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Educarse para educar

RESURREZIONE - JUNIO 2011

EDUCARSE PARA EDUCAR – LA UNIDAD 

A VECES EL NIÑO LLORA PARA REBELARSE
  AL SILENCIO
 DE UNA FAMILIA SIN DIÁLOGO. 
PAPÁ Y MAMÁ ESTÁN, PERO MUY DISTANTES UNO DEL OTRO. . .
LOS NIÑOS NO SIENTEN SUS VOCES,
Y EN  CIERTO MOMENTO TIENEN MIEDO
 DE LA NADA. 

MADRE ELVIRA 

En estas páginas dedicadas a la educación,  publicamos algunos apuntes simples y concretos sobre la importancia de la educación,  tomados de las catequesis de Madre Elvira a los jóvenes . Creemos que estas reflexiones, nacidas de la experiencia vivida, pueden ayudarnos a valorar los gestos simples pero  fundamentales de nuestra vida.


LA UNIDAD ES LA VERDADERA FUERZA
Es  importantísimo que la mamá y el papá estén unidos en la educación de los niños, que se quieran bien, que se respeten siempre y en especial cuando están delante de los pequeños.
Aunque tengamos el corazón sangrando por algún sufrimiento, cuando estamos delante de los niños no podemos dejarnos vencer por las tensiones, estar distraídos, con el corazón en otro lado, seguir pensando en la pelea con el marido o con la mujer.  ¡No se lo podemos hacer pagar a  los pequeños!
Recuerdo que una vez encontré un jovencito de dieciséis años, obligado a la silla de ruedas por un accidente que había tenido de chico. Vi que su mamá y su papá estaban tristísimos, no había sintonía entre ellos, me di cuenta de que  no se hablaban, en cambio el jovencito sonreía. Le pregunte: “¿Qué te falta?”  pensando que me diría “correr, jugar a la pelota”, en cambio me respondió: “Nada.”
Entonces me dije: “Los verdaderos enfermos somos los adultos cuando no nos miramos más a los ojos con la excusa de que tenemos que mirar a los hijos.” Así les hacemos un mal y esto sucede porque muchas veces en la familia falla la calidad del amor, un amor que haga ver a los niños lo lindo, el bien, la armonía, que desarrolle en ellos la confianza en sí mismos y en la vida. Debemos ir al corazón del ser padre y madre, que es algo interior, una dimensión del alma que nos vuelve equilibrados, maduros, compasivos, tiernos, con paz interior. Lo digo especialmente a las madres: sean portadoras de paz, primero que nada de la paz dentro de ustedes.
A veces  el niño llora para rebelarse al silencio, a la soledad de una familia donde no hay diálogo, donde no hay unidad. Papá y mamá están, pero distantes uno del otro, no se hablan, no se sonríen. Los niños no escuchan sus voces y en un cierto momento tienen miedo de la nada. Cuando el niño llora, prueba de cantar, cantar con alegría, no para que se calle sino para decirle que mamá y papá están, que puede quedarse tranquilo porque no está solo, porque nadie le hará mal. A ustedes mujeres, quiero recordarles algo importante: cuando llega el hijo no hay que darle la espalda al marido, dejarlo de lado. Ustedes como madres viven una gratificación porque el niño nace de   su seno, pero también están los papás,  sus maridos que las necesitan, necesitan su amor, su presencia. A veces el papá se siente marginado porque siempre tienes al niño en brazos y ya no lo abrazas más a él; porque estás tan ocupada en cambiar al niño que te olvidas de las necesidades de tu marido.  Una mujer madura, completa, no puede  separar su rol de madre del de esposa: una complementa a la otra. Deben ser madres que continúan dialogando con el esposo, ser buenas esposas diciéndole al marido.  “¿Por favor me alcanzas el biberón? ¿Me ayudas a cambiar al niño?”   Tienen que compartir con el hombre este misterio que sucedió en ustedes, porque el hombre no llevó el niño en el vientre, no lo sintió cuando se movía en el útero, entonces necesita ser  implicado, tomar parte en seguida de la educación del hijo.  No se da un hijo a luz para excluir al marido sino para comprometerse a educarlo juntos.  El niño necesita escuchar que la mamá habla del papá y que siempre dice cosas positivas.  Si tienen que aclarar alguna situación con el marido, háganlo sin que el niño escuche  a la mamá gritar ni hablar mal de  papá.
En este sentido tengo que agradecerle a mi mamá porque siempre nos transmitió un gran amor y respeto por nuestro padre. Él tenía el vicio de beber y a veces venía borracho a buscarme a la escuela. A mí me daba vergüenza porque los otros chicos lo veían  llegar bamboleándose y me decían: “Mira, tu papá está de nuevo borracho.”  Y sin embargo mi mamá nunca dijo delante nuestro: “Bueno, basta, lo dejo porque es un alcohólico”, sino que siempre decía: “Es  su padre, respetenlo.” Ella sabía de la pobreza de nuestro padre y sufría por ello, pero siempre nos transmitió el respeto hacia él porque era fundamental para nosotros, para nuestro crecimiento humano.
Tener en el corazón la importancia  de la unidad en los momentos difíciles es fundamental para afrontar y superar los problemas del camino: muchas veces los jóvenes de la Comunidad nos testimonian la profunda división entre el padre y la madre, la falta de respeto,  el echarse culpas. El “drogado” para elegir el camino del bien y para salvarse, tiene necesidad de ese empuje que quizá nunca tuvo, tiene necesidad que sus padres estén unidos, de acuerdo y decididos  para afrontar  el problema del hijo.
Sé que no es fácil ser padre, nadie nos enseña a educar a los hijos y desdichadamente cometemos muchos errores, pero quisiera que entendieran que todo parte de la unidad de la pareja, de los padres. El niño que ve  al papá y a la mamá de acuerdo es un niño sereno, será un hombre feliz y hará felices a muchos. Y también el joven, que ve al padre y a la madre unidos frente a sus problemas, comprende que esa unión se transforma en su fuerza para afrontarlos y resolverlos.

