Eucaristía significa acción de gracias. Es la agradecimiento más grande que desde la tierra se eleva a Dios Padre porque es la vida de un hombre devuelta al Amor de Dios por amor. Cada vida, cada uno de nosotros nació por amor. Dios nos creó para hacer el mundo más bello. Cada niño que nace hace el mundo más bello, le dice al mundo que Dios lo ama, nos ama, y continúa generando vida a pesar de todo el mal y la tristeza que hay. La acción de gracias más profunda que la humanidad puede darle a Dios es restituirle este don inmenso que es la vida, por amor, como Él nos la dio por amor. Jesús dio todo por amor para que la vida esté plena de Dios y para que el mundo sea habitado por Dios. Dios habita en el corazón del hombre. Él hizo todo, está presente en todo, pero donde desea estar es en el corazón del hombre. La liturgia de hoy es particularmente rica; en la primera lectura, Eva se encuentra sola y la serpiente se le acerca. No es bueno estar solo. La amistad con Dios y entre nosotros es la primera y gran bendición y protección del mal. Nosotros somos una familia; tenemos que ser amigos, porque si somos amigos entre nosotros, el mal no puede hacer nada. Si nos sostenemos, si está la presencia de unos en la vida de los otros con la oración, con la ayuda, o simplemente con estar de corazón, el mal es aplastado. Madre Elvira nos decía a menudo: “Sean amigos, defiéndanse uno al otro.” Defendámonos uno al otro con los ojos abiertos, con pasión por la vida de los otros. Cuando no pueden más, cuando caen, cuando parece que el mundo se derrumba, recuerden que no están solos. Aquí surge la gran diferencia entre lo que hacen Adán y Eva y lo que hace Jesús en el Evangelio. Eva estaba sola y Adán también por otro lado; en apariencia Jesús también estaba solo, pero no en realidad. Un día les diría a los apóstoles “. . . me dejarán solo, pero yo no estoy solo, porque mi Padre está conmigo” Jn 16,31. Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu Santo; tiene el corazón en Dios, y cuando tienes a Dios en el corazón, no estás solo y tienes el corazón en comunión con toda la humanidad, especialmente con quien ama a Dios. Segunda cosa: con el mal no se habla, no se baja a su nivel. Si hay una inspiración del mal, es preciso cortarla rápidamente, nunca hacer un acuerdo: del mal se sale con la fuerza de Dios. El tentador viene a ensuciar lo más lindo que tiene Eva: la Promesa de Dios. La ilusiona, la engatusa: “¿Es verdad que Dios dijo: ’No deben comer de algún fruto del jardín?’.” Dios había dicho que no coman solo de uno, del árbol del conocimiento del bien y del mal “. . .porque de otra manera morirán.” Piensen en el mundo de hoy: “Debo experimentar todo, así por lo menos conozco y soy libre.” ¡No es cierto! ¡El mal te hace mal! ¡No tienes que experimentarlo! Por un pequeño no que dijo Dios para proteger la libertad y la dignidad del hombre y la mujer, el mal comienza a jugar con la mentira y dice: ¿”Entonces Dios les prohibió todo?” Hay una falsedad enorme en esta frase; en realidad Dios les había dado todo: ¡había creado y cultivado un jardín sólo para ellos! Sin embargo, Eva dialoga con la serpiente y se deja engañar. También en esto es abismal la diferencia con lo que hace Jesús, que en el Evangelio exclama “¡Vete satanás!” Cuando sintamos el ataque del mal en el pensamiento, en la seducción, en la malicia, también nosotros debemos aplastarlo, como Jesús en el desierto, anulándolo con la Palabra de Dios: “Está escrito. . .” Defiéndanse del maligno con la Palabra de Dios: ¡defiende tu dignidad, los tesoros preciosos de tu corazón, tu esperanza, tu confianza en Dios y en la vida! Tercer punto importante: la humildad. Ser pequeños, pobres, necesitados de Dios, necesitados de Amor. Satanás le pide a Jesús que transforme las piedras en pan, lo tienta en el orgullo: “Si tu eres Hijo de Dios. . .” Pero Jesús dice : “El hombre no vive sólo de pan.” Hay otro hambre en nosotros que es el hambre de Dios ¡y Jesús está más marcado por esta hambre que por el hambre de pan luego de cuarenta días de ayuno! Cuando ve que Jesús se defiende con la Escritura, el tentador lo ataca usando su mismo instrumento, la Palabra de Dios. “Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra. . . tírate.” Trata de hacerle usar la Palabra de Dios no como don sino como pretensión: sería la perversión del amor de Dios. Las promesas de Dios no pueden ser una pretensión, porque son una esperanza, una espera. Siempre somos mendigos de amor, hijos amados en espera confiada. Jesús, en efecto, responde: “No tentarás al Señor, tu Dios”: ¡confía en el Padre! Después, el maligno ataca a Jesús con la última tentación, la más perversa: “Te daré todo este poder. . .si tu te postras para adorarme.” Lo ataca con la promesa de una felicidad fácil: “. . .poseerás todo y lo usarás como quieras. . .” Jesús dice no: ¡adoro sólo a Dios! Cuánta gente se postra delante del dinero, de los ídolos, de las promesas de éxito. ¡Qué regalo para nosotros, en cambio, arrodillarnos delante de la Eucaristía, delante de un Dios que antes de que tú lo adores, ya dio la vida por ti! ¡Jesús descendió, cargó con nuestra debilidad, con nuestras tentaciones, las enfrentó sin privilegios y venció en la fe y en el amor! Que la Cuaresma sea para cada uno de nosotros el camino en el desierto hacia la Pascua de Resurrección que es la verdadera y eterna victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.
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