La Palabra que escuchamos en la Misa de hoy, al comenzar la Cuaresma nos llama fuertemente a regresar al Señor; cada año, cuarenta días antes de Semana Santa y Pascua comienza el tiempo de Cuaresma: un camino de regreso y profundización de la relación con Dios. Así, el hombre camina año tras año madurando en la fe y haciéndose cada vez más amigo de Jesús, crucificado y Resucitado. La Iglesia, nuestra Madre y Maestra, nos brinda los medios para vivir bien este camino, especialmente a través de la Palabra de Dios. En el Evangelio de hoy escuchamos que Jesús habla de oración, ayuno y limosna. Sepamos bien que la oración exige un esfuerzo de parte nuestra, no es suficiente decir palabras, lo que se define como “oración vocal”. La oración se aprende y por eso hay que esforzarse, poner el corazón y todo nuestro ser, solo allí llega el encuentro con Dios. Este tiempo es un regalo para reflexionar un poco más sobre esto, para insistir un poco más con nosotros mismos y esforzarnos en la oración. El Padre Gasparino decía: “A rezar se aprende rezando”, a medida que pasa el tiempo también nuestra oración tendría que ser cada vez más sustanciosa y deberíamos estar más orientados a rezar bien. Este es el “momento propicio” para mirarse interiormente y rezar por nosotros mismos, por nuestras debilidades, haciendo todo el esfuerzo posible para nuestra conversión y entonces podremos también rezar bien por los demás. Pidamos este don al Señor: ver las necesidades de los otros y en la fe encomendarlas a Jesús , a la intercesión de la Virgen, y los Santos. Luego está el ayuno: La Iglesia lo pide desde siempre y pienso que es un gesto profético, más aún en nuestro tiempo, tan lleno de “comilonas” no sólo de alimentos; el ayuno es señal de que todo es pasajero y a todo se puede renunciar con tal de “regresar a Dios con todo el corazón” , con tal de no perder lo esencial. El ayuno nos protege de las tentaciones, fortalece nuestra voluntad y nos hace más fuertes, nos limpia; cuando ayunamos tenemos más capacidad para dar una limosna, es decir entregarnos a los demás. Ayunar no es sólo renunciar a la comida, sino también a las conversaciones superficiales, a las distracciones que no nos hacen bien. Cuando ayunamos, en fin, somos capaces de dar una limosna, es decir, entregarnos a los demás. Luego, la penitencia: la penitencia es recordar, pensar en lo que fallamos. En la Confesión está la liberación del pecado, el perdón que nos da la Misericordia de Dios pero con la condición de que estemos realmente arrepentidos de nuestros errores. La penitencia entonces, es como una medicina para nuestras heridas, un bálsamo de sanación para las consecuencias de nuestro pecado y del de los otros El mal que hice ayer, hoy lo recompenso con el bien, esto es la verdadera penitencia. La penitencia no tiene que ser siempre una renuncia, también puede ser un gesto de caridad al hablar con alguien, puede ser una oración por un amigo. Estos son los medios que Jesús nos deja a través del orden litúrgico: la oración, la Sagrada Escritura, el ayuno, la penitencia, la entrega de uno mismo. Esforcémonos para vivir bien, con el corazón, estos propósitos, para que sea realidad este regreso desde lo más profundo de nosotros mismos, a la comunión con Jesús.
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