Me llamo Lukács y soy de Hungría. Agradezco a Dios porque al haber entrado en la Comunidad, Él entró en mi vida sin valores. Agradezco a mis padres que no tuvieron miedo de educarme en la vida cristiana: desde chico podía reconocer el bien y el mal. Recuerdo que en los primeros años de la escuela mis compañeros me cargaban porque yo defendía el nombre de Dios de sus blasfemias. No era fácil luchar por lo que creía, pero siempre trataba de aceptar a todos y no me avergonzaba de mí mismo, también porque en los momentos difíciles mi familia me ayudaba y me daba consejos. A los trece años fui a estudiar a otra ciudad donde al principio me llevaba bien con todos. Me empeñaba en ocupar mi tiempo libre con actividades útiles y a llevar adelante los valores recibidos. Pero con el tiempo descubrí que mis amigos no eran sinceros conmigo: mientras daba eran amigos, pero en los problemas me abandonaban. Me sentía solo frente a provocaciones y humillaciones; no sabía cómo afrontarlas, sólo veía mis límites y mi sensibilidad. No tenía a nadie en quien confiar para compartir y liberarme de los malos pensamientos y de la rabia. Empecé a tener miedo de ser bueno. A los seis meses regresé a mi ciudad. No quería ser más el débil, el que nadie quiere, quería ser aceptado. Como muchos jóvenes, buscaba la felicidad en los placeres que el mundo me proponía y era más fácil vivir en el mal que en el bien. Conocí muchos jóvenes que ya se drogaban y frente a mis ojos eran libres y valientes, pero no sabía nada de lo que verdaderamente vivían por dentro en el corazón. Mi lenguaje se fue haciendo sucio, decía muchas mentiras, no iba más a la escuela y cuando iba, era sólo para hacer lío y provocar a los profesores. No me sentía libre ni con mis amigos ni con las chicas, me ponía máscaras y me emborrachaba para parecer fuerte, renegando totalmente de mí mismo y de mi verdadera personalidad. En esos años de desesperación, mi hermana que había salido de la esclavitud de la droga en la Comunidad, me propuso hacer una experiencia. No sentía la necesidad porque estaba cansado de todo, de los padres, de mis amigos, pero especialmente de no ser yo mismo: estaba cansado de mis máscaras.. Cuando entré en el Cenacolo me sentí como en una familia que recibe a todos los que buscan una vida en la verdad, que tenga sentido, pero me costaba aceptar que yo también tenía que cambiar. Mi “ángel custodio”, un joven al que fui encomendado al principio, era sincero y auténtico, no se avergonzaba de sí mismo. Durante dos meses estuvo junto a mí como un amigo fiel: al principio nos peleamos muchas veces porque yo siempre quería tener razón, pero sentía que alguien se preocupaba por mí. Me enseñó a no guardarme adentro lo que vivía sino a no esconderlo, a compartirlo para ser libre. Poco a poco comencé a ver claramente los errores cometidos, a conocerme a mí mismo, y aunque al principio mi orgullo era más fuerte que mi voluntad, ya no tenía más posibilidad de escapar. Alrededor mío sólo había chicos que me querían, que me miraban y sabían cuando yo estaba mal porque ellos también habían superado esos momentos difíciles. Ya no tenía miedo de decirme la verdad y podía comunicar lo que vivía a quien hacía el camino conmigo. Gracias a la Comunidad hice una experiencia que nunca hubiera imaginado: participé en el musical bíblico “Credo” que representa la vida de Jesús; por primera vez aprendí los bailes y tuve que subir a un escenario delante de mucha gente. Al principio pensaba que sería imposible ya que antes de la Comunidad tenía que estar borracho o “aturdido” para hacer algo así, pero me liberé de muchos miedos. Incomodarse, superarse, los sacrificios, unidos a la amistad, a la unidad y a la oración que se vive durante los ensayos del musical, me dieron mucha alegría y sanaron muchos de mis miedos. El esfuerzo de los otros me enseñó a no acobardarme cuando las cosas no salen como yo quería.. Frente a Jesús Eucaristía siento que mis heridas se están sanando. Las amistades que hice en la Comunidad son verdaderas, me dan fuerza y seguridad. Agradezco a la Comunidad porque estoy aprendiendo a ser constante en el bien, viviendo con madurez lo que la vida me ofrece, recibiendo todo como un don. Estoy contento de testimoniar que finalmente ,hoy mi vida es real y plena, en el dolor y en la alegría. Deseo vivirla bien, lo mejor posible, cada día mejor.
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