Soy Erwin, tengo veintiún años y nací en El Salvador. Al año me adoptó una familia francesa. Gracias a su amor hoy estoy vivo, a una mamá y a un papá que a pesar de no ser mis padres biológicos me desearon, me recibieron y me amaron como a su hijo. De pequeño no me faltó nunca nada. Era el primer hijo, por eso cuando nació mi hermana estaba muy celoso, tenía miedo de ser dejado de lado ya que ella no era adoptada. No era más el hijo único y tenía miedo de ser abandonado de nuevo. En la escuela siempre era distinto de los otros. Me perdí cuando entré en la escuela media, cuando, como muchos, empecé a buscar mi personalidad en las cosas del mundo, en la música, en la moda, en los amigos, el deporte. . . Las primeras desilusiones afectivas me hicieron perder la confianza y me costaba mucho relacionarme con los demás: hablaba poco y me cerraba cada vez más; llevaba un peso dentro mío que no lograba compartir y que me bloqueaba. Junto a mi familia buscamos soluciones, pero sin resultado. Luego empecé a ser violento en casa, creando un clima de temor en mi cuidado y todos sufrían. Después de una crisis violenta con mi padre, me desperté en un hospital psiquiátrico, donde junto a otros jóvenes encontré la droga. Entré y salí varias veces, pero estaba siempre igual porque todavía no quería cambiar. Sentía que en mi corazón estaba el deseo de algo profundo y verdadero para poder vivir, pero me parecía imposible alcanzarlo. Siempre sentí que había algo grande dentro de mí, pero rechazaba llamarlo Dios. Llegué a un punto donde no había más elección; recuerdo bien que en un momento me sentí derrotado, mis castillos se caían. Sentía una voz que dentro mío gritaba, era mi conciencia, ya no podía aplastarla. Cuando mi padre me acompañó a Medjugorje , me abrazó y me dijo: “Hijo, te quiero, te encomiendo en las manos de la Virgen.” En ese momento no lo entendí, pero hoy tengo la certeza de que estaba Ella. María, guiando mi camino. Al principio me sentía verdaderamente perdido y triste, pero gracias a mi “ángel custodio”, el chico que me ayudó en los primeros pasos, comencé a mirarme interiormente, comprendiendo la necesidad que tenía de ayuda. Me parecía imposible llegar a ser como esos jóvenes que trabajaban y sonreían. Siguiendo los consejos de los hermanos fui dando mis primeros pasos. Una vez subimos a la mañana temprano al Podbrdo, la colina de las apariciones, cuando terminamos el Rosario, nos pusimos a cantar el Salve Regina; en ese momento empecé a llorar mucho, no entendía por qué y me escondía para que no me vieran. Hoy comprendo que ese día María sacó de mi corazón herido mucha tristeza y me hizo sentir que había esperanza de una vida nueva también para mí. Gracias a la luz de la oración y a la amistad fui recuperando la confianza en los demás y en mí mismo . En Comunidad aprendí a trabajar, a rezar, a sufrir y a luchar día a día. Estoy aprendiendo a conocerme en la verdad gracias a los hermanos que viven conmigo, son el espejo de mi conciencia. La oración cotidiana me da fuerza para comenzar siempre encomendando mi vida al Señor. Estoy aprendiendo a aceptar mis pobrezas, a luchar con mi orgullo , a mejorar mi carácter hasta donde puedo. Si me quedé en Comunidad es porque veo los frutos de lo que vivo y hago. Hoy soy feliz y me siento vivo. Estoy seguro que sin la oración de mi familia no podría haber permanecido en la Comunidad. Con el tiempo fue naciendo el deseo de darme más a los otros, de hacer con mi vida algo útil y bello para el prójimo y para la Comunidad. Soy conciente que todavía debo sanar muchas heridas, por eso día a día aprendo a confiar más en Jesús, porque sólo Él puede hacer el milagro. Jesús me regala todos los días la fuerza para luchar por ser un hombre nuevo, y a medida que voy adelante, me doy cuenta de que tengo más necesidad de Él para estar bien. Agradezco a Madre Elvira y a todos los hermanos que hasta ahora me ayudaron: ¡mirando mi vida puedo gritar fuerte que verdaderamente Dios , por medio de la Comunidad, hizo el milagro! Deseo perdonar mi pasado: creo que si Dios salvó mi vida y fui adoptado fue porque yo era precioso a sus ojos, no porque nadie me quería. Hoy deseo aprender a dar esta vida y este amor que recibo cada día.
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