El hombre tiene una sed profunda de amor verdadero Las lecturas de este tercer domingo de Cuaresma, nos hablan de una sed profunda en el corazón del hombre. Por nuestra estructura física, necesitamos comer y beber: es fundamental en nuestra vida, comer y beber son las funciones más elementales que nos caracterizan y que también nos dicen una verdad ¡si no comemos ni bebemos, no vivimos! Esta verdad de la estructura humana nos habla de una necesidad más profunda. Jesús, lo leímos al comienzo de la Cuaresma, fue tentado por satanás luego de cuarenta días de ayuno, pero le responde al ataque del maligno: “No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. El hombre tiene un hambre en el corazón más profunda que la física. Cuántas veces en casa, sentados a la mesa, el estómago está saciado pero el corazón no tiene paz, “la panza está llena” pero la conciencia no está serena. Necesita un pan “más profundo”, ese pan del que habla Jesús: “El hombre no vive solamente de pan sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” Hoy tienen sed: el pueblo camina en el desierto bajo el sol, la garganta está seca, el pueblo sufre la sed porque falta el agua. Es terrible cuando falta el agua: el hombre puede sobrevivir sin pan, pero sin agua no, es la mayor necesidad en la vida del hombre. Hace poco regresé de Perú; en nuestra misión hasta hace seis o siete años faltaba el agua. En esa zona que se llama “Villa El Salvador”, en la periferia de Lima, una extensión de arena que en los últimos treinta años fue invadida por gente que huía de las montañas, pensando que iba a encontrar un paraíso, y en cambio, se encontró con un desierto, donde construyeron sus propias chozas y donde cada día se espera la vida, la gente vive sin agua. Llega el camión cisterna, toca la bocina, y toda la gente corre con sus baldes para recibir la cantidad de agua cotidiana. Hacía unos meses que me habían dado la noticia por teléfono: “¡Finalmente tenemos agua en la misión!” Donde llega el agua, llega la vida. El hombre sin agua es un muerto. El pueblo en el desierto tiene sed y le grita a Moisés: “¿Por qué nos hiciste salir de Egipto?, estábamos mejor allá.” Se hace sentir el cansancio del camino, la garganta está seca, el calor abrasa, tocamos fondo. Y al afrontar el cansancio del camino, como el pueblo nosotros comenzamos a quejarnos. Luchar en el momento del sufrimiento y perseverar, aunque parezca más sencillo largar todo, pero volver atrás es siempre un fracaso. Aparentemente el mal te ilusiona ofreciéndote cisternas llenas de agua, pero esta agua está sucia, tóxica, y no sana el desierto sino que hace morir la poca vida que queda. Entonces Moisés, luego de haber “hablado” con Dios, golpea la roca y surge el agua que sacia la sed del pueblo. La roca es el corazón de Cristo. Esa es la roca que debemos golpear cuando nos falta el agua, cuando nos falta Dios. Necesitamos llenarnos de Dios. Nos falta esperanza, paz, perdón, vida verdadero, porque buscamos el agua en muchos lugares, pero no en la roca justa: la roca justa es el corazón de Jesús, la Eucaristía, ese corazón que Jesús dejó vivo en medio nuestro. En el Evangelio, el que tiene sed es Jesús: en pocas semanas Jesús, en la cruz dirá: “Tengo sed.” Cuando fui al África, al Perú, y en otros países, pude visitar y rezar con las Hermanas de la Madre Teresa: en sus pequeñas capillas siempre hay una cruz al costado de la que surge la frase: “Tengo sed.” Para la Madre Teresa esta frase encierra la necesidad que Dios tiene de ser amado en los más pobres. Como el corazón del hombre tiene necesidad de amor, también Jesús sintió esa sed, no sólo de agua, sino la necesidad de amor. Cuando estaba en la Cruz, cuando estaba en dificultad, gritó: “¡Tengo sed!”, y le dieron un poco de vinagre, pero no era eso lo que quería: ¡Él tenía sed de nosotros! El agua de nuestra vida que regresa a Él es la que sacia el corazón de Dios. Después aparece una mujer, una samaritana, ella iba al pozo a mediodía cuando hacía un calor terrible y todos se quedaban en la casa. Va al mediodía porque era una mujer de la que se hablaba mal; va a la hora en la que nadie la verá, pero Dios sí. Jesús espera una mujer de “mala fama” y le pide: “Dame de beber.” Es un poco extraño este Dios que le pide a una mujer de “mala fama” un vaso de agua; parece que le dijera: “Te necesito. Tengo sed de ti.” El Señor desea el encuentro con esa mujer, comienza un diálogo con ella, habla, la hace hablar, le abre su corazón a la Verdad y esa mujer al final corre a donde están sus amigos samaritanos y les dice: “Encontré a uno que me dijo toda la verdad sobre mi vida; me dijo que había tenido cinco maridos.” Jesús le leyó el corazón, le dijo la verdad. Nosotros muchas veces escapamos de la verdad de nosotros mismos, tenemos miedo de mirarnos, nos ponemos máscaras para aparentar lo que no somos. La verdad que Jesús nos dice, es libertad; “La verdad los hará libres”, dijo un día. No es la mentira; no es esconder bien algo que hicimos, lo que nos hace libres sino dejar que Dios nos diga la verdad sobre lo que vivimos. Esto nos libera, como liberó a esa mujer que al principio se avergonzaba y se escondía de sus compañeros y que luego va como misionera a anunciarles a ellos: “Vengan y vean a uno que me dijo la verdad.” Qué bello: el verdadero testimonio es el que les permite a los demás encontrar el Señor. Hermanos y hermanas: también nosotros tenemos sed; en el fondo probamos beber en muchos vasos del mundo, pero la sed permanece. Tenemos sed de amor: esta es la verdad de nuestro corazón y por eso en la segunda Lectura, San Pablo dice:”Cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores. Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores.” Jesús dio su vida por nosotros cuando todavía estábamos en el pecado; cuando no nos merecíamos un amor tan grande, Él se entregó. Y es del corazón de Jesús que brota esa fuente a agua que sacia nuestra sed de amor. Regresemos a Él en este tiempo de Cuaresma y finalmente sentiremos que esa profunda sed de amor que tenemos dentro encontró la fuente de agua: la que brota del corazón de Jesús en la Cruz y que sacia nuestra vida por adentro. Gracias.
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