Soy Mateo, tengo treinta y un años, vengo de Venecia. Estoy feliz de haber encontrado en la Comunidad la alegría de vivir, el coraje y el entusiasmo que había perdido totalmente. Pienso que sin el Cenacolo y sin el encuentro con Dios nunca hubiera encontrado la paz profunda y la seguridad interior que vivo hoy. De niño fui amado por mis padres y no recuerdo nada feo. Un poco antes de la adolescencia comencé a avergonzarme de mi familia porque no eran “profesionales” como las de mis amigos; les envidiaba el “estatus”. Quería hacerme notar y ser amado y me sentía inferior a los que eran más extrovertidos y expansivos; tenía una personalidad débil que me llevaba a soportar y ceder a menudo ante las ideas de los otros. Siempre había sido un niño alegre pero ya empezaba a cerrarme para hacerme notar y ser tenido en cuenta. A los trece años comencé a beber y fumar para vencer mi timidez: quería ser como los más “duros”. En esa época también me metí en otra problemática : metal, horror, splate, literatura “maldita”, extremismo político y el arte del absurdo, animaban mi vida, quizá por el deseo de sobresalir, o por la influencia cultural de mi padre, anticonformista y anticapitalista. En la búsqueda desesperada de mi identidad vivía una existencia alienada en la inconciencia, en la falsedad, en el egocentrismo, pura apariencia y destinada a esconder la verdad de mi mismo. Cada intento de normalizarme se estrellaba contra la tendencia a ser el más raro. Vivía con repulsión hacia todo lo que yo, banalmente, consideraba rutinario como el trabajo, las relaciones y la familia. Luego de un corto paso por la universidad, elegí definitivamente el camino de la droga, abrazando total y radicalmente este deseo perverso que de adolescente venía cultivando; creyendo que podía apagar mi hambre insaciable de impureza que no encontraba descanso en ninguna propuesta mundana. Cada vez caía más abajo, solo y desesperado. ¡Hoy deseo agradecer a Jesús que me devolvió un corazón nuevo, rompió las cadenas del mal, me hizo resucitar! Hoy sé que buscaba a Dios en las plazas del mundo, en las drogas más extrañas, en las experiencias más increíbles. Ahora entiendo que necesitaba conocer a Dios para vivir lo que vivo hoy: la verdad, el esfuerzo, el sacrificio para entregarme y una fe con fuertes valores. La Comunidad me devolvió casi la misma existencia que yo odiaba y trataba de destruir. Paso a paso, la angustia que me atenazaba, el miedo y el fatal sentimiento de imposibilidad se fueron disolviendo gracias a trabajar en las cosas básicas y simples de la vida. También yo encontré ese ideal hecho de amistad, bondad, gentileza y coherencia que veía en muchos jóvenes que me recibieron y me guiaron. Primero me reencontré como hombre, después nació el deseo de interesarme y amar al vecino, descubriendo que mi felicidad reside en donarme a mí mismo. Junto a esto percibía muy nítidamente que estaba en el camino justo viviendo las experiencias profundas en el bien que me están transformando: el perdón misericordioso, la verdad conmigo mismo y con los demás, el sentimiento de ser amado por el Padre y por los hermanos, y especialmente poder levantarme cada vez que tengo una caída. Gracias Jesús por mi pasado, por esta estupenda búsqueda, rica en vida y desbordante de frutos y de sorpresas; gracias Cenacolo por esta aventura de liberación que hoy vivo.
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