Junio de 2005 – A Roma para decirle el último “Gracias” “Los amé mucho y ahora vienen hacia mí”. Conocida la noticia de Su muerte, sentimos el “deber” que nos impulsaba: ir a agradecerle. Partimos en tren de noche, a la mañana temprano ya estábamos allá en medio de un río de gente. Compartimos con millones de personas la espera para rendir el último homenaje al Papa, con el deseo en el corazón de decirle “gracias” por el testimonio de fe y de amor que le dio al mundo y que el mundo entero reconoció, moviéndose en masa desde todas partes para esta peregrinación l luminosa y grata. Luego de 17 horas de “cola” serena y paciente, intercalada con mucha oración, con rostros de todas partes del mundo en camino como nosotros, finalmente entramos en san Pedro al atardecer. Una conmoción inundaba el corazón de todos al ver en el fondo, delante del altar, los restos del Papa delante de un rosetón con el Espíritu Santo que parecía vivo. Aún “muerto”, mejor dicho resucitado, Juan Pablo II hablaba fuertemente al corazón. Nos arrodillamos un instante intensísimo para decirle “gracias” y para encomendarnos a Él. Y una vez más, en el estar silencioso de su cuerpo, parecía gritar fuerte a cada uno de nosotros desde el Paraíso: “No tengan miedo ¡Abran, sí, abran de par en par las puertas a Cristo!”
(...)“Éramos millones de personas, de todas partes del mundo, en una única e interminable columna humana durante largas, larguísimas horas, sin embargo nadie mostraba signos de incomodidad, cada uno permanecía allí, firme en su pequeñísimo espacio a veces rezando, cantando o compartiendo con quien la Providencia le había puesto al lado, las impresiones y emociones de la peregrinación. Sí, fue una verdadera peregrinación, no para visitar los restos mortales de Juan Pablo II sino para estar con Él y acompañarlo en el viaje más importante de su vida. Él, que fue el Papa de los grandes viajes, de los grandes encuentros, que quiso ver y decir las cosas desplazándose al lugar, encontrando a la gente en persona, ahora estaba realizando su viaje al encuentro del Padre, y nosotros, a través de las calles de Roma, con el corazón caminábamos con él . Estamos seguros que ahora contempla el rostro del Padre y el de Su Madre maría y más que nunca puede decir “Totus Tuus” y reemprender, de otro modo, sus viajes apostólicos por el mundo”
Sabina y Agostino
Este es el milagro realizado por Dios por la intercesión de Juan Pablo II Hace dos años fuimos toda la familia a Italia, algunos amigos nos pagaron los pasajes. Además de haber participado en la Fiesta de la Vida de la Comunidad Cenacolo, fuimos a Roma a agradecer a Juan Pablo II en su tumba. Además de pedirle su protección, intercesión, fuerza y sabiduría, lo consideramos nuestro “Papa” porque nos acompañó desde el principio; durante su papado me convertí, cambié completamente de vida, entré en la Comunidad Cenacolo, conocí a mi maravillosa esposa con la que comparto esta increíble “aventura”. . .pienso que también nosotros formamos parte de los millones de jóvenes que fuimos literalmente llevados de la mano por el Santo Padre en el camino de la fe. Cuando subimos al micro de regreso a casa, les preguntamos a nuestros maravillosos hijitos, qué le habían pedido a Juan Pablo II; ¡y bien, dado que son 12 varones, todos ellos le habían pedido una hermanita!!! Les aviso que en estos años consultamos ya en Italia ya en Brasil porque había tenido cuatro abortos espontáneos; así descubrimos que los bebes que se fueron al cielo eran todas de sexo femenino, porque Paola tenía un problema inmunológico que hacía que sólo las niñas no lograran desarrollarse en el útero. Así que los médicos diagnosticaron que era “imposible” para Paola tener una niña. ¡Pero para Dios, lo sabemos bien, NADA es imposible! ¡Dios siempre escucha la oración de los niños y el 2 de abril de este año (día en el que Juan Pablo II se fue al cielo) nació María Clara Luz!! Nuestra primera niña, acompañada en todo el embarazo por la imagen de Juan Pablo II pegada a la panza de Paola y por las oraciones de los simples, pero preciosas de sus 12 hermanitos. ¡El Señor sigue bendiciéndonos! Y amándonos. Y ayudándonos. Cada tanto pienso que todo nació de aquel pequeño sí, pronunciado añas atrás con miedo, con inseguridad. . .con pobreza. Cuántas cosas bellas Dios puede hacer con nuestro simple, pobre, pero importantísimo sí. ¡Un gracias especial a nuestro Papa Juan Pablo II.! Mauricio, Paola, los 12 apóstoles y María Clara Luz
De la lectura del testamento del Papa Juan Pablo II “Deseo seguirLo y deseo que todo lo que es parte de mi vida terrena me prepare para este momento. . .Totus tuus. En las mismas manos maternas dejo todo y a todos con los que me uní en mi vida y en mi vocación. . . A todos les pido perdón. También les pido oración para que la Misericordia de Dios sea más grande que mi debilidad e indignidad.”
Con estas palabras Juan Pablo II se entregaba a Dios y a la humanidad a los pocos meses de su elección como Pontífice. Estamos en marzo de 1979 y en las palabras del Papa se siente la preocupación por un mundo que sufre la angustia de la “guerra fría”, pero más aún muestra su deseo profundo de fecundar con la Esperanza de Cristo a esta humanidad perdida: “Deseo seguirLo.” En las pocas líneas de su testamento se entrega a Dios y a nosotros en su profunda humanidad: verdadero hombre que no tiene miedo de reconocer su pobreza, que se siente pequeño frente a los sufrimientos del mundo, que desea ser él mismo un instrumento en las manos de Quien es el único salvador. “¡Abran de par en par las puertas a Cristo!”: así había comenzado el día de su elección y al componer su simple testamento todavía es portador de este anuncio, encomendándose “ en las manos de la Madre de mi maestro.” “Totus tuus.” Todo de Jesús y todo de María. También cuando reflexiona en “ese tránsito que para cada uno de nosotros es el momento de la propia muerte” Juan Pablo II mantiene la sencillez profunda que guía toda su vida y todo su ministerio. “Totus tuus.” Todo de Jesús y todo de María y también todo de la humanidad, a la que se donará incansablemente por años, superando las barreras de la raza, la política, la religión: “Aceptando ya ahora esta muerte, espero que el Cristo. . .la haga útil para la causa más importante que busco servir: la salvación de los hombres, la salvaguarda de la familia humana, de todas las naciones y de todos los pueblos.” Un Papa libre y valiente, intrépido anunciador de Cristo con la palabra y con el silencio, con la fuerza y el vigor de los primeros años y con la enfermedad de estos últimos. Un Papa que sentía su vida como un don que no le pertenece: “El día 13 de mayo de 1981, el día del atentado. . .la Divina Providencia me salvó milagrosamente de la muerte. Él, que es el único Señor de la vida y de la muerte, Él mismo me prolongó la vida, en cierto modo me la regaló de nuevo. Desde ese momento le pertenece aún más a Él.” Jesús, gracias por habernos dado este pastor bueno, enamorado de Ti, de la Iglesia y de la humanidad.
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