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Emanuele

Mi nombre es Emanuele, tengo veinticinco años y estoy muy feliz de ser parte de  esta gran familia que es la Comunidad Cenacolo. Crecí en un ambiente familiar sereno y unido, mis padres trataron de trasmitirme  buenos valores para tener una vida honesta, pero hoy me doy cuenta que en esos valores faltaba el más importante: la fe.
Después de la Confirmación mi relación con Dios fue nula hasta el punto de decir que Dios no puede existir verdaderamente y que no podía creer en algo que no se viera ni tocara.  Mi vida ya estaba colmada de muchas cosas que me gustaban y que me hacían sentir en parte realizado, como el fútbol, los amigos y la escuela. En familia parecía que todo andaba bien pero los  horarios distintos de los trabajos de mis padres dificultaba la comunicación, y así fue creciendo en mi interior un alejamiento, especialmente de mi madre.  En compañía de mis amigos, además de la fuga de la familia, encontré una nueva experiencia que parecía que me ayudaba a superar todos los problemas y mis inseguridades: se llamaba heroína.
Al comienzo probé sólo por curiosidad y para no ser “distinto” de  mis compañeros, pero pronto me encontré con sólo quince años usándola  continuamente  porque la necesitaba para vivir “normalmente”.  En esa época deje la escuela y comencé a trabajar, pero cuando me despidieron por robar se me cayó el mundo, se supo todo y fue un drama familiar.  La primera ayuda la recibí de mis padres, que me contuvieron para comenzar un tratamiento que luego de seis meses de pastillas había dado resultados aparentemente positivos, al punto que mi vida estaba organizada normalmente: trabajo, una chica y muchos amigos.
Pero la droga había dejado su huella profunda y volvió a ser parte de mi vida.  Con esta chica fui profundizando en el mal. A la heroína se le fueron sumando todas las demás drogas y llegó un punto en el que no sabía  cuál era la realidad, vivía como un esclavo. En pocos meses empeoró todo, no tenía nada, se apagaba mi deseo de vivir.  Luego, un día recibí un llamado de mi familia que me proponía su ayuda: en el corazón tenía tristeza y fracaso, pero a veces se encendía una pequeña esperanza de poder salir, entonces acepté y me ayudaron a entrar en el Cenacolo.
Recuerdo que cuando mis padres me acompañaron a la Comunidad, se fueron llorando: yo sentí un gran peso en el corazón por todo el dolor que les había causado, a ellos y a mí.  Los primeros días fueron difíciles y la “abstinencia” se hacía sentir, pero lo que más me tocaba el corazón y me daba fuerza para seguir era ver que estaba rodeado por un amor gratuito e incondicional. Por primera vez no me sentía juzgado por mis errores sino comprendido. La novedad más importante que encontré en la Comunidad fue la oración. Al principio no sabía bien  qué rezábamos, pero como veía que todos lo hacían comencé a hacerlo también yo.
A veces, cuando me dolían las rodillas, pensaba que era mejor trabajar que rezar, pero en esos momentos descubrí la presencia de Jesús y de la ayuda que me daba para recuperar mi libertad.  Con la oración también salieron afuera muchas  verdades mías. Al principio era muy difícil aceptar que era tímido,   orgulloso, y al mismo tiempo veía que había un Dios que me amaba por lo que era y me daba coraje para seguir este camino.
Hoy, después de cinco años de camino, me siento un joven libre y realizado,  siento que hice mío el más importante de los valores: la fe.
Agradezco a Madre Elvira porque me salvó y me hizo encontrar a Jesús que cada día me hace comprender que hay más alegría en dar que en recibir. Agradezco a la Virgen porque a través de la Comunidad unió a nuestra familia y hoy puedo decir con alegría que no tengo más vergüenza de abrazar a mis padres, de  abrazarlos fuerte y decirles: ‘¡los quiero mucho!’

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