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Bertille

Hola a todos, me llamo Bertille y soy francesa. Hace unos años que vivo en la familia del Cenacolo y  quiero compartir mi resurrección. Cuando tenía seis años mis padres tuvieron un horrible accidente, mi mamá quedó muy grave y en coma. Junto a mi hermano y mi hermana mayores vivía con mis abuelos y mis tíos; no entendía qué sucedía. Por ser la más pequeña no podía ir al hospital a visitar a mi mamá pero no pude aceptar esto y traté de crecer a toda prisa, de parecer más grande de lo que era, pensando que así  podría hacer lo que quisiera y ser libre. También  me separaron de mis hermanos más grandes y creció mi sensación de abandono. Hacía de cuenta que no pasaba nada y   escondía mi rabia, pero en realidad estaba siempre cargando con el malestar de mi madre, pensando que había sido por culpa mía, no me aceptaba más a mí misma.
 Para ser  aceptada por los demás hacía de todo: siempre tenía que ser el centro de atención. A los doce años comencé a fumar  los primeros porros, me inventé un personaje, me gustaba ser rebelde y me sentía atraída  por todo lo que me podía hacer escapar de la realidad. Dependía de los demás y de lo que pensaban de mí, decía muchas mentiras y ya no sabía quién era. Rechazaba cada vez más a mi familia, que  ya desde chica habían tratado de ayudarme y me habían mandado al psicólogo, hasta a un psiquiatra, pero sin resultados.
 Estaba cada vez más sola y desesperada, ¡entonces la dosis tenía que aumentar!  Sin embargo, la vida de la calle me atraía, me ilusionaba creyendo  que “hacer lo que quería” era la libertad y en realidad fue el empujón para  caer cada vez más abajo. A los dieciséis años dejé la escuela y cuando descubrieron que usaba la heroína, en poco tiempo me encontré en la Comunidad, empujada y llevada por la desesperación de mis padres.  Llegar a Medjugorje y escuchar hablar de oración, de paz, de amistad, de alegría, fue un shock. Me tocó mucho la fe de las chicas que no veía solo en la capilla sino que la reconocía en los gestos de amor cotidiano ¡Qué conquista fue las primeras veces que me abrí y descubrir el don de la amistad  aún en la corrección fraterna!  Fueron  las primeras sanaciones, los primeros milagros.  La confianza de la Comunidad reconstruyó la confianza en mí misma; luego de unos años recibí el gran regalo de estar con los niños: ellos despertaron en mí el deseo de entregarme, de ser mujer en el amor y en el sacrificio. La relación con sus mamás me hizo comprender la gran responsabilidad de los padres y me ayudó a perdonar a papá y mamá.  Descubrí la belleza de vivir en  las cosas simples y cotidianas, las reglas, el orden. . . Hoy necesito una vida limpia, la aprecio y la elijo ¡porque  así se está bien!  Ahora  disfruto cuando hago algo bien, cuando comienzo y termino un trabajo, cuando soy simple y honesta, aún con mis límites. . . que en vez de quitarme algo, me dan más. Al pasar el tiempo tuve necesidad de quedarme más  en la Comunidad, para madurar y recibir verdaderamente los valores que Dios quiso sembrar en mi corazón a través de esta ¡Su familia de gente pobre pero rica! ¡Me conmueve pensar en las personas que nunca dejaron de ayudarme y de amarme y quiero agradecerles a todos, desde Madre Elvira hasta la última hermana que entro!
 Gracias porque hoy mi mayor deseo es ser una mujer buena,  que mi vida sea guiada por la oración.

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