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Educarse para educar

EDUCARSE PARA EDUCAR
LA PAZ

“Estoy cada vez más convencida que la Paz vale mucho más que tener razón, y la Paz  siempre es el fruto del que en el momento de tensión sabe hacer silencio.”
Madre Elvira

En estas páginas dedicadas a la educación señalamos algunos puntos simples y concretos tomados de las catequesis de Madre Elvira a los jóvenes sobre la importancia de la educación. Creemos que estas reflexiones, nacidas de la experiencia, nos pueden ayudar a volver a darle importancia y valor a gestos simples pero fundamentales de nuestra vida.

 La paz vale más que tener razón
Tenemos una posibilidad que a menudo triunfa: ¡el silencio! Muchas veces experimenté que el silencio triunfa: en las familias, en el matrimonio, con los hijos, con el niño. Cuánta paz habría en casa si uno de los dos, y se los digo especialmente a las mujeres, aprendiera a hacer silencio. El silencio es la palabra más potente, más eficaz, más pacífica; es más fácil gritar que hacer silencio, ¡es más fácil alzar la voz que callar! Estoy convencida que el más fuerte, en los momentos de contraste, no es el que más grita ¡sino el que más calla! Es más grande el que comprende que la paz en la familia, que la paz en el corazón, que la paz entre nosotros, vale mucho más que las propias razones.
A menudo les digo a los padres: después que pelearon, después que cada uno le echó en cara al otro sus propias razones, si en la casa queda un clima de tensión, de encierro, de rabia… ¿de qué valían esas razones? Estoy convencida que la Paz vale más, mucho más que las razones y la Paz siempre es el fruto de alguien que en las tensiones sabe hacer silencio. ¡Hagamos silencio cuando nos provocan!  Nos lo enseñó Jesús que cuando lo provocaron, lo juzgaron, lo condenaron: ¡permaneció callado! Él nos dijo: “Cuando todos les hablen mal por causa mía, alégrense!” No nos dijo que nos defendamos, que nos  enojemos, que nos venguemos, que busquemos nuestras razones... sino que recemos por el enemigo, que nos alegremos. El rencor amarga la vida; la tristeza,  el malhumor, el odio,
la rabia... son enfermedades que lastiman el cuerpo, lastiman el corazón, ¡y después vamos al doctor porque estamos mal! Muchas veces bastaría sólo con saber callar mientras hablan los otros.
“¡Pero mi marido nunca está contento!” me dicen muchas mujeres. No importa: si tú haces silencio llegará el momento en que te comprenderá más profundamente, te apreciará más. Una mujer que sabe hacer silencio hace que  ese silencio se vuelva paz para ella, pero también se vuelve paz para él, que quizá le dijo de todo porque estaba nervioso... y ella, para demostrarle que no se ofendió, que no le dio rabia, le hace una bella sonrisa de paz. En las discusiones, ese silencio de paz que se hace oración, después interpela la conciencia del otro, la hace gritar, y es un grito que despierta el sueño del que te ha herido y luego dará un paso hacia ti. ¡La paz es silencio, la paz es amor, la verdadera justicia es la paz! Y la paz podemos vivirla cuando somos capaces de controlar nuestra lengua. Es el músculo más pequeño del cuerpo pero el más eficiente, si se usa para el bien, para dar serenidad, respeto, estima, amor, alegría a una familia; pero usada para el mal, la destruye.
Hay un slogan que aprenden los jóvenes de la Comunidad  y es nuestra regla de vida: “¡Callar, tragar, sufrir... y sonreír!” Cuando eres provocado, debes callar.
Callar que no significa estar callado, de malhumor, dando la espalda con rabia. Cuando alguien nos dice algo, no tenemos que rebatir porque ahí comienza la guerra, especialmente en la familia. ¡No debe haber continuos altercados en familia! Piensen en los niños: cómo van a pensar que la vida es bella, que la vida es preciosa si ustedes, padres, pelean siempre delante de ellos. No es justo para los niños: ¡ellos deben ver que la vida es bella! El que hace vivir la paz en la familia deja en el corazón de los hijos una huella de bien imborrable. Por esto le digo a los padres que uno de los dos tiene que aprender a callarse para vivir en la paz, y la mujer en este punto va un paso adelante en comprensión, sensibilidad, sacrificio, bien. Hacer silencio no es sólo “estar callada”. “Estar callada” es otra cosa: en el fondo estás segura que tienes razón, entonces te callas y te vas enojada. En cambio, hacer silencio es sembrar paz, es una bella sonrisa del corazón. Haces silencio, lo dejas que se desahogue con sus palabras, y luego, en el momento justo, te le acercas, lo miras a los ojos y le dices: “Te quiero”, y basta, todo termina. Luego, después de un día, viene tu marido y te dice: “Mira, perdóname, fui un estúpido porque quería tener yo la razón a toda costa, pero me di cuenta de que la razón es tuya.” ¡Sería tan bella la vida! ¿Por qué queremos tener siempre razón?  No somos solo razón: somos también corazón, sentimientos, afecto, amor. Si sólo hacemos funcionar la cabeza, la razón, quedamos pobres y limitados. Al principio es difícil hacer silencio, pero se aprende a dominar el impulso que te hace responder en seguida, s hacemos como decimos nosotros: “cuenta hasta cinco antes de responder”, sientes que lo reemplazas por comprensión, madurez, amor. Dale tiempo a Dios de pasar, espera, no reacciones en seguida. De otra manera está la guerra porque los dos quieren tener razón ¡qué tontos! Personas que se aman, que se eligieron para siempre, que pelean, que gritan, que riñen.
Abrácense un poco más en vez de hablar tanto, porque lo que buscamos es el amor, no tener razón.
“Callar, tragar, sufrir... ¡y sonreír!” es el camino perfecto para la serenidad entre el marido y la mujer, para la armonía entre padres e hijos, para la perseverancia y la fidelidad en el trabajo, para la paz en la Comunidad. Si no eres capaz de tragar y callar ¿sabes cuántos amigos perderás, cuántos trabajos perderás, cuantos afectos perderás? Vivir con alguien que siempre quiere tener razón, que siempre tiene la última palabra ¡es una vida triste! Estas cosas se las digo porque los jóvenes me las dijeron a mí. Conocí los problemas familiares y el drama de muchas parejas no de los libros, si no del libro viviente que es la historia de cada uno de los jóvenes, del sufrimiento de los hijos. Ustedes desean la paz, la alegría, el perdón, la comunión, el diálogo entre ustedes y sus hijos. Dentro de ustedes hay un ansia de comunión, de libertad, de amistad. Yo les muestro el camino para lograrlo: mientras el otro habla, tú escúchalo, no lo invadas, no lo agredas, aunque te diga algo que ya sabes. Escucha, calla, traga un momentito si te dice algo que te pica. ¡No respondas! Si queremos hacer las cosas con la razón, con la lógica, con las discusiones, con prepotencia y orgullo, con ambición, con miedo a perder, durarán poco y lo más importante, ¡nos agotamos, nos enfermamos! En cambio, la gente no sabe que el equilibrio interior, la serenidad del ánimo, la salud mental tienen sus raíces en la paz del corazón, de la conciencia.
Compartimos con ustedes un medio pequeño y simple: esperar cinco minutos antes de ponerse prepotente, antes de querer tener razón, antes de acusar, antes de señalar con el dedo. Calla, traga, reza, sufre, espera un momento... y verás ¡la Paz vencerá! ¡ Y después, entonces, sonríe!
(de una catequesis de Madre Elvira)

