En el camino hacia la Pascua de Resurrección, la Iglesia nos da este domingo el Evangelio de la Transfiguración. En el mensaje de Cuaresma, el Papa, pensando justo en este episodio de la vida de Jesús, lo interpreta como una invitación del maestro a “. . .poner distancia del ruido cotidiano para sumergirse en la presencia de Dios.” Salir del estruendo, del fragor del mundo y subir a un “monte elevado”. Es muy importante para nuestra vida interior poder hacer silencio, para escuchar en el propio corazón la voz de Dios. También hoy Jesús nos invita a vivir esta experiencia, nos “lleva aparte” como hizo ese día con Pedro, Santiago y Juan y desea revelársenos sumergiéndonos en algo muy luminoso y límpido, una luz muy bella “. . .su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. . .” así lo expresa el evangelista Mateo. También están Moisés, símbolo de la Ley, y Elías, símbolo de los profetas. Está el Antiguo Testamento, la antigua alianza que “conversa” con Jesús. En otro Evangelio nos revela el “contenido” de esta conversación: “. . .hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.” (Lc 9,31) ¡Hablan de la Pasión de Jesús, de Su partida, a través de la Cruz, hacia una “Tierra Prometida”! En ese momento sucede algo extraordinario para los Apóstoles: hasta ahora estaban aterrados por el miedo al sufrimiento y a la Cruz; pero allí experimentan que a pesar de la Cruz, de todas formas “. . . ¡qué bien estamos aquí!” ¡En Jesús encuentran la fuerza para no detenerse ante la tragedia de la inminente Pasión! Es bello porque Pedro es espontáneo, no se pone a calcular el efecto de lo que dice; lo que vive interiormente, lo manifiesta. Y la respuesta le llega directamente del Padre, en una “nube luminosa” que los cubre con su sombra. Esa voz los invita a escuchar a Jesús, a seguirlo, a confiar en Él aunque a veces parece que su camino cuesta tanto, nos pide tanto. Dios Padre asegura a los apóstoles que lo único siempre apropiado y verdadero es escuchar a Jesús, porque “. . .Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.” ¡El Padre se complace en Jesús, podemos decir que está contento con Él! ¡Pero Dios también quiere “poner su predilección” en nosotros! ¡Quiere que seamos felices y quiere estar contento con nosotros! A veces tendríamos que probar de poner nuestro nombre en este Evangelio: “Tú eres mi hijo, en ti puse mi alegría. . .te di la vida. . .¿estás contento con tu vida?. . .Yo estoy contento de que tú existas.” ¡Aunque las hayamos hecho de “todos los colores” seguimos siendo hijos! Escuchemos esta voz dentro nuestro: ¡somos hijos amados, a pesar de todo! Es lo que necesitamos todos, especialmente en el momento de la cruz, de la prueba: no sentirnos solos, pertenecer a una familia más grande que la de sangre, ser “familiares de Dios”, como dice San Pablo, miembros de la familia universal de los hijos de Dios. También Abraham, lo escuchamos, tuvo el coraje de dejar todo: la parentela, la tierra, la casa. . .dejar todo para tener una familia nueva, más grande, y no solamente lo bendijo Dios sino que su vida misma se transformó en bendición para muchos y llegó a ser “nuestro padre en la fe”. ¡Cuando nuestra vida encuentra a Dios, nuestro ser hijos se hace paternidad, maternidad, fecundidad, bendición: “en ti serán benditas todas las familias de la tierra”! Aceptemos nosotros también, hoy, la invitación de Dios a partir, a caminar escuchando a Jesús, para vivir la experiencia que con Dios la vida “es bella”, ¡es algo luminoso y bello! Es cierto que esta transfiguración cotidiana es también una lucha continua, pero nosotros ya somos afortunados, porque podemos contemplarla desde el milagro de nuestra vida renacida luego de muchos años de tinieblas. Somos testimonio de una vida que a menudo padece, pero que después también resurge; que sufre, pero que en la luz del Amor recobra sentido, alegría, libertad y una esperanza que no muere más.
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