Soy Pierangelo, tengo 26 años y testimoniando mi vida primeramente quiero agradecer a Dios porque estoy vivo y feliz de ser de la familia del Cenacolo. Vengo de una familia simple, dos padres buenísimos, una hermana y un hermano que siempre me quisieron, aunque lo entendí gracias a la Comunidad. De chico era un niño vivaz y rebelde, no me gustaban las reglas. Los míos no se llevaban bien y mi padre tenía problemas con la bebida, lo que lo hacía muy violento. Eran un hombre y una mujer que, a mis ojos, no se respetaban, y como no los veía unidos, sus “reglas” para mí eran estúpidas imposiciones carentes de sentido. Jamás pensé que todo eso podía repercutir en mi vida, al crecer pensaba: “Son cosas que pasan. . .y me pasan a mí, pero no importa, cada uno hace su vida, y yo haré la mía. Iba creciendo el deseo de ser independiente; en la escuela era un desastre, no me interesaba, solo me esforzaba en ser distinto a los otros para esconder quién era de verdad. Ganas de transgredir, pensamiento desviado y retorcido, deseos perversos, eran los únicos intereses que tenía. También quería realizarme en el trabajo: cortar el cabello a las chicas en un bello negocio era mi objetivo; así dejé la escuela. Al principio tenía tres trabajos para poder pagarme el curso, más la ayuda de mi familia, que a pesar de todo, seguían ayudándome. Hacía grandes sacrificios; era ambicioso y sabía que podía llegar donde quisiese, pero el mundo superficial de mi entorno me agarró más fuerte que el trabajo. A los 15 años ya no me bastaba fumar marihuana, sino que el ácido y las pastillas fueron mi diversión preferida. Me daba cuenta que era un chico tímido, débil y cerrado, que no confiaba en nadie; pensaba que había resuelto todos los problemas al descubrir la heroína. Al poco tiempo ya era dependiente, pero pensaba que no era un problema porque ganaba bien y me sentía fuerte, capaz de afrontar cualquier situación. En seis años la situación empeoró cada vez más: indiferencia total en la relación con mi familia, puestos de trabajo perdidos por robar, amigos muertos y problemas con la ley me pusieron entre la espada y la pared. Entré en la Comunidad gracias a mi hermana que era la única persona a la que quería. En cuanto entré me di cuenta que era frío y apartado, muy jactancioso; me fastidiaba recibir amor, ayuda y atención; era mi forma de defenderme para parecer más fuerte. Pero el bien es más fuerte que el mal, los jóvenes más “viejos” respetaron mis tiempos y su perseverancia en quererme bien abrió mi corazón. Encontré amigos verdaderos que a menudo, en forma tranquila y convincente, me hicieron entender qué importante es ser sincero y libre. Empecé a rezar para tratar de aceptar mi pasado, el mal que hice y el que recibí. No fue fácil, pero de ese modo pude sacar unos cuantos pesos de mi corazón, llegando a reconciliarme conmigo y con mi pasado. Luego de haber entregado mi vida a la misericordia de Dios, me vinieron a la memoria también todos los momentos bellos que viví con mis padres, todo lo que hicieron por mí y que hoy lo aprecio. Hoy vivo lo que siempre había deseado, y para mi es una gran alegría poder dar a otro lo que recibo. ¡Hoy de verdad puedo decir que soy feliz!! Le doy gracias a Dios que puso en mi corazón el deseo de formar una familia cristiana, agradezco a Madre Elvira, que con su mirada habla y transmite alegría, agradezco a mis padres que me dieron la vida y a la Comunidad que me enseña a confiar siempre en la ayuda de Dios.
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