidad de hacer algo para muchos de los niños que en el mundo sufren por el egoísmo de nosotros, los grandes. ¡Así nacieron nuestras fraternidades misioneras para los niños de la calle!
Proyectos para el futuro
Nunca he programado, calculado o decidido el camino a seguir. He estado en escucha de la Vida, leyendo dentro la voluntad de Dios para mí. Nunca hubiera pensado abrir tantas comunidades en tantos países, que vería nacer las misiones, que enviaría como primeros misioneros a los jóvenes “renacidos” a una nueva vida. Vi que se me unían las familias, los hermanos y hermanas consagrados, jóvenes voluntarios que donan su vida gratuitamente. Soy la primera en asombrarme por lo que el Señor está obrando y solo deseo una cosa: continuar confiando en Él, sin la pretensión de conocer, ni siquiera un instante antes de que se realice, su voluntad. Todo nació, creció y se desarrolló día a día, como un río pacífico que recorre silencioso su camino.
Me siento una privilegiada porque ya es un don muy grande vivir la posibilidad del amor hoy, tener una familia con quien compartir la riqueza de la vida, que no te pide nada más.
“El proyecto”, el único y permanente proyecto, es seguir corriendo, siguiendo con amor y confianza al Espíritu Santo, con María, donde Ella quiera llevarnos.