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Sumi

 Me llamo Sumi, hace unos años que estoy en la Comunidad y vivo en la fraternidad de Adé, cerca de Lourdes.  Agradezco a Dios poder estar cerca de la Virgen, justo en esta casa que fue Su instrumento para hacerme renacer. Nací en la India, y recién nacida me abandonaron. Me encontró una monja que me dio en adopción a una pareja belga que fue mi familia. Tenía nueve meses, no recuerdo nada. Pero la herida quedó adentro y me provocaba el rechazo a mi madre adoptiva. Recuerdo que mi madre me abrazaba, pero yo sentía como una pared entre las dos. De niña no entendía este sentimiento que me hacía sufrir, me avergonzaba y menos aún podía explicar. Con todo eso adentro iba creciendo la rebeldía y a los once años le robaba dinero a mis padres y les decía muchas mentiras; viviendo en mi mundo para escapar de la realidad. Disimulaba y en la familia creían que era una chica abierta, sociable, libre, que estaba bien conmigo misma; por esto nadie notaba mi disgusto.
         Mudarnos a Francia  hizo girar mi vida. Tenía catorce años, no hablaba francés; todo era nuevo y me sentía perdida.
         Hacia los diecisiete empecé a salir con amigos, a beber de más y dejar de lado los valores recibidos. Con el alcohol me sentía con más coraje y me parecía que la vida era como mis sueños. Cada vez pasaba más los límites, y aunque mi familia se dio cuenta que había tomado el camino equivocado, ya era tarde para mí.
Tenía que elegir entre mi casa y el mundo. Dejé a mi familia pero antes les pedí todo mi dinero, justo como la Parábola del hijo pródigo.
         A los dieciocho años encontré un chico que  me dijo que me amaba, yo le creí y me fui a vivir con él. Comenzó mi “descenso a los infiernos”. Luego de dos meses quedé embarazada. No sabía qué hacer, e  inconsciente de las consecuencias, aborté. Pensaba que me sacaba un problema, en cambio, había matado una vida preciosa y la muerte entró en mí.  Comencé con una depresión que me llevó a un hospital psiquiátrico, luego a diversos centros, entré y salí de muchas clínicas durante tres años: por dentro estaba cada vez más rota. Además, dependiente del alcohol y de los psicofármacos, no era capaz de nada. Frente a los sufrimientos de la vida, tenía una sola respuesta: el suicidio. En mi desesperación traté de quitarme la vida tirándome de la ventana. Tenía veintitrés años, por dentro estaba muerta y sin esperanza, pero hoy sé que Jesús me recogió con los brazos abiertos y le agradezco porque sin Él no existiría.  Fue el peor momento pero también el comienzo de algo nuevo; luego de otro año luchando para vivir, decidí dejarme ayudar entrando en la Comunidad.  El comienzo del camino fue muy difícil, porque estaba llena de rabia, de confusión, no creía que pudiera existir otra vida y creía que sólo estaba aquí para superar la dependencia.  En cambio, encontré a Jesús y recibí una vida nueva. No había más posibilidad de escapar del sufrimiento, pero por primera vez me sentí querida por lo que era, sentí que alguien creía en mí aunque yo ya no creía más en mí misma, sentí que alguien me tenía confianza aunque ya todos la habían perdido. Esto me alentó muchísimo para recomenzar y recobrar la esperanza de poder finalmente “vivir”, no sólo “sobrevivir”.  Hoy no quiero escapar más de mi vida: creo profundamente que con Jesús todo es posible ¡no hay nada en la vida que no se pueda enfrentar y superar!
Creía que sabía rezar porque en mi familia había recibido una educación cristiana, pero me di cuenta que tenía mucho que aprender.  Mi corazón estaba cerrado, pero el pequeño “sí” que le dije a Jesús, bastó para que Él entre. Luego de este encuentro lo fui conociendo más hasta enamorarme de la vida con Él. El pasado me dejó marcada, hasta físicamente, y es una cruz que llevo y me recuerda quién era; que me permite agradecer continuamente porque el encuentro con Jesús cambió mi vida.
Hoy soy feliz, tengo alegría en mi corazón y amo la vida. . . más bien, amo la vida con Jesús, porque sin Él no hay vida. Mi mayor deseo es gritarle al mundo entero, especialmente a quien vive en la desesperación y la tristeza, que la vida es el regalo mas bello que Dios nos hizo.
¡Justamente porque durante tanto tiempo la desprecié, hoy quiero abrazarla fuerte, fuerte!
 

 

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