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El Camino Comunitario de la Oración

El Camino Comunitario de la Oración
LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

“Pan compartido para la vida del mundo”
En la Misa Jesús dice: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.”
La Misa es precisamente entregarle a Él nuestra pobreza, nuestras heridas, nuestro pecado, para vivir con Él  la victoria de Su Resurrección en nosotros.
Y es partir de nuevo, desde El y con Él  con un impulso renovado en el corazón para vivir  en el amor y el servicio.

La Eucaristía, que la bondad de Dios nos permite vivir a menudo en nuestras fraternidades, es la plenitud de la oración: todas las demás oraciones nacen de allí y llevan hacia allí. Es una oración eficaz, concreta, que tiene efectos extraordinarios de sanación, de liberación, de salvación, ya que no es algo que  hacemos o decimos solo nosotros, como el Rosario, las Laudes o las Vísperas. Allí la oración es la persona de Cristo que nos perdona, nos habla, se nos ofrece como alimento, entra en nosotros como fuerza de verdadera vida para hacernos resurgir en Él.   Es la persona de Jesús viviente, que recoge todas las pobrezas de nuestra humanidad en sí y a la vez  nos dona toda la riqueza de su divinidad.   La Eucaristía es justo ese gesto continuo de Jesús  dirigido al Padre que le pide por la humanidad, le pide piedad también por nosotros, y después se entrega a nosotros para renovarnos, liberarnos, llenarnos de la alegría benéfica de su amor, para hacernos capaces de vivir la vida de un modo nuevo, verdadero, pleno.
A menudo les digo a nuestros jóvenes que llegamos a la Misa con nuestro ‘paquete’, con nuestra bolsa de cansancio, de sueño, de fatiga, de tribulación. Y Él nos dice: “¡Déjenlos acá, dádmelos a mí!”   Y cuando nos vamos de ese encuentro con Él, toda nuestra basura y  cansancio se transforman en el alimento y la bebida que le dan vigor a nuestro camino.  Es la Eucaristía: el se hace alimento sustancioso y bebida  saludable que ponen en tu corazón la esperanza y la alegría de reconquistar la vida.
Probemos vivir la Misa como un  vestido nuevo para llevar limpio y renovado todos los días.
Cuando llega el sacerdote tomemos nuestros trapos sucios, nuestros egoísmos, nuestros pensamientos absurdos, falsos, nuestro modo de vivir la vida  como egoístas, con orgullo, con miedos,  saquemos todos estos harapos y dejémoslos allí. Ese trapo a los pies de Jesús somos nosotros a los pies de la Cruz; y Él nos reviste entregándose él mismo: cuando salimos de la Misa debemos llevar este vestido nuevo.  
Es el traje de bodas: él nos invita a la boda y nos prepara una mesa donde no hay cosas materiales pero donde Él se entrega y nos da todo lo que necesitamos para nuestra vida interior.  
Jesús  repite este gesto todos los días: en todas partes, día y noche, en cada lugar del mundo está Jesús que parte el pan para nosotros en cada Misa celebrada, está Él que entrega su vida y le dice a la humanidad: “¡Coman Mi Cuerpo, sosténganse!”
El hambre y la sed del corazón del hombre sólo  las puede saciar quien es pan, es bebida, quien es. ¡Y Él es el verdadero pan, la verdadera bebida!
¡Él es alegría, paz, Él es salud, energía, Él es fuerza, Él es!
Y es en la Misa donde hacemos la experiencia viva de Jesús: a veces vamos a la Eucaristía cansados, desalentados, a veces depresivos, un poco rutinarios, pero luego de cada Eucaristía bien vivida, te sientes más vivo, más luminoso, te sientes renovado.  En la Eucaristía sientes un impulso, una energía, una fuerza nueva que es la fuerza de Jesús Resucitado.  El no  se quedó deprimido, no se quedó desilusionado, no se quedó con la traición, no se q2uedó en el pecado humano, no quedó allí aplastado por nuestra fragilidad, sino que resucitó.
En la Misa revivimos la misma realidad que vivió Jesús en su muerte, en el sepulcro y en la resurrección.  La Misa es llevarle a Él todo el drama humano, nuestras heridas, nuestros pecados y los de toda la humanidad, para vivir junto a Él su victoria.
Comer ese Pan que es Jesús es recibir toda la fuerza para aceptar y vivir los momentos de cruz: se entrega para que tengamos fuerza para llevar nuestras cruces.  Pero en el momento de la Eucaristía se repite, se renueva también el milagro de la resurrección: el Señor está verdaderamente vivo dentro de nosotros, está vivo en nuestra humanidad  sanada y resucitada.
En  la escuela de la Eucaristía aprendemos que: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.” Entregar nuestra vida a los hermanos es el verdadero fruto de la Eucaristía.
La Eucaristía celebrada y vivida nos marca la verdadera realización de nuestra vida.
En cada Misa,   Jesús nos revela el secreto de la vida, nos dice:  “¡Entrégate tú  también  sin medida, parte tu vida por los que amas y serás plenamente feliz!”

