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Jürgen

Me llamo Jürgen, soy de Austria, estoy feliz de compartir con ustedes cómo renació mi vida en la Comunidad. Crecí en una familia sin fe y cuando yo era chico, mis padres discutían a menudo.  Mi padre trabajaba mucho y comenzó a beber. La situación se hizo insostenible y entonces mi madre, mi hermana y yo escapamos. Durante varios años vivimos en un asilo. Después que se separaron no pude ver a mi padre, lo que me hizo sufrir mucho. Aunque tenía muchos problemas, yo estaba muy apegado a él y cuando podía verlo me ponía más alegre y amaba la vida.
Más adelante, mi madre tuvo un tumor en el cerebro; recuerdo muy bien ese momento, estaba jugando con mi hermana y de pronto llegó una ambulancia que llevó a mi madre al hospital. No entendía nada de lo que estaba pasando. Por esa enfermedad mi madre no pudo trabajar más, así aprendí de pequeño a colaborar en las tareas de la casa; a veces comprendía que no teníamos suficiente dinero para el tratamiento y entonces compartía con ella lo que me daban mis abuelos. Luego, mi madre conoció a otro hombre, al principio yo estaba cerrado, pero después viendo que era bueno y que nos quería, le di una posibilidad. Unos meses después nos mudamos a la ciudad de Viena, pensaba que sería una aventura, pero hubo que cambiar muchas cosas: escuela, amigos, departamento... De todas maneras me adapté rápidamente a la vida de la ciudad.
Después de un tiempo murió mi padre y se me vino el mundo encima: me cerré, no hablaba con nadie, en la escuela empeoraba: me alejé de las personas que me querían, de la familia, de los amigos de la Iglesia, de todos. En el grupo que había empezado a frecuentar había sólo otro chico de mi edad, los demás eran más grandes. Todos bebían y se drogaban y yo también empecé; rápidamente me perdí y no me pude controlar más. Buscaba la diversión en las cosas equivocadas. Me levantaba a la mañana pensando cómo hacer y dónde encontrar la droga; no me interesaba nada más, en casa ya no sabían ni quién era ni dónde estaba. Todo lo hacía para olvidar el sufrimiento.
Seguí así hasta los quince años cuando internaron de nuevo a mi madre por otro tumor. En ese tiempo dejé de drogarme y la iba a visitar todos los días para dedicarme a ella. Después de sufrir un mes y medio ella murió. Lo viví muy mal, me dio mucha rabia y pensaba que Dios no existía. Al mes recaí en la droga, en el mal, peor que antes y tuve problemas con la policía. Me ayudó mi tío y como era menor todavía, se ofreció a ser mi tutor. Él me hizo conocer la Comunidad Cenacolo. Luego de varios coloquios, Luciano, un ex, me contó cómo era su vida desesperada antes de entrar, de lo que vivió en la Comunidad, y de su nueva vida con una familia. En ese momento nació la esperanza y al poco tiempo entré en la Comunidad. Aquí encontré lo que siempre me había faltado: la sonrisa en las personas que me rodean, la amistad, la alegría del trabajo bien hecho. Percibí la atmosfera de una verdadera familia. Las primeras veces que entraba en la capilla lloraba mucho, era como si por mi mente pasaran todos mis sufrimientos. Al principio quería escapar pero mi “ángel custodio” me ayudó y pude seguir adelante. Gracias al tiempo que pasé con Jesús en oración cambiaron muchas cosas dentro de mí: me siento un hombre nuevo. Hoy doy gracias a Dios y a la Comunidad por la vida  reencontrada y por las cosas bellas que vivo. Especialmente agradezco por haber hecho el recital y el baile: son experiencias que me ayudaron a ser más libre conmigo mismo y a superar mis miedos.
Agradezco a Madre Elvira que es como mi nueva madre y a todos los chicos de la Comunidad que hoy la siento como mi nueva familia.

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