Somos Antonija y Gioacchino, nos encontramos en la Comunidad, donde cada uno encontró en Dios primero que nada la propia vida, y luego de un camino de noviazgo, nos casamos. Luego partimos a la misión: fue una intuición de Madre Elvira, que mientras estábamos en Brasil celebrando los diez años de una misión nuestra, de improviso nos dijo: “¡ Son transferidos a la misión de Bahía!” Tuvo el coraje de pedirnos que fuéramos a entregar nuestra vida a los niños más pobres y necesitados de las misiones. Desde hace cinco años vivimos en este “paraíso”, donde hay veinte misioneros, entre ellos hay cinco Hermanas Misioneras de la Resurrección y hay ochenta niños abandonados, niños de la calle que necesitan alguien que los ame, que esté con ellos y que done su vida por ellos. Nosotros todavía no tenemos hijos pero comprendimos que hijos no son sólo los que se llevan en el vientre durante nueve meses, sino los que Dios hoy nos pide que amemos y eduquemos creciendo junto a ellos. En nuestra casa vivimos con siete niños: todos pequeños, de dos a siete años. Los niños nos están dando mucha alegría pero también nos piden un fuerte camino de crecimiento y maduración en la paternidad y la maternidad. El Señor nos dio la oportunidad de vivir como una pareja nueva, renovada. “Nuestros hijos” a menudo se esconden tras la puerta cuando Joaquín y yo nos abrazamos o nos ponemos a bailar. Ellos se esconden y sonríen; el vernos unidos y felices les da a ellos mucha alegría y felicidad porque si bien son pequeños, ya vivieron mucho mal en sus familias: los padres que se gritan, se separan, se pegan, se abandonan. . .o quizá nunca vieron el rostro de sus verdaderos padres. Lo que queremos transmitirles no es sólo nuestro amor, sino la fe en Jesús, que nos revela que hay un Padre grande que está en el cielo, que los quiso y los deseó, que los protege y los ama. Les decimos que somos pequeños instrumentos en Sus manos y por eso podemos amarlos con el corazón abierto y darles todo lo que no tuvieron en sus familias. En la Comunidad, al encontrar a Dios encontramos la verdadera vida, encontramos el amor y agradecemos de corazón a Madre Elvira porque con su coraje, sus ganas de vivir, con su esperanza, nos transmitió un patrimonio de alegría y de felicidad verdadera que sentimos, para transmitir a nuestros “pequeños” de Bahía. Nosotros dijimos “sí” porque sentimos que el Señor nos ha llamado al camino justo porque ha sido generado en el sacrificio, y en nuestro “sí” sabemos que necesitamos caminar hasta que el Señor nos de la fuerza para continuar. En la Comunidad aprendimos que después de cada sufrimiento llega la alegría, y es cierto: lo experimentamos muchas veces. Si miramos al cielo vemos que luego de un temporal viene la calma, que permanece en el corazón porque es la “calma” del cielo de Dios. En la Comunidad todos los días experimentamos, junto a nuestras hermanas y a muchos chicos y chicas misioneros que viven aquí, la misericordia de Dios que nos da el cielo sereno, que pasa a través de nuestras vidas, de nuestras cruces, de nuestras pobrezas. Jesús dice que vino para hacernos criaturas nuevas y nosotros que creemos, queremos tomar en serio Su Palabra. Si pensamos en lo que éramos ayer, verdaderamente es algo grande poder ser hoy pequeños y dóciles instrumentos en las manos de Dios, felices de arremangarnos para que Él pueda obrar el milagro del amor que renace en el corazón de muchos niños heridos.
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