Soy Adrian y estoy contento de compartir la historia de mi vida y de mi resurrección. De chico vivía con mi mamá, mi padrastro y mi hermana. Nunca me faltó nada, tenía lo que quería. Practicaba deportes: fútbol, bicicleta, natación; siempre fui muy activo, con muchas cosas para hacer y objetivos para lograr. Recuerdo que mi padre era alcohólico y que también mi padrastro bebía: esto creo mucha confusión en mi familia y por ese motivo decidí desde niño que nunca fumaría ni bebería. Cuando fui creciendo no tuve una buena relación con mi familia: mi madre y mi padrastro trabajaban mucho, estaban siempre ocupados, con mi hermana tenía mucha diferencia de edad y cada uno hacía su vida. Siempre tuve el objetivo de ser alguien, quería tener buenas notas en el secundario manteniendo la pasión por el fútbol. Por otra parte, me gustaba estar con mis amigos y me quedaba mucho tiempo con ellos. Así empezaron las primeras dificultades de mi vida: no logré alcanzar mis objetivos, mis sueños, no pude mantener mis obligaciones y no pude aceptarlo. Casi no hablaba con mis familiares, con mis amigos estaba bien pero sólo mostraba lo mejor de mí. Para no enfrentar los miedos y la dificultad de la vida me ponía máscaras para esconderme: por ejemplo con ropa cara , tratando de ser el centro de atención sin mostrar mis debilidades y miedos. Pero todo esto no bastaba, a los diecisiete años encontré el mundo de las discotecas, la anfetamina y el alcohol. Muy rápidamente entré en el remolino de este ambiente: empecé a portarme mal, a no regresar a casa por la noche, dejé la escuela, el deporte, iba tras los placeres equivocados. Cuando mi madre se dio cuenta de lo que pasaba, gracias a la intervención de un amigo, trató de darme una mano que yo rechacé, entonces me tuve que ir de casa. Vivía en lo de un amigo, andaba con personas desviadas, llegando a hacer todo lo que el mal me proponía, mintiendo, robando, dispuesto a todo para tener dinero. Al final me arrestaron. En ese momento entendí lo que estaba pasando con mi vida. A los veinte años estaba vacío y triste, sin más ganas de vivir: me daba cuenta de todas las cosas buenas que había perdido y no sabía cómo volver para atrás. Ya no tenía más nada para perder, entonces acepté la ayuda de mi familia y al poco tiempo entré en la Comunidad. Fui recibido con mucha amistad y verdad, agradezco especialmente a mi “ángel custodio” por quien los primeros rayos comenzaron a entrar; me ayudaron sin interés personal, así conocí el verdadero amor. Obligándome a ser honesto y sincero, hablando con los chicos, poniendo el corazón en los primeros trabajos que hice, empecé a experimentar una esperanza y una alegría que jamás había conocido. Hoy estoy contento de haber encontrado a Dios a través de la Comunidad. Gracias a Su amistad, especialmente en la Adoración Eucarística, estoy descubriendo quién soy verdaderamente, con mis talentos y mis pobrezas. Estoy contento porque mi conciencia está viva, se despertó y me hace más sensible a lo que sucede alrededor mío. Escuchándola, elijo el bien, aprendí a pedir perdón y a perdonar, lo que me ayudó a reconciliarme con mi familia. El año pasado compartí una bella “experiencia” con mi madre; vivimos juntos en la Comunidad por un par de semanas: el cansancio y los problemas no desaparecieron de nuestra cotidianeidad, pero ahora junto a Jesús y a los amigos encuentro la fuerza para luchar. También cuando no logro superar la dificultad me siento amado y me acepto como soy. Señor Jesús, gracias porque hoy soy feliz, con muchas ganas de vivir y de testimoniar la amistad y el amor en lo que hago. Gracias por mi resurrección y la de mi familia.
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