Me llamo Sofía, soy italiana y hace algunos años que formo parte de la gran familia del Cenacolo. Cuando pienso en cómo entré, me considero afortunada porque, más allá de los intentos hechos por mi tío y mi hermana Lucía, quienes rezaron cinco años para que entre en la Comunidad, yo me sentía que estaba todo bien. Primero fui a Medjugorgie, después, por medio de una amiga, fui a un coloquio en Torino con las chicas de la Comunidad, pero yo no sentía ningún deseo de dar este paso. Más adelante, cuando la Comunidad hizo un recital en Pompeya, empujada por mi tío que me pidió que lo acompañara, conocí a Madre Elvira. Recuerdo que cuando me preguntó si me drogaba, yo le contesté que no por miedo. Ella me contestó: “Bueno, si a cada pregunta que te hago vas a responder ‘No’, me voy.” Y justo cuando se estaba dando vuelta, sentí una gran fuerza en el corazón, la detuve y le conté todo lo que estaba haciendo en ese período. Me propuso entrar en seguida y nos despedimos con la promesa de encontrarnos días después en Sora. Ese encuentro fue fundamental porque en los días siguientes, mientras estaba en casa decidiendo si entrar, tenía fijos en mi mente los ojos luminosos y la voz firme de Madre Elvira y los rostros de los chicos de la Comunidad. Estaba harta de vivir en la mentira: físicamente estaba viva pero por dentro sentía que estaba muerta, y ya no quería seguir así. Mirándolos sentí algo de verdad en la piel, y aunque no creía totalmente, por lo menos quería probarlo. Me costó mucho llegar a Sora, al recital, allí comenzó mi nueva vida : entré en la Comunidad. Lo que me dio la fuerza para continuar fue la amistad gratuita y limpia de las chicas viejas en el camino. Cada vez que quería abandonar, ellas estaban junto a mí con paciencia y amor. El amor nunca me faltó porque vengo de una familia cristiana con valores sanos. Soy la sexta hija y recibí muchas atenciones de mis hermanas y de mi hermano. El motivo principal por el que caí en el mal fue la muerte de mi padre, que dejó un gran vacío en mí: vacío que la familia llenaba con dinero y ropa; también el querer ser distinta de mis hermanas que se casaron todas muy jóvenes y hacían lo que la familia quería. Me sentía sofocada por esa mentalidad y tenía la ilusión que a los dieciocho años me iría de casa, pero no fue posible. A pesar de los problemas mi familia siempre me protegió y ayudó; sentía muy fuerte la unión sanguínea que me unía a ellos y me impedía separarme; vivía una relación de amor/odio. Con la máscara de la chica buena que estudiaba terminé la universidad, hice la especialización en niños discapacitados y a los veinte años ya estaba en una cátedra. Pero todo esto no me hacía feliz. En los momentos difíciles que vivía tanto con mi novio como con mi familia, bebía y me drogaba. Toqué fondo después de un grave accidente automovilístico: no pude enfrentar bien este sufrimiento. Sentía un gran vacío dentro de mí y lo que tenía ya no me bastaba. Llenaba este vacío con compras: mucha ropa, celulares, haciendo tratamientos de estética para sentirme mejor, pero cada vez estaba más triste. Hoy estoy feliz y me quiero como soy, sin maquillaje y con algún quilo de más. Lo que encontré en la Comunidad se llama alegría, felicidad, simpleza, pureza, verdad, libertad. Valores que nunca había podido comprar afuera, y me los he ganado con muchos sacrificios y renuncias, especialmente arrodillándome delante de la Eucaristía. Hoy siento que soy una persona equilibrada, calma, segura de lo que quiere. Redescubrí el valor de la vida. Gracias a los niños y a las esposas que están en la fraternidad en que vivo, creo en el matrimonio, en la fidelidad y en la oración que libera todas las ataduras. Hoy veo las cosas con madurez, acepto las situaciones con más paz, y lo más bello es que no tengo más necesidad de escapar de la realidad; vivo plenamente también los momentos de sufrimiento respetando el sacrificio y las fatigas de mi familia. Agradezco mucho a Madre Elvira por la posibilidad que me dio de cambiar mi vida y por la confianza que me tiene. Muchas gracias por el regalo de la oración, que colmó los desiertos más oscuros de mi corazón y que hoy es la luz que ilumina mis días más difíciles.
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