“Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo.” (Lc 10,27) Me llamo Mira, vengo de Eslovaquia. Deseo compartir con ustedes cómo el amor de Dios transformó mi vida. Aun en la época del comunismo viví una linda infancia con mis padres y una hermana más pequeña. Teníamos sólo lo esencial, la ropa era heredada de mis primas y tenía pocos juguetes, pero era feliz porque estábamos unidos y estábamos mucho tiempo juntos. Sin embargo era muy sensible, tímida y con muchos miedos, y como en mi familia no conocíamos a Dios, no sabía cómo explicarme los sufrimientos y las injusticias que veía. Cuando cayó el comunismo, materialmente estábamos mejor pero nos fuimos alejando uno del otro hasta llegar a ser cuatro egoísmos que vivían juntos. Vivía muchas situaciones por interés y aproveché de las debilidades y el poco diálogo entre mis padres para lograr lo que quería. No tenía más la intimidad que de chica tenía con ellos, dejé de compartir lo que vivía. Vivía muchas cosas: las primeras heridas fueron por sentirme inferior y distinta a los demás, los celos de mi hermana porque mi papá la prefería. No sabía cómo hacerle saber que yo también era inteligente y buena, en esa época comencé a rebelarme. Hacía muchas cosas que mis padres no aceptaban porque lo que quería era su amor. La vida empezó a ser difícil y confusa, en muchas situaciones aplastaba mi conciencia justificando mi rabia y echándole la culpa a otros, y fue peor cuando mis padres se divorciaron. Desde ese momento dejé morir todos mis sentimientos para no sufrir más y me encerré . No sabía quién era ni a quién pertenecía. Me hacía daño, dejé la universidad y empecé a trabajar, pero mi vida estaba vacía y desesperada. Mientras tanto, mi hermana se convirtió en un viaje que hizo a Medjugorje. Ella me hablaba mucho de ese lugar pero yo no quería saber nada de oración, ni estar con alguien que rezara, los consideraba a todos unos “fanáticos”. María, en ese momento delicado de mi vida, hizo su primer milagro ayudándome a aceptar ir en una peregrinación. Nunca hubiera imaginado que ese encuentro con María podía cambiar mi vida. Al encontrar la Comunidad Cenacolo nació una pequeña luz en mi tiniebla y en la de mi novio, porque al poco tiempo descubrí que tenía problemas con la droga. Decidí seguir la voz que me decía que era el lugar justo para mí y entré en la Comunidad. Encontré chicas que estaban dispuestas a sufrir por el bien de la otra, por la verdad; chicas que me recibieron dándome amistad en las pequeñas cosas y ayudándome en la verdad a dar pasos de libertad conmigo y co los demás. Desde el comienzo me hablaron de Dios, de la belleza y de la importancia de la vida de la fe. Yo todavía no entendía, estaba confusa, pero viendo su vida, nació el deseo de esforzarme en el camino comunitario para ser feliz como ellas. Abrí mi corazón a Jesús y Él hizo el resto. Ahora, cada día, la oración me ayuda a tener la conciencia despierta, sensible a las necesidades y sufrimientos de los otros. Delante de Jesús Eucaristía viví la sanación de mis heridas más profundas porque del amor puro de Jesús nació también mi amor por la vida, la amistad, la verdad, el sacrificio. También se serenó la relación con mis padres, porque aprendí a no juzgarlos por sus errores y a perdonarles todo y con mi hermana hoy tengo una bellísima amistad. Quisiera agradecer con todo mi corazón a Madre Elvira por su enseñanza sobre la mujer: sus palabras en los primeros meses de la comunidad me asombraban mucho y me hicieron nacer las ganas de recuperar mi dignidad pérdida, la fuerza de luchar sin quejarme, ser una mujer de fe y de servicio. Agradezco a la Comunidad porque nacieron en mi corazón muchos buenos deseos, y rezo para que todos puedan descubrir el verdadero rostro de Dios, el Padre Bueno que nos ama infinitamente. ¡Gracias!
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