EL CAMINO COMUNITARIO DE LA ORACIÓN La Adoración Eucarística – Parte I
“El tesoro más precioso” El camino de renacimiento que los jóvenes viven en la Comunidad es un “milagro eucarístico”. Es en la oración personal y silenciosa vivida delante de la Eucaristía, temprano a la mañana o en el corazón de la noche, que sus vidas cambia: la conciencia se despierta y se entrega al perdón, la voluntad encuentra fuerza para perseverar en el camino del bien, la mirada se hace más luminosa y se abre a la esperanza.
El regalo más grande El regalo más grande que la Comunidad hizo a mi vida es el encuentro con Jesús Eucaristía en la adoración personal. Este encuentro cotidiano me cambia, me transforma y me renueva. Bajo su luz reconozco la verdad de quién soy, de mis miserias, pero no puedo detenerme porque la misericordia de Dios me abraza, me enaltece y todo recomienza con un nuevo impulso.
Un gran alivio Mi primera experiencia con la oración fue en la desesperación de las tinieblas. En esa oscuridad vi una pequeña luz, percibí algo o alguien más grande que el mundo, que mi desesperación y que el mal. Le grité y Él me respondió sin palabras, con hechos, con personas y amigos que me llevaron a la Comunidad, donde me ayudaron a ponerme delante de la Eucaristía para aprender a rezar. Y delante de la Eucaristía experimenté un gran alivio, como si de mi corazón cayera una piedra. Pedí perdón llorando por el mal que había hecho, sentí Su abrazo, Su misericordia. Comprendí que ese “Alguien” al que le había pedido ayuda era Dios Padre, el Padre de Jesús. Ahora sé que también es mi Padre. Experimenté que Dios existe y camina a mi lado en la vida. Decidí bautizarme para seguir a Jesús, que me hizo salir de las tinieblas para llevarme a una Luz que cada vez veo más luminosa, pero que también es fácil de perder. Por eso debo ser fiel a la oración, ese encuentro cotidiano con Él presente en la Eucaristía, no sólo para pedirle ayuda sino para decirle “gracias” por la vida, por hacerla don a los otros así como Él lo fue para mí.
A la fuente del Amor Poder encontrarnos como esposos con Jesús en la Adoración cotidiana nos da mucha fuerza y esperanza. Nos damos cuenta que cada vez que encontramos el tiempo para estar frente a Él, estamos más contentos, más en paz, más unidos. Reconocemos que no estamos más solos nosotros dos sino que Jesús está con nosotros, y que Él es la verdadera fuente de nuestro amor: Él nos sana y nos renueva donde aún somos fragiles y débiles. A veces vivimos momentos difíciles en los que parecería que estamos alejados uno del otro; en la Adoración nos vemos a la Luz de la Palabra de Dios y nos ayuda a perdonar y recomenzar. Encontrar a Jesús en el silencio del Santísimo Sacramento nos ayuda a amarnos en la verdad.
Un Amigo verdadero a quien pedir ayuda Recuerdo los primeros días de Comunidad: temprano a la mañana, enseguida de despertarse, todos a la capilla para rezar delante de la Eucaristía, que para mí sólo era un pequeño trozo de hostia, de pan blanco. Estaba perplejo y embarazado. Todo el mal hecho venía a mi mente en esos momentos: de tan grande y fuerte que me sentía en la vida equivocada, ahora era pequeño y pobre, sin embargo estos momentos de oración de los hermanos me daban paz y la esperanza y la voluntad de poder cambiar mi vida. Este “pedazo de pan” con el tiempo tuvo nombre y fue una presencia también para mí: “Jesús Eucaristía”, el Amigo verdadero a quien podía pedir ayuda. Los hermanos me ayudaron para comenzar a vivir la Adoración Eucarística personal, primero a la tarde y luego en el corazón de la noche: ahora no podría dejar de hacerlo. Estando delante de Jesús, día tras día, fue creciendo en mí la certeza de que había encontrado ese lugar, esa casa que tanto había deseado. Empecé a confiar en sus tiempos , que no son los míos, aprendí a agradecer cada día por el don de la vida. Hoy vivo el silencio como un regalo, como escucha en serenidad. Jesús llenó mi vacío y Él es mi medicina. Hoy dejo que Él decida lo que es mejor para mí: su voluntad es mi alegría.
Benedicto XVI , “Luz del Mundo” ¿Cambió su fe cuando como Pastor Supremo le fue confiada la grey de Cristo? A veces parece que su fe se hizo más misteriosa, más mística. No soy un místico. Pero es cierto que como Papa tengo muchas razones más para rezar y para confiar completamente en Dios. En efecto, me doy cuenta que todo lo que tengo que hacer no lo podría hacer solo. Sólo por esto ya estoy obligado a ponerme en manos del Señor y decirle: “¡Hazlo tú, si lo quieres!” En este sentido, la oración y el contacto con Dios son ahora más necesarios, pero también más espontáneos y naturales que antes.
¿Dicho en términos profanos, existe una suerte de “cable directo” con el Cielo, o algo semejante gracias a su ministerio? Sí, a veces tengo esa impresión. En el sentido que pienso: “He aquí, pude hacer algo que no venía de mí, ahora, me encomiendo a Ti y me doy cuenta , si hay una ayuda, es algo que no viene de mí.” En este sentido existe la experiencia de la gracia del ministerio.
