Homilía De Monseñor Philippe Barbarin - Jueves 12 de julio Escuchamos primero la palabra de un profeta, Oseas. También Jesús es un profeta, más que un profeta. La palabra “profeta” significa que quien está delante es la boca de Dios para nosotros, la Palabra de Dios que viene a nuestra vida hoy, adaptada a nuestras vidas, a nuestras preocupaciones, a nuestra vida presente. Las palabras de los profetas pueden ser muy diversas: el profeta Amos, por ejemplo, al que escuchamos la semana pasada se enojaba con la gente, el profeta Oseas, como escuchamos hoy, también se enojaba a veces. A veces nos reprocha ser hipócritas: “Ustedes hacen bella liturgia, buenos sacrificios, pero sus corazones están lejos de mí; están adormecidos en su comodidad y no prestan atención a Dios.” Muchas veces los judíos y los cristianos tienen miedo de los profetas. ¡No hace falta temerles! Cuando los profetas nos dicen la Palabra de Dios siempre es amor, para despertarnos, para hacernos poner de pie, para recobrar nuestra dignidad. A menudo necesitamos una palabra fuerte, útil para nosotros, pero otras veces estamos mal. Entonces el profeta cambia el tono y nos dice palabras de consuelo, para darnos coraje, porque nuestra moral es mala y estamos en la tiniebla y él quiere devolvernos la luz interior. Entonces recibamos la palabra del profeta como una palabra dulce que nos hace bien. Es más fácil, y es la Palabra que tenemos hoy, una palabra de bondad para cada uno de nosotros : “Cuando Israel era niño yo lo amé ¡Y yo te había enseñado a caminar, te sostuve toda tu vida y te guiaba!” El profeta dice del amor increíble de Dios en todos los momentos de nuestra vida que casi no es recompensado. “Porque has rechazado hacer lo que te dije, por qué rechazaste volver a mí?” Nuestro corazón se conmueve, parece que escuchamos la pena que nuestros pecados le causan a Dios. Creemos que Él se vengará, castigará., pero. . . “Jamás me dejaré llevar por mi rabia, vendré en medio de ustedes para darles la vida, la bondad, el consuelo, el tesoro de amor de mi corazón de Padre por ustedes, mis hijos.” Estoy contento de transmitirles esta palabra del profeta. A veces nos quema, pero es para iluminar más y especialmente para darnos consuelo y seguridad que el amor de Dios puede vencer en nuestro corazón y en nuestra vida. También Jesús habla como un profeta, El es el más grande de los profetas, es mucho más que un profeta y nos dice las cosas de Dios para nuestra vida. A veces se enoja con los fariseos para tratar de convertirlos, a veces viene a consolar a los que sufren y se acerca a cada uno, a veces mira nuestra vida y nos da los consejos precisos. “Ustedes son los misioneros del amor, de la vida y de la resurrección, escúchenme bien porque tengo consejos para darles”, es el Evangelio de hoy, los consejos de Jesús para que pueda ser su misionero. Primero nos habla de la misión: proclamar el Reino de Dios, curar a los enfermos, resucitar a los muertos , purificar a los leprosos, aplastar a los demonios. Para hacer esto tenemos que tener una disposición interior. La primera es la primera bienaventuranza: tengan corazón de pobre, ni oro ni plata, nada. Partan como pobres y tendrán la riqueza de Dios en vuestras manos, el tesoro de Dios en el corazón. Estarán en medio de la gente, a veces los escucharán y estarán contentos y otras los despreciarán y no los escucharán. Nosotros somos pobres, vamos con la Palabra de Dios, a veces alguno nos recibe y otras nos rechazan. Jesús nos dice que continuemos, si hay mucho éxito no ponerse orgullosos y si hay rechazo y dificultades , no acobardarse nunca. Yo tengo la impresión de que Jesús nos habla de Él. Cuando nos dice esto, describe lo que hizo con él mismo. Llegó al mundo como misionero de Dios totalmente pobre, la gente le tomaba el pelo , decían: “¿Nazareth, qué puede salir bueno de allí?” y otras veces tenía increíbles éxitos: curó enfermos, resucitó a los muertos, dio de comer a cinco mil personas. Pero no había orgullo en su corazón, Jesús es un pobre. Otras veces que le fue mal y se burlaron de Él no se acobardó, está en las manos de Dios y sigue amándonos hasta el fin, hasta la locura. Jesús es el que nos amó hasta la locura. Amén.
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