La Madre Iglesia esta noche nos alimenta con el pan de los signos de la liturgia: el fuego, el cirio, el agua, el bautismo, el óleo del crisma, las velas, las vestiduras blancas. Es una Misa riquísima, en los signos y en la Palabra de Dios: esta noche Dios quiere hablarnos. Cuando encuentras a alguien y tienes algo bello, verdadero, grande en el corazón, tienes dentro un fuego del que quieres hablar todo el día y toda la noche. Cuando el corazón está lleno, desborda, tiene deseos de dar, de decir, de correr, tiene ganas de alegrarse, no se cansa. Esta noche el corazón de Dios desborda de luz, de alegría, de vida que nos quiere regalar. La abundancia de la Palabra de Dios, desde Adán y Eva hasta Jesús Resucitado es un abrazo para decirnos a cada uno que Dios nos habla, cualquiera sea el momento de la vida en que nos encontremos: ¿estás en el paraíso, feliz? Bien, Dios te habla. ¿Te encuentras en el pecado, te sientes desnudo, tienes miedo como lo tuvieron Adán y Eva después del pecado? No tengas miedo, Dios te busca y te habla. ¿Eres esclavo en Egipto, a veces todavía quieres regresar atrás al Egipto que recién dejaste, te cuesta, estás reconquistando tu libertad con sacrificio? No tengas miedo, no estás solo, Dios te habla. ¿Has renegado de Dios? Aún después que ya encontraste la libertad, la gustaste ¿recaíste en el compromiso, en la falsedad, en el corazón duro, de piedra, después de que Dios te había quitado el peso de ti mismo, de tu pasado, de tu vida? No tengas miedo, Dios te habla. La Palabra de Dios nos habla en cada situación de la vida, porque el amor te alcanza donde sea y siempre, para transformar la situación, para hacerla resucitar. El nombre de nuestro Dios, la fuerza de su Amor se llama RESURRECCIÓN. La Palabra de Dios cuando llega al hombre lo hace resucitar, es decir, le ofrece una esperanza, le da una luz, lo saca del sepulcro donde lo puso el pecado. Todos nosotros éramos esclavos, todos nosotros estábamos presos. Recuerdo que desde el principio Madre Elvira les decía a los presos que llegaban a la Comunidad: “recuerden que los peores barrotes no son los de la cárcel de la que vienen sino los que tienen en el corazón.” La Pascua es la resurrección de tu libertad, de la libertad que el mal había encadenado, que puso en una cárcel, que puso en un sepulcro con una gran piedra encima. Esta noche Dios toma de la mano esa libertad, la levanta y dice: “¡Ahora camina, eres libre, eres un hombre libre, eres una mujer libre, eres un hombre resucitado, no estás más muerto, la muerte ha sido vencida!” Entonces comprendemos porqué esta noche la Iglesia, nuestra Madre, hace tanta fiesta y nos ofrece un “alimento” abundante porque esta noche es la noche “que ya no es más noche”, es la noche en que fue vencida la muerte, ¡estamos en el corazón de la victoria de la Luz de CRISTO RESUCITADO! No hay más una noche tan oscura, tan tenebrosa que no sea alcanzada por la luz de Cristo resucitado y se transforme en un alba esplendente, luminosa, llena de vida: ¡es la resurrección! No es una idea, no es una fantasía de los sacerdotes y de las hermanas, no es algo que se cuenta como una bella fábula, es real, es un hombre de la historia: lo mataron en la cruz, lo flagelaron, lo escupieron, lo apalearon. . . ¡pero no terminó allí! Pensemos en los Apóstoles cuando Jesús les decía: “. . .al tercer día resucitaré.” No lo podían entender porque antes de Jesús no había resucitado nadie, era algo que nadie había visto nunca, en toda la historia, no era una realidad, era una palabra que esos pobres Apóstoles no podían conectar con nada. En cambio en Jesús la resurrección es vida real, vida de un hombre muerto que resucita. Es bello saber que Jesús hizo de la resurrección una realidad viva y concreta y nosotros somos el testimonio. También nosotros teníamos la muerte de la desesperación en el corazón. En cambio ahora, cuanto más avanzamos en el camino de conversión de la Comunidad más descubrimos que la resurrección avanza dentro de nosotros. Descubres dentro de ti todas las heridas que el mal te había hecho pero también descubres la fuerza que te resucitó. Es un milagro que cuanto más tomas conciencia del mal que viviste, más te asombras de no ser más el que eras, y sabes muy bien que solo no lo hubieras logrado. ¡Cuántas veces tratamos de salir solos! La resurrección es un don, no es mérito nuestro, es un don gratuito, es el amor de Dios que un día, mirando nuestra vida, nos dijo como a Jesús: “. . .hijo mío, hija mía, tú mereces vivir, mi Hijo murió por ti, ahora renace en Él.” Por esto Pascua es una fiesta tan grande, es el corazón de nuestra fe, del año litúrgico, porque si no existiera la resurrección estaríamos eternamente desesperados. La resurrección es el fundamento de nuestra esperanza. Si Cristo no hubiera resucitado entre los muertos, -dice San Pablo – vana sería nuestra fe. En cambio nosotros creemos en un Dios vivo que nos da vida. Y el milagro de la resurrección, lo llevamos como un sello dentro nuestro, somos el testimonio vivo de que la resurrección no es la idea de alguien sino la verdad de Dios sobre el hombre. Dicen que el mundo se creó por una explosión, el “Big-Bang”, una explosión de energía, de potencia. El corazón de Dios en un cierto momento explotó, desbordó de amor y creó el mundo y la vida. Los estudiosos de la síndone nos dicen que con la Sábana Santa sucedió algo similar: para que esa imagen se pudiera imprimir sobre esa tela hubo una gran explosión de luz. Sólo así el rostro, el cuerpo, las llagas pudieron permanecer impresas y visibles hasta ahora: ¡es la nueva creación! Es la vida que venció a la muerte. “Si uno está en Cristo es una criatura nueva, las cosas viejas quedan en el pasado, nacemos de nuevo.” Cuando encuentras a Cristo, cuando la vida pobre y muerta del hombre encuentra la fuerza del amor de Dios en Cristo Jesús, esa vida “estalla”, la energía y la luz de Dios entran en ti y le dices a todos “. . .he resucitado”. En los próximos días, Jesús le dirá a todos, especialmente a sus pobres apóstoles, “. . .mira, resucité, soy yo”. Dios no nos pierde más, resucitó para quedar vivo para siempre entre nosotros y junto a cada uno de nosotros.
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