Soy Iván, hace un tiempo que vivo en la Comunidad, hoy quiero agradecer este regalo. Nací y crecí en una familia católica, me enseñaron a ir a Misa los domingos, pero luego del esfuerzo de mis padres para hacerme tomar el camino recto, decidí vivir una “vida de la calle”, “una vida equivocada”. Entré en la Comunidad para escapar de la vida falsa y con muchas mentiras. Después de años de heroína estaba destruido, a los veintitrés años me sentía cansado, viejo y con la muerte en el corazón. Pienso que la primera vez que me drogué no fue cuando tomé la sustancia sino que fue cuando dije la primera mentira a mis padres: poco a poco me volví sordo a la voz de la verdad y al grito de mi conciencia, haciéndome esclavo del mal. Cuando tuve problemas legales, mi familia descubrió el problema de la droga y quiso ayudarme. Fui a los psicólogos, a pesar de las consultas y la terapia, no alcanzaba a “limpiarme” verdaderamente, a encontrar la “pastilla” que me devolviera la sonrisa. Pasaban los días y yo tenía la ilusión de que podía decir basta y terminar cuando quisiera, pero siempre lo dejaba para más adelante diciendo: “Dejo mañana”. El mal jugaba conmigo y no perdía la oportunidad de engañar a los que estaban cerca. Mi alma se estaba convirtiendo en un cementerio de sentimientos. Gracias a las oraciones de mi familia y de muchas otras personas que me querían, conocí la Comunidad y acepté la propuesta de entrar. Cuando entré creía que sabía todo sobre la drogadependencia y que nadie me podía enseñar nada nuevo. Pensaba: “Me quedo dos meses y me voy.” Convencido que si pasaba dos meses sin drogarme ya no iba a recaer más. A los dos meses, gracias a la gran paciencia de los hermanos y estar de rodillas delante de Jesús, decidí cambiar de verdad. Al principio me costó muchísimo, recuerdo que no podía estar en la capilla en el silencio de la adoración: la conciencia me “gritaba” fuerte el mal que le había hecho a mi familia y a las personas cercanas que me habían querido. Muchas veces era difícil soportar la verdad y la cabeza me decía que escapara, pero la sonrisa y los ojos limpios de los chicos que me recibieron y abrazaron, me daban la fuerza para seguir luchando con esperanza en el corazón. Descubrí que la alegría siempre había estado dentro de mi corazón, sólo que yo no había descubierto el camino para conocerme en la verdad. Con el tiempo aprendí que podía ser feliz entregándome a los demás; me tocaba muy profundamente en el corazón ver el renacer de los “chicos jóvenes” y me asombraba porque yo nunca había dado una sonrisa sin un interés detrás. Mi familia siempre caminó con la Comunidad. Les agradezco de todo corazón porque nunca me dieron la espalda, ni siquiera cuando me lo merecía. Hasta hoy aprueban mis elecciones y rezan por mí. Gracias Señor Jesús por mis pobrezas y debilidades, porque justamente donde soy más pobre y débil, Tú me hiciste fuerte y rico de tu amor . Gracias por haber entrado en mi vida y por todos los jóvenes que me ayudaron a quedarme en este Cenacolo.
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