ItalianoHrvatskiEnglishFrançaisDeutchEspañolPortuguesePo PolskuSlovakia     

 

Educarse para educar

EDUCARSE PARA EDUCAR

Educar en la cruz, en el sacrificio  - Catequesis Madre Elvira -
Enseñarle a los niños que el sacrificio es parte de la vida es prepararlos para la realidad del sufrimiento que todo hombre encuentra en su existencia

Se les enseña que en el sufrimiento nace la flor de la entrega: si hoy comienzan  dando algo, mañana sabrán dar la vida, darse. Los adultos debemos ser los primeros en mostrarles que podemos hacer pequeños y grandes sacrificios que luego dan alegría al corazón. Por ejemplo tu papá debe poder renunciar a ver el fútbol por televisión porque el niño dice: “Papá, me prometiste que me llevarías a jugar al parque.” Todo comienza con lo que los niños “respiran” de pequeños:  es necesario enseñarles, hacerles entender con gestos de vida que valen muchísimo, que sus vidas valen por lo que son y no por lo que tienen. Todo esto no lo leí en ningún lado, es el fruto de la experiencia vivida, del recuerdo de cuánto sufrí en mi infancia y del diálogo con muchos jóvenes que en estos años me contaron que en su familia les facilitaban todo pero que después cuando tuvieron dificultades en la vida, se derrumbaron. En el sufrimiento se madura. A menudo ya desde niños les queremos evitar el sufrimiento, el llanto, el momento de dolor, porque nos molesta a nosotros, porque tenemos que hacer otra cosa y entonces les damos rápido el biberón, el juguete que quiere, lo que le gusta. Estoy convencida que educa mucho más un ‘no’ que mil ‘sí’. Decir que “no” te hace mal a ti primero, porque te expone al juicio del hijo, a la incomprensión, a la coherencia, al diálogo sincero, pero te hace crecer, a ti y a tus hijos, en la verdad de la vida; es mucho más fácil decir siempre que “sí”. Muchas veces los jóvenes me dicen: “Quizá si mi padre me hubiera dicho un “no”, me hubiera reprochado, gritado, pero me ignoraba, nunca se dio cuenta de mí, ni siquiera me escuchaba, me decía: “sí, sí, anda, hazlo…” Hay padres fantasmas, padres inmaduros, infantiles, que cuando llegan a casa dicen que están cansados, como si no supieran que el trabajo es tanta responsabilidad  como educar y cuidar a los hijos. Veo en muchos padres el miedo a sufrir con sus hijos cuando deben saber decir “no”, quizá privarlos de cosas que les gustan y que quieren rápido porque sus amigos ya las tienen. No podemos  soportar el peso de ese sufrimiento que a menudo se genera cuando educamos en un valor más grande. A veces dudamos, estamos inseguros, con miedo de haber tomado una decisión equivocada y todas estas dudas e inseguridades recaen en ellos; perciben, escuchan y piensan: “Mi mamá no está convencida de lo que tenemos que hacer, mi papá, menos.”
Recuerdo al comienzo, cuando recién había abierto la Comunidad y todos me decían: “¡Estás loca, por lo menos dales diez cigarrillos, al final de cuentas son hombres!” Todos tenían miedo de su reacción. “Por lo menos una vez por semana déjalos ver una película, la televisión... Sabes que viven escuchando música por qué no los dejas dos o tres veces por semana que escuchen la música que les gusta?” Pero no, yo sentía en el corazón que tenía que proponerles la cruz. Mi intención era no sólo sacarlos de la droga, sino decirles la verdad: que en la vida antes o después se atraviesa el camino de la cruz, el dolor de la familia, de los amigos, la enfermedad, una desgracia, imprevistos, pobreza, guerra. ¿Los queremos preparar sí o no a esta realidad que es parte de la vida? Todos los que me escuchaban  movían la cabeza comentando “Un fracaso, será un fracaso.” En cambio la respuesta fue que  los jóvenes se quedaron porque esperaban justo esto; querían que yo tuviera confianza en ellos sin hacerlos depender del tabaco o de sus viejas actitudes, que yo creyera que dentro de ellos estaba la fuerza del sacrificio que tenían el derecho a descubrir.
Nuestros hijos nunca podrán descubrir el sacrificio de Jesús de Nazareth que murió en la cruz, que se sacrificó y resucitó para darnos la libertad del corazón y la paz interior para concedernos el perdón sin condiciones, si nosotros no los educamos a saber vivir el sacrificio, el valor del sacrificio. No tenemos que tener miedo. Es verdad que debes ser tú el primero que arriesga, que va, que no tiene miedo; por eso algunos no tienen hijos, porque debes precederlos, tienes que superarte si quieres que te sigan. Estoy segura que los niños harían grandes cosas si vieran un papá, una mamá que no tienen miedo de lo que dice la gente, que no tienen miedo del frío, que no tienen miedo del hambre, que no tienen miedo de dormir poco, de enfermarse ¡que no tienen miedo de donarse!
Los niños nos observan y aprenden de nuestra vida que es el primer libro que leen: lo que permanece en ellos no es lo que escuchan sino lo que ven. La vida real  queda impresa mucho más que las palabras.
Cuando la hija de uno de los matrimonios de la Comunidad comenzó la escuela, a pesar de que ya teníamos auto , yo le dije: “¡La llevarás a pie!” Para que ella recuerde la belleza de tomar la mano de la mamá, de sentir el frío de la nieve y el calor de la mamá... así, hacían una bella caminata todos los días. Mientras tanto, la mamá le hablaba, le contaba cosas, y la niña observaba todo lo que la rodeaba y pedía explicaciones sobre todo lo que le interesaba.
Tenemos que tener el coraje de creer que la cruz nos salva y cada niño que nace  está marcado por la cruz. No tenemos que ilusionarlos con que todo será fácil y cómodo: ¡no es verdad! Los padres dicen a menudo: “Quiero que mis hijos tengan todo lo que yo no tuve”, les dan dinero y quedan tranquilos pensando: “Así me va a querer más.” ¡No! Así, lo privamos de una parte  de la verdad de la vida: el sacrificio, el esfuerzo. Tenemos que educarnos para educar a vivir y aprender de los grandes y pequeños sufrimientos de cada día porque el amor también es dolor.
Si les permitimos hacer siempre lo que les gusta, los empobrecemos y nos empobrecemos. El amor no es placer siempre; si solo se mira el placer queda muy poco del verdadero amor. Derribemos nuestros miedos, nuestros falsos placeres, nuestra pereza escondida, nuestros intereses; si lo hacemos los niños nos ayudarán a ser más ricos, más completos, más auténticos, más libres. Ellos son nuestros primeros maestros porque nos obligan a caminar mirando hacia delante, nos hacen crecer con ellos, nos hacen educarnos para  saber educarlos.

    (de una catequesis de Madre Elvira)

Print this pagePrint this page