EDUCARSE PARA EDUCAR
En estas páginas dedicadas a la educación, tomamos algunos puntos simples y concretos de las catequesis de Madre Elvira a los jóvenes, sobre la importancia de la educación. Pensamos que estas reflexiones, nacidas de la experiencia, puedan ayudarnos a darle importancia a gestos simples pero fundamentales de nuestra vida.
¡Las bocas son hermanas!
“ A MENUDO MI MADRE ME DECÍA: ‘¡RECUERDA QUE LAS BOCAS SON HERMANAS!’ NOS ENSEÑABA DESDE CHICOS A TENER OJOS CAPACES DE VER AL QUE TENÍA MENOS QUE NOSOTROS Y A COMPARTIR.” Madre Elvira
En una de nuestras misiones vi un día que una joven misionera distribuía la merienda a nuestros niños pequeños: una niña de unos tres años, había recibido una banana grandísima y la miraba con ojos desorbitados, teniéndola bien apretada entre las manos. Le pregunté a una “tía” cuántas bananas comía ella en la merienda y me contestó que sólo una. Entonces le dije: “¿Cómo puede ser que una niña de tres años pueda comer la misma cantidad de alimento que comes tú, que tienes treinta y dos? Crees que eres buena porque le das una banana entera, pero lo que haces es crear un desequilibrio que hará a esta niña, cuando sea grande, una mujer egoísta y pretenciosa. Enséñale, en cambio, a la niña, desde pequeña, a compartir la banana con otro, con quien todavía no la recibió, entonces la haces capaz de compartir, le enseñas que la alegría nace del dar.” Me puse cerca de la niña y poco a poco logré que le diera la mitad de la banana a otro de nuestros niños. Me llevó un poco de tiempo y mucha paciencia, pero fue un logro para la niña ver que era capaz de un gesto tan grande para ella, descubrirse buena; después estaba feliz: me miraba y sonreía. Hoy todos corremos, trabajamos, viajamos, siempre con el teléfono o la computadora. . . ¡le damos nuestro tiempo a tantas cosas y no se lo damos a la vida! Debemos encontrar tiempo para observar la vida y después detenernos para educarla, corregirla, pero especialmente, alentarla, porque la vida es el verdadero tesoro, no las cosas: los hijos son la verdadera riqueza y el futuro de una familia, no las casas y el dinero acumulado. ¡Sin hijos, las cosas se pierden y las casas estarían vacías! En esa misión teníamos muchas cosas que hacer, también yo, pero para mí eran importantes esa niña y esa joven “tía”; tenían que aprender algo fundamental para sus vidas y yo sentía el deber de transmitirles lo que yo había aprendido. No podía pasar de largo sin intervenir. Si amas la vida observas, aprendes y luego actúas. Enseñemos a los niños a compartir lo que tienen desde chiquitos: compartiendo nosotros esa rodaja grande de pan o esa banana. . .la repartes en dos o tres y le enseñas al niño que lo que hay no es todo para él, sino que Dios nos lo regala para todos. A veces queremos ser generosos con los pequeños, con los hijos, pero somos desequilibrados. Debemos educar a los niños en la verdad de la vida, debemos prepararlos para el futuro, porque no van a tener todo lo que ahora les damos, y sobretodo, no es cierto que serán felices si tienen todo para ellos. Yo aprendí esto de mi madre que fue una gran mujer. Aprecio cada vez más los gestos simples y concretos con que nos educó de chicos. Éramos una familia pobre, pero siempre había lugar para el que tenía menos que nosotros. A menudo me repetía: “¡Recuerden que las bocas son hermanas!” Nos enseñaba a ser capaces de compartir con quien tenía menos, a dar. Para saber educar a nuestros hijos en la generosidad, las mujeres tenemos que educarnos a nosotras mismas para no ser egoístas y glotonas. A veces, parece que sólo existen en el mundo “nuestros” hijos, cuando hay tantos otros “hijos de Dios” que necesitan. No le puedes dar todo a tu hijo, a tu hija; ellos deben aprender a ver que también está, por ejemplo, el papá, servirle a él primero la comida; tienen que compartir con los hermanos. Descubrirán desde chiquitos, que hay más alegría en dar que en recibir. Por eso les digo a las parejas que viven en la Comunidad que “hagan” muchos hijos, porque así el niño desde chico está “obligado” por la vida a compartir, comprende que no es todo para él, experimenta que él no está solo en el mundo y aprende a darse, a “dividir la torta”, a desprenderse de sus cosas para hacer feliz a la hermanita o al hermanito, y siendo así es más feliz él. Aprender que “las bocas son hermanas” es un pequeño paso que luego lleva a comprender que también las vidas son hermanas lo que genera una relación de amistad y de fraternidad en la que se aprende a dar y recibir amor. De una catequesis de Madre Elvira
Los niños tienen mucho que enseñarnos sobre generosidad. Un día en la misión, durante el almuerzo, les explicaba que llegarían dos niños nuevos a nuestra casa, diciéndoles que sería muy lindo recibirlos con una sonrisa y compartir con ellos nuestro cuarto, nuestros juguetes. . .Luego les pregunté quién les prestaría su bicicleta, sabiendo que es uno de sus juguetes preferidos; me quedé asombrada porque en seguida todos levantaron la mano. Me doy cuenta que todavía estoy muy apegada a las “cosas materiales”: yo también quiero aprender a compartir espontáneamente lo que para mí es más querido, como la bicicleta para esos niños. Sandra