Santo Padre Benedicto XVI – Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis”,
“El pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo” (Jn 6,51)
Con estas palabras el Señor nos revela el significado de entregar la vida por todos los hombres […] Cada Celebración Eucarística actualiza sacramentalmente la entrega que Jesús hizo de su propia vida sobre la cruz para nosotros y para el mundo entero.  Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana.  Así nace, en torno al Misterio  eucarístico, el servicio de la caridad en la relación con el prójimo, que “consiste en que yo amo, con Dios y en Dios, aún a las personas que no me agradan, hasta los que no conozco. Esto se realiza a través de un encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se hace comunión de voluntad llegando hasta tocar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a la persona no solo con mis ojos, con mis sentimientos, sino según la perspectiva de Jesucristo.” (Deus Caritas Est)
De esta forma, reconozco en las personas cercanas, hermanos y hermanas por quienes el Señor dio su vida amándolos ‘hasta el fin’. (Jn 13,1)  En consecuencia, nuestras comunidades cuando celebran la Eucaristía, deben tomar conciencia cada vez más que el sacrificio de Jesús es para todos, por lo tanto la Eucaristía impulsa a cada creyente a hacerse ‘pan  partido’ para los demás y también a empeñarse por un mundo más justo y fraterno.  Pensando en la multiplicación de los panes y de los peces, debemos reconocer que Cristo todavía hoy sigue exhortando en primera persona a sus discípulos a entregarse: “Denles de comer ustedes mismos” (Mt 14,16)
De verdad la vocación de cada uno de nosotros es la de ser junto a Jesús, ‘pan partido’ para la vida del mundo.

Poder agradecer amando y sirviendo
En mi jornada, la Santa Misa es  el encuentro más importante con Jesús ¡porque allí esta el todo!
Puedo liberarme del peso de mi pecado entregándole mis pobrezas; puedo abrir mi mente a la Verdad proclamada y compartida en Su Palabra que me sana y me indica cómo caminar por el recto sendero; puedo nutrirme con su Cuerpo y su Sangre para poder vivir mi vida en plenitud, y con María puedo agradecer a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo por la fe y por todos los dones recibidos  cada día, amando y sirviendo  a quien encuentro en mi camino.
Sor Jennifer