¿Cómo reza el Papa Benedicto XVI? Para quien tiene en consideración al Papa, también él es un pobre mendigo delante de Dios, y más delante de los otros hombres. Primeramente, siempre le rezo al Señor, con quien me une una antigua amistad, por así decirlo. Pero también invoco a los Santos. Soy muy amigo de Agustín, de Buenaventura y de Tomás de Aquino. Muchas veces les digo: “¡Ayúdenme!”. Después, la Madre de Dios siempre es un punto de referencia. En este sentido, me introduzco en la comunión de los santos. Junto a ellos, reforzado por ellos, hablo después con el Dios bueno, especialmente pidiendo, pero también agradeciendo, o simplemente contento.
El testimonio de Madre Elvira en el Sínodo de Obispos sobre la Eucaristía, en octubre de 2005, expresa con claridad luminosa lo que la presencia de la Eucaristía opera en los jóvenes recibidos en nuestras fraternidades. Lo volvemos a publicar como texto guía en estas páginas dedicadas a la Adoración Eucarística.
Testimonio de la fuerza de la Eucaristía . . . Soy una pobre y simple religiosa, no tengo ni la instrucción ni la cultura para entrar en los debates profundos de estos días. Pero tengo la alegría de comunicarles que soy testigo de cómo Dios obra hoy a través de la Eucaristía. El Santo Padre decía que el encuentro con Dios crea un dinamismo siempre nuevo: eso le sucedió a mi vida cuando, delante de la Eucaristía, comencé a percibir el profundo dolor de muchos jóvenes en las calles, a escuchar el grito de soledad dentro ellos que llegaba hasta mi corazón y renové mi “Sí” a Dios, dejándome llevar por este “susurro” de la fe que me invitaba a un nuevo comienzo. La Eucaristía hace entrar en el corazón de la tu propia historia y de la que te circunda. Jesús me mandó a esos jóvenes destruidos que caminan por nuestras plazas, que llevan la tristeza de la droga en el corazón, que tienen hambre y sed de sentido de la vida que todavía no han encontrado. ¿Qué método terapéutico o medicina podía proponerles? ¡Ninguna pastilla da la alegría de vivir ni la paz al corazón! Por el amor y el respeto que siento hacia ellos, no quería de ninguna manera engañarlos. Entonces les propuse lo que a mí muchas veces me había llenando de confianza y esperanza: la fuerza de la Misericordia de Dios y la oración eucarística. Sin ningún temor, les pido desde el comienzo del camino que se arrodillen delante del Pan de la Vida, presente en todas nuestras casas gracias a la bondad de los Obispos, porque estoy segura de que Él no desilusiona. Algunos me dicen: “Yo soy ateo, no creo, no entiendo”. Yo les respondo que la Eucaristía no se entiende con la cabeza, sino que se experimenta en el corazón. Si con confianza se arrodillan delante de Él, sienten que la humanidad de Cristo, presente en la hostia consagrada, despierta la imagen de Dios que hay en ellos y ¡resplandece! Luego de algunos meses los encuentro y me dicen: “¡Me siento cambiado!” y veo una luz nueva en los ojos. Es el “milagro eucarístico” que contemplo desde hace muchos años. El estar en adoración delante de aquella presencia silenciosa, despierta sus conciencias, las ilumina sobre lo que es el bien y el mal. Los acompaña en el camino hacia la Misericordia de Dios que se expresa en la Confesión, los hace volver a alimentarse de aquel cuerpo de Cristo que da fuerza para el camino. La Verdad de Cristo se vuelve la única y plena fuente de libertad, de la libertad que ellos habían buscado en las calles del mundo y no habían encontrado. El desarrollo de la Comunidad está ligado a la Eucaristía de una manera asombrosa, lo que crea un dinamismo no sólo personal sino también de Pueblo. Al principio algunos jóvenes se levantaban durante la noche para la adoración personal; luego esta adoración se fue extendiendo a cada sábado por la noche, hasta que decidieron arrodillarse en las cincuenta comunidades, desde las dos a las tres de la madrugada, para rezar por aquellos jóvenes perdidos en las propuestas falsas del mundo. Luego llegó el momento en que comenzaron la adoración eucarística continua. El resultado ha sido un cambio en la historia de la Comunidad: llegaron jóvenes de muchas nacionalidades, las comunidades se multiplicaron, nacieron las misiones en América Latina, y luego las vocaciones de familias y consagrados a Dios en esta obra. Ha estallado lo que el Santo Padre en Colonia ha llamado “la revolución del Amor”. He querido con simplicidad contarles un poquito de nuestra historia para dar gracias a Jesús, que en la Eucaristía nos ha dejado un tesoro entre las manos, la medicina, la luz más extraordinaria para salir de las tinieblas del mal. Los jóvenes con los cuales vivo desde hace veintidós años han sido para mí, como religiosa, el testimonio vivo de que la Eucaristía es verdaderamente presencia viva del Resucitado, y que también nuestra vida muerta, entrando en la suya, resucita. ¡Verdaderamente si uno está en Cristo, es una criatura nueva! Gracias por haberme escuchado.
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