En la misión con los más pequeños, en muchas ocasiones viví que en sus momentos de peor agitación o provocación hacia mí, lo que más resultaba era mirarlos con una sonrisa silenciosa y decirles: “Te quiero mucho”. Me acuerdo que una vez estaba en una casa con diez niñas, mientras ellas jugaban yo quería hacerles una torta pero me faltaba harina. Para no dejarlas solas le pedí a la mayor, de 11 años, si podía ir a pedirle harina a una “tía”. Ella, con bronca, me dijo que no porque estaba jugando. En ese momento solo la miré con serenidad y salí para ir a buscar la harina. Cuando regresaba, ella salió a mi encuentro y me preguntó por qué había ido yo. Le respondí que quería hacer la torta para ellas, entonces, bajó la mirada, pidió disculpas y volvió al juego. Vi que al no imponer mi razón, al hacer silencio, sola se dio cuenta que no había reaccionado bien. Pero lo más bello es que en ella nació más confianza hacia mí.
Gabriella

“El niño aprende a vivir observando a los padres y a los adultos. Si comienza con una relación receptiva... la relación que se instala en la intimidad de la familia desde el nacimiento deja una marca indeleble. Los aportes del padre y de la madre, en su complementariedad, tienen una influencia decisiva en la vida de los hijos. Les compete a los padres asegurarle a ellos el cuidado y el afecto, un horizonte de sentido y la orientación en el mundo. Hoy se enfatiza la dimensión materna, mientras que la figura del padre aparece más débil y marginal. En realidad es determinante la responsabilidad educativa de ambos. Es justo la diferencia y la reciprocidad entre el padre y la madre las que crean el espacio fecundo para el crecimiento pleno del hijo. Esto es así incluso hasta cuando los padres viven situaciones de crisis y de separación.”
Conferencia Episcopal Italiana – Educar a la vida buena del Evangelio

