Este año festejamos en Croacia los 20 años de la Comunidad, fue un hermoso momento. Viendo a mucha gente, obispos, cardenales, que han venido a la colina en estos días a rezar con nosotros, con el deseo de abrir una casa también en sus países, tenemos que agradecer a la Virgen que nos quiere tanto y nos ayuda en los momentos difíciles, por ejemplo, cuando estalló la guerra en Croacia. Agradezco a Madre Elvira que tuvo el coraje de permanecer durante la guerra, se quedó para rezar, abrió su corazón, y dejó que la Virgen pusiera mucha fuerza dentro de ella para dar ese paso, para venir y abrir las casas en un momento especialmente difícil y necesitado para nosotros. Cuando entré en la Comunidad, en 1994, mi ciudad estaba siendo bombardeada, mi madre y mi hermana estaban en casa bajo las bombas, dos hermanos en la guerra y yo drogado. Cuando Madre Elvira me encontró tenía dos meses de Comunidad y me llevó a Italia. Piensen cuánto sufrí al dejar a los amigos, los hermanos, la casa, la madre, aunque fuera un drogadicto; adentro tenía grandes sentimientos de culpa porque había hecho muchas cosas mal. Cuando llegué a la Casa Madre, cada vez que sentía sonar el teléfono tenía miedo porque pensaba que me llamaban de Croacia: quizá había pasado algo. Así estuve meses. Tenía mucha rabia conmigo mismo por haberme equivocado tanto en la vida, porque no estaba con ellos, y pienso que todos los jóvenes croatas vivían lo mismo: era un período de mucho sufrimiento para nosotros. Cuando se habla de la verdadera amistad y miro mi camino comunitario, me doy cuenta qué bueno fue Dios con nosotros: ¡hubiera esperado mucho para que nos volviéramos buenos y fuéramos amigos de verdad entre nosotros! Cuando pienso en mi primer año en la Comunidad recuerdo tantos episodios de amistad, algunos no tan verdadera ni limpia, pero que me dejaban algo, me daban fuerza. Recuerdo que aquí en Saluzzo éramos dos croatas y sesenta italianos, yo no hablaba ni una palabra de italiano, tenía mucha rabia, el peso de mi vida anterior y el recuerdo de las bombas cayendo. Sufría mucho. La primera responsabilidad que me dieron para empujarme un poco hacia arriba fue hacer el ‘giro casa’ (mantener limpio y ordenado alrededor de la casa). Me dijeron: “El sábado a la tarde, luego de la ducha, le das una escoba a cada uno y les dices dónde tienen que barrer alrededor de la casa.” Yo estaba contentísimo; el lunes a la mañana ya esperaba el sábado, el momento en que podría mandar. Cuando llegó el sábado, los chicos que tenía que mandar no estaban. Me puse muy nervioso, daba vueltas en un metro cuadrado con la escoba en la mano, no entendía dónde estaban. Me explicaron con gestos de las manos que Giorgio, que era el responsable del bosque se había llevado a todos los chicos para terminar un trabajo. Estaba furioso con este Giorgio, no veía la hora de encontrarlo y de romperle la cara. A la tarde regresaron los jóvenes del bosque, todos contentos porque habían trabajado, cansados, y yo con esa rabia me les fui al encuentro para reñirles, les dije alguna mala palabra en croata. Los chicos se pararon todos delante del portón y me miraron, Giorgio dio un paso adelante; nunca olvidaré la expresión de sus ojos y de su rostro: era un joven sereno, tenía tal paz que apagó mi rabia. Dio dos pasos más, me abrazó y dijo: “Tú sabes que te quiero, perdóname, no lo haré más. ¡No sabía que era algo tan importante para ti!” Y me abrazó más fuerte. Yo estaba acostumbrado a la calle, si alguien gritaba, yo gritaba más fuerte, si le daba una trompada a alguno, me devolvían dos, entonces, su comportamiento me tocó profundamente, quedé sorprendido, quieto, perdido. Ahora cuando pienso en ese momento sé y creo que en esos ojos, en ese rostro, en ese abrazo, estaba el rostro de Dios vivo. Hacía 5 años que Giorgio estaba en la Comunidad y hacía años que se levantaba a las dos de la madrugada a rezar, era un chico que se había quedado en la Comunidad como Siervo por Amor para recibirnos a nosotros, un joven que tenía a Dios en el corazón. Creo que en ese gesto de amistad verdadera había un Dios vivo. Jesús me salió al encuentro en la Comunidad cuando yo todavía ni sabía quién era Él. Giorgio no me habló de Dios, no me habló de Jesús: me lo dio; la Comunidad vive de estos gestos de amor. Como decían los niños en el recital: “Yo también quiero ser como Jesús”, en ese momento me dije: “Yo también quiero ser como Giorgio.” Por este motivo me quedé en la Comunidad y les pido perdón, también en nombre de los sacerdotes, por cada vez que no somos capaces de darles ese Dios vivo, que se entrega así, como aprendimos en la Comunidad. Dentro de poco entraremos en el Año de la Fe y seguramente se escribirán muchos libros, habrá muchas conferencias importantes, muchas catequesis que nos harán reflexionar, caminar, rezar, toda la Iglesia lo hará, y yo, como sacerdote, el último de los últimos, el más pobre de los pobres, pongo mi granito de arena porque aprendí a través de gestos simples como el de Giorgio que a Jesús se lo encuentra de rodillas, estando horas y horas ante Él. En un video hay un bellísimo testimonio de Madre Elvira que dice: ‘Me doy cuenta que cuando rezo soy más buena, más paciente, comprendo más a los otros, soy más servicial, soy capaz de amar más’. La receta es ésa: estando delante de Jesús, de verdad somos capaces de ser más buenos, de realizar gestos de servicio, de amor, de darle a nuestro prójimo un Dios vivo. ¡Qué regalo! Y para ustedes , padres, deseo y rezo para que puedan llegar a regalarle a sus hijos no el auto, ni las cosas, ni el diploma, ni la escuela sino un Dios vivo. Piensen qué receta tenemos, muy simple: ponte de rodillas y serás más bueno, capaz de gestos como el de Giorgio, serás capaz de donar gratuitamente un amor vivo, un Dios vivo, y deseo esto para mí, para mis hermanos sacerdotes , para todos ustedes.
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