¡Te basta mi gracia!
“La Santa Misa –explico a los niños aquí en la misión-  se compara con una torta de frutillas  con crema, una torta maravillosa que te hace agua la boca con solo mirarla… Ya! Experimentaron la sensación de esperar, el deseo de poder acercarse y, por qué no ¡ la alegría del primer bocado!”  Ustedes se preguntarán porque esta comparación. Porque aquí en la misión la Misa es un regalo  precioso por lo raro.  El domingo, agradeciendo a la Providencia, casi siempre encontramos un sacerdote bueno y disponible que viene a celebrar aquí en casa, sino vamos a pie hasta la iglesia más cercana, con la esperanza y la alegre espera de poder recibir a Jesús dentro de nosotros.  Durante la semana, para ir a Misa tenemos que hacer 50 kilómetros entre ida y vuelta, turnándonos, porque no podemos dejar a nuestros maravillosos  ochenta hijos solos. Es un pequeño sacrificio, pero más caminamos, más nos damos cuenta que sin la Gracia de la Misa. . . .¡no podríamos hacer ni un kilómetro!!!  La Eucaristía le da un significado profundo a nuestro ‘servicio’. Del encuentro con Él recibimos la fuerza, la esperanza, la paciencia, la fe para vivir el día a día, el minuto a minuto.
Le pedimos al Espíritu Santo que nos guíe recordando la frase de San Pablo: “¡Te basta mi gracia!”   Sí, esto es lo que imploramos cuando en la Misa lo encontramos íntimamente: ¡Su Gracia!. . .para los niños, para la vida que nos rodea y para nosotros que sin Él somos sólo  frágiles vasijas de barro.  Le pedimos a Dios que venga a llenarlas en la Misa, le pedimos que nos de la fuerza y alegría para llevar su Gracia también afuera de la capilla, para ser vidas y familias nuevas, testigos del  Dios del Amor.  Un ‘gracias’ especial desde lo más profundo del corazón a todos los jóvenes que eligen seguir a Jesús en la vida consagrada y a todos los sacerdotes del mundo, sin los que Jesús no podría hacerse ‘alimento’ para nosotros.
Paola

Un pecador amado por Él
Nací en una familia cristiana pero no practicante. Igual fui bautizado. Hasta los veinticinco años nunca había ido a Misa; quizá a algún casamiento pero  sin saber nada de lo que sucedía en el altar.  Cuando entré en la Comunidad no entendía nada, estaba muy confundido, pero recuerdo bien que desde el principio  de mi camino de fe y de conversión,  la Santa Misa tuvo un lugar importante. ¡Sentia fuerza de la Eucaristía aunque todavía no la recibía!  Recibía ánimo del Evangelio y de las Homilías ¡aunque muchas veces no  entendía bien!  Percibía y sentía en el corazón que era importante vivir bien la Eucaristía para estar bien en la vida.  Para mí hoy la Eucaristía es el encuentro vivo con Jesús, pero primero me debo preparar bien, confesarme y decir todo lo que me pesa en el corazón, entregar a Jesús mi pecado, reconciliarme conmigo y con los demás para ser libre, limpio, verdadero e ir a la Santa Misa como un pobre pecador, pero un pecador amado por Él, y así poder encontrarlo y abrazarlo en la Eucaristía.
Antes de la Eucaristía siempre digo en mi corazón: “Señor Jesús, soy un pecador y no soy digno de recibirte, pero igual vengo porque te necesito.”  Voy a Jesús porque lo necesito, necesito su perdón, su amor y  sólo con Él en el corazón yo también puedo amar y perdonar. Este milagro lo hace Jesús y se renueva en cada Misa.
Josko

Ofrecerle lo que tengo, lo que soy
Tuve la fortuna de entrar en una fraternidad donde había hermanas “nuestras” y siempre les preguntaba cosas sobre la Santa Misa.  Al principio no sabía cómo vivirla. No me concentraba, no sabía qué hacer ni qué decir en los distintos momentos. Poco a poco fui recibiendo muchas respuestas que  me ayudaron a vivirla más profundamente. El momento de la consagración, cunado el pan se transforma en el Cuerpo de Cristo y el vino en Su Sangre, me toca profundamente. Una de las hermanas me dijo que en ese momento puedo ofrecerle a Jesús todo lo que tengo, lo que soy. Recuerdo que en ese momento sólo llevaba en mi corazón rabia y heridas del pasado, pero me dije: “Señor, ahora tengo sólo esto y te lo doy, pero te prometo que trataré de buscar cosas más bellas para traerte.” Esto me ayudó a buscar alguna cosa linda, un sacrificio, una renuncia a la comodidad, un servicio, un don más bello para poder ofrecerle. Hoy vivo la Eucaristía pensando que no estoy recibiendo algo sino encontrando a Alguien.  Muchas veces le pido perdón a Jesús porque mi corazón, su morada, no está tan limpia como Él lo desearía. Me veo pobre y frágil, débil en las tentaciones, pero lo que cambió es que tengo la esperanza viva en su misericordia y en su perdón.
Eva

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