Somos los padres de Federica y queremos compartir con ustedes nuestra experiencia, transformada en Luz gracias al encuentro con la Comunidad. Luego de dos años de casados nació nuestra hija, una gran alegría, un regalo del Señor. Crecía feliz, sonriente, serena y muy querida. Estábamos convencidos que nuestro deber era darle de todo, que no le faltara nada, satisfacerle cada necesidad, poniéndola siempre en primer lugar como si fuera el centro del mundo. Los dos trabajábamos y Federica quedaba con una vecina que la cuidaba. También por esto, sentíamos el deber de darle todos los gustos cuando estábamos con ella; quizá inconcientemente pensábamos que podríamos sustituir nuestra ausencia con cosas materiales. Desde la escuela elemental le hicimos frecuentar institutos privados cristianos, porque en el fondo nos dábamos cuenta de la necesidad de ser ayudados en la difícil tarea educativa; pero no bastó porque con nuestra postura sembrábamos lo contrario y porque en nuestra casa no reinaba la presencia de Dios. Ahora nos damos cuenta que le dimos a nuestra hija muchas “cosas” pero poca “vida”, faltábamos nosotros y no el habíamos enseñado a amar. Esto la hizo egoísta, incapaz de abrirse a los demás y de soportar el sufrimiento y las dificultades que trae la vida. En efecto, cuando terminó la escuela, frente a las primeras dificultades de la vida, se derrumbó: era triste, peleadora, arrogante y discutíamos mucho. Nosotros nos echábamos la culpa el uno al otro para descargar la culpa ¡ hasta que descubrimos que se drogaba! El mundo se nos cayó encima, nos sentíamos una familia fracasada, no sabíamos qué hacer. Luego de sufrir mucho conocimos a unos padres de la Comunidad; nos hablaron de su experiencia y comprendimos que era el camino justo para nosotros. La Comunidad nos está enseñando a unirnos más, a vivir en la verdad, a compartir, a rezar y le está dando a Federica la vida que nosotros no pudimos darle. Hoy descubrimos los tres qué bello es poder compartir lo poco que se tiene con los otros, que. . .”hay más alegría en el dar que en el recibir.” Mamá Luciana y papá Vittorio
La importancia de compartir la aprendí ya en mi casa, luego la descubrí en el camino de la Comunidad y ahora la vivo especialmente con los niños de la misión. Veo que si les enseñamos a compartir las cosas se hacen más amigos. Un día estaba en la terraza de nuestra casa en Villa Salvador y observaba a tres chicas de la calle: una tenía un dulce y lo compartía sólo con una de las otras dos niñas. La tercera obviamente estaba triste y sola, las miraba y no decía nada. Me dio mucha ternura verla y no pude quedarme callada. Entonces le expliqué a la niña que tenía el dulce que si no lo compartía también con la tercera era egoísta, y que además de hacer sentir mal a su amiguita, se sentiría mal también ella. Le explique que seguro que ella era buena y que su corazón era capaz de darle un poquito de dulce también a otra niña, y que era muy bello ver a las tres comiendo juntas. Hace dos años que vivo con los niños, y la primera vez que me ofrecieron una masita antes de metérsela en la boca, quedé asombrada. Es bello poder transmitir a nuestros niños lo que la Comunidad nos enseña; quizá hoy no comprenden la riqueza de esta enseñanza, pero un día crecerán como personas generosas capaces de compartir con los demás. ¡Y seguramente serán personas libres y felices!
Ivana
Crecí en una familia numerosa, soy el mayor de diez hijos. Desde los dos años aprendí que cada hermano o hermana que nacía, me sacaba un poco de mi espacio, del amor de mis padres, un poco de “mis” cosas, pero también cada vez experimenté la alegría que brotaba de este sacrificio que me pedía la vida. Hoy reconozco que desde chiquito “respiré” que la vida vale más que las cosas, y que un hermanito o una hermanita valen mucho más que tus juguetes o tu habitación. En la familia teníamos una expresión “rank has privilege” que significa que no son todos iguales y que se le dará o se le pedirá más al hermano más “viejo”. Por ejemplo, los mayores se iban a dormir un poco más tarde, se podían sentar adelante en el auto. . .pero por otro lado tenían que trabajar más en la casa, como lavar los platos, limpiar, tener el jardín ordenado, hacer de baby sitter a los menores. Así comprendimos que en el mundo no todos tienen los mismos roles ni reciben los mismos privilegios. Me di cuenta que esta educación nos ayudó a madurar el deseo de servir, porque el que sirve está bien. En especial, una cosa linda que todavía se vive en mi familia con respecto a la comida: cuando uno tiene algo para comer se lo ofrece primero a los hermanos para que lo prueben, especialmente a los más chicos. Esta costumbre que mis padres nos transmitieron viviéndola primero ellos con nosotros, poco a poco se transformó en “nuestra” y también nosotros comenzamos a vivirla. Era bello ver cómo, al poco tiempo, los pequeños nos ofrecían la comida a nosotros ¡ y era más bella la sonrisa con que lo hacían que la comida! Hace un tiempo estuve unos días en casa y fuimos todos juntos a un restorán; me tocó mucho que en la mesa ellos no empezaban a comer su comida antes de ofrecérselo a los otros para que lo prueben. Esta “preocupación” por compartir me dio mucha alegría : hoy la Comunidad me abrió los ojos para apreciar el valor de compartir aún lo más pequeño, y que la verdadera alegría está en dar.”
Joseph
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