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Aldo

 

Nonno Aldo  llegó a la patria del Cielo el 28 de marzo pasado, a los 87 años. “Se durmió tranquilo y  sereno” en los brazos “maternos” de Dios, entre los jóvenes, niños y familias de la fraternidad en la que vivía. Los años que vivió con nosotros nos enriqueció con el “libro” de su vida, que  fue  de mucho sufrimiento, aceptada y llevada con fe y una alegría imbatible. Publicamos un testimonio de hace algunos años, seguros de que el ‘nonno’ intercede por nosotros sin fin en el Paraíso.

Tuve la suerte de nacer en una familia numerosa. A los doce meses tuve esta enfermedad y siempre me pregunté: ‘¿Por qué el Señor me castigó? ¿Qué pude haber hecho mal  a la edad de un año?’ En esa época  todos creían que los enfermos pagaban las culpas de sus abuelos y yo me preguntaba: ‘¿Cómo que yo debo pagar la culpa de un pariente que vivió hace quizá 100 años? ¡Es increíble!’  y no me daba paz.
Cuando tenía ocho años, murió mi mama ¡qué dolor! Mi papá estaba sumergido en deudas, se encontró en la miseria y me internó en un instituto. Además de la desgracia de haber perdido a mi mamá tuve que vivir el dolor de estar  ‘encerrado’ en un instituto. A los veinte años un amigo me regaló una Biblia y me apasioné con la lectura. Leí los Evangelios y comprendí que el Señor me quiso por algún motivo que yo siempre buscaba. Después de la guerra en mi instituto recibieron muchos  niños abandonados, discapacitados, y yo tenía que hacerles de papá, de mamá, de hermano, de hermana. Cuidando a ellos encontré mi salvación, mi alegría y hoy digo: ‘Gracias, Jesús, por esta cruz, porque Dios me  hizo el gran regalo de  tener alegría y paz en el corazón’ y hoy esta paz y esta alegría la siembro a mi alrededor.  Según los doctores tendría que haber muerto de pequeño, en cambio tengo 84 años llenos de vida, de alegría, de paz, porque al Señor lo toco con las manos  todos los días y soy feliz. Ya no puedo caminar, me cuesta comer, pero tengo muchos ‘siervos’ que me ayudan, me quieren y me miman como a un niño. Vivo en una casa de Madre Elvira con los jóvenes, y ya ven como me tratan ¡como a un rey! En mi vida nunca había tenido  tanta felicidad y tanta alegría!
Nosotros los enfermos representamos a Jesús y todo lo que hagan con nosotros lo hacen con Jesús. Ni siquiera los ángeles tienen el honor de hacer esto; ellos tienen el honor de alabar y adorar a Dios pero no de servirlo. Y nosotros, los enfermos, sufriendo con Él ¡cuántas gracias podemos atraer para nuestra vida y para la de muchos! ¡Cuánto daño hacen los que defienden la eutanasia! Porque en el hombre que sufre el Padre ve siempre a Jesús, por eso la Iglesia  sostiene la vida siempre. El mundo quiere sacarnos el don más grande que tenemos: el de poder servir a Jesús en el que sufre. No entiendo a los que dicen que la vida es mala, es triste, es un peso... lo repito y quisiera gritarlo a todos, la vida es bella, pero es necesario saber vivirla, seguir los consejos de Jesús que es tan, tan, bueno. Todas las noches, al hacer el examen de conciencia, veo que fui impaciente, y otras cosas no muy lindas... pido perdón y digo: ‘Verás querido Jesús, mañana no lo haré!’ Y si no lo logro ¡qué rabia! Pero Jesús es bueno, mira la buena voluntad y entonces nos ayuda otra vez. Si sigues el Evangelio y te esfuerzas en ponerlo en práctica, Lo sientes cerca, nos quiere, siempre  recomenzamos. Cuando estaba en Torino me llevaban todos los años a la escuela secundaria para dar testimonio, y muchas chicas me preguntaban: “Cómo puede ser que yo  sana, linda, tengo una familia que me quiere, estoy siempre triste y tú, que eres viejo y enfermo, estás siempre alegre?” Yo les respondía que es porque me esfuerzo, no lo logro siempre pero me esfuerzo en hacer la voluntad de Dios. Hoy descubrí mi tarea: expandir a mi alrededor la alegría y la paz de Dios. Agradezco al Señor que me dio esta hermosa posibilidad de de sembrar paz y alegría porque encontré muchos amigos. Dios nos creó para grandes cosas, nos creó libres de decir “sí”. Yo, que ya ni puedo comer, estoy seguro que si Jesús me pidiera que fuera a Torino caminando, lo lograría en Su compañía. Si yo les digo que la vida es bella , tienen que creerlo. Y cuando llegue al Paraíso, puesto que hice poco en esta vida, le pediré a la Virgen hasta cansarla, que todos mis benefactores, todos los que me hicieron el bien, pero también los que me hicieron mal, que el Señor los lleve a todos al Paraíso. Y cuando estén conmigo, especialmente estos chicos y chicas que hoy me atienden, iremos  delante de Dios y haremos una bellísima danza, un buen baile... y yo seré el mejor bailarín!
Les deseo a todos ustedes que estén tan alegres y llenos de paz como yo.
¡Gracias, gracias de corazón!

 

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