 (de una catequesis de Madre Elvira)

   
Para establecer una relación educativa tiene que haber un encuentro, una relación personal: no se trata de transmitir nociones abstractas, sino de ofrecer una experiencia para  compartir. . .
La relación educativa exige paciencia, gradualidad, reciprocidad prolongada en el tiempo. No se hace con experiencias ocasionales y gratificaciones instantáneas. Necesita estabilidad, proyección  valiente,  esfuerzo duradero. . .
En la obra educativa de la Iglesia surge con evidencia el rol  primordial del Testimonio, porque el hombre contemporáneo escucha con más ganas los testimonios que los maestros, y si escucha a un maestro es cuando  da  testimonio creíble y coherente de la Palabra  que anuncian y viven. . .

Conferencia Episcopal Italiana- Educar a la vida buena del Evangelio


¡Unidad! Repensando los años vividos en la Comunidad, sobretodo en las misiones, tengo muchos ejemplos sobre la importancia de la unidad. Por los cuentos de los niños veo que  tienen nostalgia de Algunos períodos vividos con nosotros y eran justamente esos en los que éramos pocos, con muchos niños y tratábamos de llevarnos bien entre nosotros, sabiendo que nos ayudaría a superar las dificultades y las “rebeliones” de los niños. Cuanto más jugábamos, reíamos y   proponíamos cosas nuevas para ir creciendo juntos en el bien, éramos más felices , aún en los momentos dolorosos, de cruz. Aún el sufrimiento no nos privaba de la alegría, y los niños eran muy felices porque como en todas las familias  también nosotros no siempre vivíamos en unidad y los niños nos enseñan que justo esa es su herida más grande.
Cuando veo que un niño comienza a recordar con mucha nostalgia su pasado, para mí es una alarma: reflexiono que hoy no se siente feliz, es decir que no ve unidad, amor entre nosotros, los adultos. Jesús nos dijo: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos.” Donde está Jesús, no hay pelea, rabia, trompa: se pueden vivir pero pasan y queda el bien, la paz, la sonrisa, la unidad.

