Testimonio de Emilia Hola a todos! Me llamo Emilia y estoy contenta de poder testimoniar frente a ustedes. En esta tierra yo comencé a respirar, a vivir. Hace unos años conocí Medjugorje y vine aquí triste, vacía y enferma. Les cuento mi historia, porque como cantamos recién –“Aleluya por lo que haces”- es verdad que Dios hace milagros y yo viví muchos en mi vida. Hace 18 años me diagnosticaron esta enfermedad, de los músculos. En ese momento puse a Dios en una caja y tiré la llave, perdí la fe, no creía más porque no me imaginaba la juventud en una silla de ruedas. Pensaba que la alegría era hacer muchas cosas, la libertad. Aquí en Medjugorje conocí la Comunidad Cenacolo, miraba el recital de los chicos a la noche. Me tocó muchísimo porque aunque no entendía el idioma, no entendía nada, comprendí en sus ojos que tenían fe. Siempre me pregunté: “Por qué cuando uno tiene una enfermedad en seguida quiere sacarla.” Yo pensaba así . Entonces vine a Medjugorje para pedirle a la Virgen que me cure porque pensaba que sería feliz si Ella me sanaba. Y la sanación no llegaba: ni el primer año, ni el segundo, ni el tercero. La tercera vez que vine aquí sentí en el corazón algo que me decía: “¡Emilia, cambia de vida, comienza a rezar!” Yo creía que sólo rezaban las hermanas y los sacerdotes. En cambio aquí descubrí que no es así: la oración sirve. Cuando comencé a rezar, cuando comencé a aceptar mi enfermedad, verdaderamente comencé a respirar, a estar bien. Porque no hay tres caminos, hay sólo dos: o lo aceptas y vives en paz o lo vives en la rabia y te llenas de muchos ‘¿por qué?’ Pierdes tiempo. Y al aceptar la pérdida de la fuerza física fui teniendo más paz en el corazón. La primera vez que me encontré con Madre Elvira, aquí en Medjugorje, me miró a los ojos y me preguntó: “¿Eres enferma?” yo contesté que sí, y ella me dijo: “Recuerda que la primera medicina que necesitas es la sonrisa!” y tenía razón porque yo no sonreía. Comencé a tomar esa medicina y me hizo muy bien. Quisiera dejar un mensaje para quien está enfermo, porque si bien son jóvenes, la enfermedad puede llegar. Yo tampoco pensaba que tenía una enfermedad, a los treinta años en silla de ruedas. Quisiera decirles que la enfermedad no tiene la última palabra. Aunque sea un tumor, no importa: lo importante es aceptarlo y vivirlo hasta que Dios quiera y como Dios quiera. Tengo que agradecer especialmente a la Virgen porque hace muchos años cuando venía aquí pedía la sanación con mucha ansia, hoy veo que tengo paz en el corazón. Siempre pido la sanación, pero en paz, de acuerdo a la voluntad de Dios. Estoy contenta de haber encontrado la fe gracias a la Comunidad, a Madre Elvira, a las chicas que viven conmigo. Cada vez que vivía un momento difícil me decían: “Ve a la capilla, donde está Jesús, díselo a Él.” Esto me ayudó, construyó la fe dentro de mí y me dio la fuerza para luchar. Siento que mi madre me dio la vida y se lo agradezco, pero hay más, porque siento que la Virgen me da a luz, me genera cada día en la Comunidad. A propósito de la fe, una última cosa que viví muy fuerte fue el momento en que no pude caminar más. Cuando entré en la Comunidad todavía caminaba, no quería la silla de ruedas, no la aceptaba, tenía rabia y tenía mucho miedo de cuándo llegaría el día. Pero reconozco que tenía más miedo de volver a la depresión, de perder la fe más que a perder las piernas. Me decía: “Si no camino más lo tendré que aceptar, pero sin fe, ¿qué haría?” Pero Dios también se ocupó de esto: rezando, pidiendo la paz para ese momento, cuando llegó el día tuve mucha, mucha paz en el corazón. Para mí fue el milagro más grande ¡más que levantarme de la silla de ruedas y caminar! Entonces, agradezco mucho a la Virgen y a la Comunidad, a Madre Elvira y a todas las personas que creyeron en mí. Porque me siento bien, estoy bien y soy feliz. ¡Gracias!
|