“¡Callar, tragar, sufrir... y sonreír!” Cuando por primera vez escuché este slogan de la Comunidad, me dije: “Imposible, yo no podré.” Pero la frase me quedó mucho tiempo en la cabeza y empecé a rezarla y comprendí que se puede hacer silencio primero que nada en la oración. Así, me di cuenta cuántas veces en casa perdí la oportunidad de hacer silencio frente a los hijos cuando tenía que intervenir el padre, incluso hasta contradecía todo lo que él decía. De esta manera, en muchas oportunidades ocupé un lugar que no era el mío e impedí que nuestros hijos vieran a su padre como verdaderamente es, y que él pudiera educarlos en lo que le correspondía a él. Es verdad lo que dice Madre Elvira: sobretodo las mujeres debemos saber callar y yo tuve que ir a la escuela de la Virgen María para aprender de Ella. Veo que todavía me falta andar mucho, pero desde que estamos en el camino de la Comunidad, empezamos a rezar juntos el Santo Rosario. Día a día descubrimos que es justo en la oración donde sucede el diálogo más bello e importante entre nosotros, porque es el momento en que podemos ser reales. Mirando fijo a Jesús y María vemos quiénes somos realmente y nos volvemos capaces de enfrentar nuestras dificultades y sufrimientos cotidianos, sin cargárselos al otro sino rezando uno por el otro. También aprendimos a perdonarnos: hay altercados que a veces vencen nuestro deseo de callar, pero tenemos el arma del perdón. Perdonándonos podemos experimentar una alegría más profunda que va más allá  de nuestra justicia. 
Descubrimos que “Callar, tragar, sufrir... y sonreír” es un don maravilloso que el Espíritu Santo hace a nuestra vida y a la de nuestra familia, que el silencio nos hace más parecidos a Jesús, que se dejó humillar como una “oveja muda” por amor a nosotros. No siempre somos capaces de  recibir la humillación sin tratar de reivindicarnos, pero el camino comunitario que estamos haciendo nos impulsa a mirar a Jesús cada vez más y a aprender de Él a ser “manso y humilde de corazón.” Así, descubrimos el Amor de Dios en nuestra vida, en nuestra casa, en nuestro matrimonio, para nosotros y para nuestros hijos. En el silencio podemos vivirlo cada día.
Mama Carmela y papa Carlo

Vivo en la Comunidad desde hace unos años con mi hijo Nicolás y hoy, gracias a Dios, finalmente puedo decir “vivir”. Encontré aquí personas que me ayudaron a sanar de la tristeza, de la melancolía, de estar aferrada a cosas equivocadas, del orgullo por mis razones. Primero me encontré como mujer y después también como madre. Gracias a la Comunidad que me enseñó a ver las cosas del pasado de una manera diferente. En especial aprendí a callar y a hacer silencio aunque me costó mucho bajar mi orgullo. Hoy me siento sanada y estoy feliz porque descubrí que las palabras son bellas dichas en el momento adecuado. Aprendí a sonreír siempre y a no discutir delante  de los niños sino a llevar las tensiones delante de Jesús, a tener paciencia, a saber escuchar, a ser constante en la vida de fe. Solo así puedo decir que me siento libre de perdonar y me siento perdonada, cada vez que los otros se equivocan o que yo me equivoco. Estoy feliz de la elección que hice, como mujer y como madre porque me dio la posibilidad de recibir no solo amor sino algo muy especial que es la “fe”.
Claudia

Siempre había pensado y estaba convencida, que si uno se calla cuando le dicen algo injusto era una perdedora; o que si no estás de acuerdo con un razonamiento y no lo discutes, es porque no eres capaz o no tienes el coraje para defenderlo. Muchas veces me sucedió que aunque tenía razón en alguna situación, sin embargo sentía ese orgullo que se transformaba en ferocidad porque tenía que hacerme respetar e imponerme en cada ocasión... pero dentro de mí no lograba estar en paz. Entendía que algo se había roto  en la relación con esa persona luego de la discusión. Lo notaba especialmente con mi marido, que era la persona que tenía más cerca. Una noche, nuestra hija que había venido en verifica, nos dijo: “¿Ustedes dos siempre se hablan así?” Esa frase me “acostó”. Comencé a reflexionar. Una querida amiga, también mamá como yo en el camino de la Comunidad, me había dicho un tiempo antes, sobre la frase de Madre Elvira “callar, tragar y sufrir”, pero recién en ese momento me di cuenta cuán equivocada estaba. Busqué la respuesta mirando a Jesús. Delante de sus acusadores, Él había callado, y no porque era un “perdedor”, sino porque seguramente estaba rezando al Padre por ellos. ¿Y María? “Callaba y guardaba estas cosas meditándolas en su corazón.” Y su silencio seguro que era oración, no temor ni pasividad. Traté de hacerlo también yo: no fue fácil dar vuelta mi modo de pensar, es un largo camino que dura hasta ahora, pero la paz volvió dentro mío, volvió a la familia, la oración es la medicina que sana todas nuestras heridas.
¡Agradezco a esta “Escuela de Vida” que es “Escuela de Oración!
Mama Rita

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