   Alzbeta

Nos casamos muy jóvenes, veinticuatro y diecinueve años respectivamente, en seguida fuimos  padres,  sin fe, fuente y punto de referencia para encarar la vida. En pocas palabras: sin Dios entre nosotros, hasta el amor se disolvió como una pompa de jabón porque estaba  basado en  cosas para hacer y demostrar a  los demás y a nosotros. Nos llevó a estar cada vez más alejados y cerrados entre nosotros, egoístas, ciegos, siempre compitiendo, inconcientes de que éramos dos títeres en las manos del mal. Nuestras vidas  iban por andenes paralelos y diferentes lo que se reflejaba en las decisiones familiares, ya que nuestras ideas eran diametralmente opuestas. Desdichadamente con esta división el mayor sufrimiento  cayó sobre nuestras hijas, Giorgia y Julia.  ¡Pero María, justo por las grandes  penas de Giorgia, llamó a nuestros corazones!  Llegamos al Cenacolo destruidos, luego de probar de todo para  arreglar una situación que parecía  ya irremediable.  La propuesta de la Comunidad de reconstruir toda nuestra familia,  fundándola esta vez sobre la “roca” de la fe, fuente de nuestra unidad, se transformó en nuestro objetivo cotidiano, pero ¡qué esfuerzo, cuántas recaídas!  Luego de diez años de camino podemos decir que el “bendito Rosario” rezado juntos es nuestra salvación. Fue lo que nos propusieron en cuanto entramos en la Comunidad: “Padres, recen juntos.”  ¡A nosotros, que estábamos tan “bien” así   alejados, se nos pedía que estemos cerca!  Pero en esas “Avemaría”, recitadas juntos, una después de la otra, se volvieron a unir nuestras vidas y descubrimos el don que somos uno para el otro, aprendiendo a leernos el corazón.  Hoy todo cuesta menos y las decisiones tomadas  en comunión son  una verdadera fuerza para nuestras hijas.  Una familia unida en Dios tiene luz, esa luz que , entre muchos caminos , te indica cuál es el  mejor.  Cada sábado, participando en los grupos de padres,  colocamos un ladrillo sobre otro para reforzar los cimientos de nuestra casa ¡que hace veintinueve años  habíamos construido sobre la arena!
Dios nos deja libres, pero si lo elegimos. . .¡nada es imposible para Él!

    Antonella y José


Crecí en una familia muy unida, soy el menor de tres hijos, muy caprichoso y mimado por todos. Desde chico, cuando mi madre me negaba algo corría hacia mi padre o viceversa, y casi siempre obtenía lo que quería.  Este comportamiento que no despertaba grandes preocupaciones, se transformó en más serio y peligroso a medida que fui creciendo. Cuando estaba totalmente metido en la droga, mi madre se dio cuenta y quería intervenir, hacer algo, pero yo, hablando  con mi padre lograba engañarlo minimizando la cosa.  La división que veía entre ellos era mi fuerza para seguir engañándolos e impedía  que sus intentos de ayuda dieran resultado.  Pero todo cambió cuando la Comunidad les dijo que  si querían salvarme tenían que estar unidos. Ya había comenzado con los coloquios, pero todavía estaba seguro que  los iba a convencer para desistir. Mi seguridad cayó cuando un día  llamé a un “amigo”, que en realidad tenía los mismos problemas que yo, pero que era considerado “bueno” por mi familia, para que hable con mis padres y los convenciera de no hacerme entrar.  Recuerdo aquel día: mis padres sufriendo pero unidos, sentados en el sillón,  se tenían de la mano y con decisión y firmeza  confirmaban con cada frase  la importancia de que yo entrara en la Comunidad como sea. En el gesto de tomarse de la mano estaba el signo de la unidad que  diluyó mi seguridad.  Hoy como entonces, ese gesto  permanece como ejemplo de la unidad de la pareja en el momento de la cruz, del sufrimiento. Por primera vez vi, pero sobretodo sentí, a mi familia unida verdaderamente y decidida a salvarme la vida. No encontré otra posibilidad que hacer lo que me decían.
Esos momentos permanecen  como enseñanzas muy importantes también para mi vida de hoy, porque experimenté que donde hay unidad, el mal no logra entrar y la fuerza de Dios encuentra el camino para actuar.

     Fabio

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